Desde entonces los encuentros fueron más frecuentes, y las cenas a la luz de las velas más íntimas. Me regaló un anillo de plata con su nombre en el reverso y encajó en mi índice para quedarse ahí.
Notaba como poco a poco, la situación evolucionaba, como cada vez nos hacíamos más cercanos. Conocía sus manías, que eran varias, y sus gustos. Me aprendía las constelaciones de lunares de su piel, y los recovecos de su boca. Disfrutaba más del sexo y de su compañía.
Me estaba enamorando. No, ya lo estaba.
— Ahora no tengo ganas— se quejaba mientras le repasaba el cuello con mis labios.
Estaba leyendo un libro en mi cama, con el torso desnudo, y yo trataba de convencerle de pasar un agradable momento. Le besaba con delicadeza líneas de besos en el cuello y él me miraba de reojo.
— Cane— me quejé ahora yo.
Le prendí las gafas que usaba para leer y este me miró con el ceño fruncido.
— Devuélvemelas
— No— respondí juguetón.
Se levantó con un rictus indescifrable y se puso la camisa, la americana y sin decir vocablo alguno salió por la puerta.
— ¿A dónde vas?— le inquirí preocupado por su actitud.
No me contestó, simplemente cerró la puerta y desapareció de mi campo visual.
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No dormí bien esa noche, así que en asomarse el sol entre los edificios de la ciudad, me vestí y salí a buscar a mi chico a su apartamento. Necesitaba explicaciones. Tenía algo de miedo, pues jamás había hecho algo así, no quería perderlo.
Golpeé con indecisión su portal, y este abrió con un bostezo al momento.
— Iba a buscarte ahora mismo— parecía algo sorprendido de verme.
— Lo siento, lo siento— soné lastimero— no volveré a insistir.
— No pasa nada pequeño, sólo no tenía un buen día.
Eso me dio paso a poder respirar con tranquilidad y esbozar una leve sonrisa.
— Y quería pedirte algo— dijo arrodillándose— ¿querrás pasar el resto de tu vida conmigo?
La escena era algo surrealista, no nos conocíamos de tanto tiempo y acabábamos de tener un pequeño altercado. Cane estaba arrodillado mirándome con esos orbes grisáceos y una cajita que sujetaba un anillo de fino acabado.
No parecía una broma, sus palabras iban en serio. Y se me cayó el alma a los pies y la consciencia y sentido común se fue volando como una golondrina caprichosa.
Solté un "sí" por inercia, por no querer decir un no y por no perder la oportunidad. Por temer dejar de ser amado.
Se levantó y se apoderó de mis labios.
— Te quiero— le susurró a mis labios uniendo nuestras frentes.
— Y yo— dije mordiéndome el labio.
Y esa noche tuvimos sexo salvaje, hasta que el cansancio pudo con nuestros exhaustos cuerpos desnudos en el danzar de sábanas.
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Él
RomanceCautivaba hasta a las moscas, que no osaban posarse en él por miedo a distorsionar la visión. Desde el primer momento Cane me hipnotizó, y tiró de mi hasta que caí en su precipicio, oscuro, profundo. Porque cuando compras un viaje a sus ojos de taba...