Me puse la única camisa que no estaba sucia, unos tejanos que solía usar y el perfume que solo me ponía en ocasiones especiales. Traté de ordenar y domar mi alocado cabello de rizos rubios y me froté los dientes hasta sacarles brillo.
El hombre, en un traje que poco se diferenciaba al anterior, estaba esperando en la entrada del restaurante con un posado imponente. Miraba el reloj y resoplaba.
Me sudaban las manos y se mi boca parecía el Valle de la Muerte.
— Siento llegar tarde.
— No hay problema— sonrió y no supe si lo hizo con sorna.
El mesero nos condujo a la mesa reservada.
— Por favor— Indicó el tal Cane separando la silla de la mesa para que tomase asiento.
— Gracias— Dije con algo de pena por llegar tarde a un encuentro con ese espécimen que provocaba esos sentimientos en mí, que aunque me hubiese gustado calificar de confusos, no lo eran. Me moría por su piel.
El lugar era elegante, velas iluminaban el ambiente y la cubertería y vajilla eran de alto nivel. Pero yo no podía fijarme en nada más que en el objeto de mis fantasías.
— Debo preguntarte cuál es tu nombre.
— Andréi.
Olvidé que nunca se lo había mencionado.
— Andréi— un escalofrío recorrió mi espina dorsal al oír cómo pronunciaba mi nombre— ¿eres ruso?
— No. Mi madre era amante de la novela rusa, Tolstoi.
— Guerra y Paz.
Asentí al oír el nombre de la obra en la cual era un príncipe de la nobleza soviética.
El silencio se instaló entre nosotros como era habitual en dos recién conocidos. Él, sin embargo, no parecía incómodo como yo.
— ¿No me vas a preguntar sobre mi obra?— Solté para romper el hielo.
— ¿Que obra?
— Em, ¿mis fotografías? ¿No habíamos quedado para eso?
Soltó una carcajada profunda, no era fingida, no era perfecta. Era una risa real. Sonreí despistado, sin encontrar la gracia a la situación, pero contagiándome de él.
— Esto es una cita pequeño— afirmó con una media sonrisa.
Se me hizo un nudo en la garganta y abrí los ojos cual búho para intentar relajarlos con disimulo nuevamente.
— Pero me dejaste una tarjeta del colegio de arte y diseño. — musité anonadado.
No sabía cuándo había empezado a tutearle.
— Así no tenía que reescribir el número en otro papel, pragmatismo— resumió.
Quería que la alfombra persa del suelo me envolviese y me llevase lejos volando.
— ¿Entonces no quieres "probar algo nuevo", "excitante"?— insinuó haciendo referencia a mis palabras del día anterior.
Creo que tenía una expresión incómoda porque él también cambió la suya.
— ¿Te quedarás?— dijo con un tono seductor — pese a las circunstancias.
— Claro— traté de sonreír.
Y ya no hubo silencios incómodos ni malentendidos desagradables. La velada continuó, mientras conocía a ese hombre, que pese hacerme ilusiones en el mundo de la fotografía no fue tan desafortunado de conocer.
Le gustaban los trajes, el negro y el blanco, los gatos, los negros sobre todo. Pero solo verlos, ya que soltaban pelo. Decía que su actitud, superior, orgullosa, y su mover armónico les hacían unos seres excepcionales. A mí me recordaban a él.
Esa noche pensé en él mientras trataba de dormir mi consciencia.
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Él
RomanceCautivaba hasta a las moscas, que no osaban posarse en él por miedo a distorsionar la visión. Desde el primer momento Cane me hipnotizó, y tiró de mi hasta que caí en su precipicio, oscuro, profundo. Porque cuando compras un viaje a sus ojos de taba...