En la capital María estaba tomando una copita de cava con su recién nombrado cónyuge. Brinn le había invitado a una cena romántica una hermosa suite en un hotel que bordeaba el mar de la Barceloneta, con vistas a la Mediterránea.
— Estás exquisita— le dijo él con galantería.
Ella hizo un gesto de falsa modestia.
— Me voy a sonrojar— contestó graciosa.
Él rió brevemente. El servicio de habitaciones les mostró el vino que habían escogido y decantó el líquido en cada una de las elegantes copas de cristal. Les expuso la cena y les dejo solos en su velada.
— Como ya sabes, cariño, mi empresa se está ampliando. Cada vez vendemos más producto y no damos a basto. ¿Recuerdas que te estuve hablando de la expansión?
— Amor, ya sabes que no me gusta hablar de dinero, y menos en una cena en un lugar tan precioso como este.
— Lo sé, lo sé, pero necesito inversores. ¿Y qué mejor inversora que mi amada esposa? Piénsalo, el negocio sería en parte tuya, como mi corazón. ¿No es poético?
— No lo sé Brinn, es complicado.
— Sabes que yo haría cualquier cosa por ti, ¿cierto?
— Lo sé— la chica se lo pensó un par de veces y suspiró— está bien, no quiero discusiones sobre dinero, te ayudaré en tu empresa.
Brinn se acercó a ella y le dio un beso casto en los labios.
— Te quiero.
— Y yo.
Él agarró su maletín de cuero negro y extrajo unos papeles.
— Te he preparado toda la documentación para que solo tengas que escribir un par de firmas. Aquí— señaló— y aquí.
— ¿Tienes un bolígrafo?
— Tengo una pluma.
Sacó una pluma con misceláneas plateadas de la bolsa y se la entregó. Firmó sin leer nada. Confiaba en él.
— Tengo que hacer una llamada, ahora vuelvo— dijo él en estar firmados los papeles.
Ella asintió y Brinn salió por la puerta de la habitación reservada.
La chica abrió el maletín para guardar el bolígrafo cuando encontró unas fotografías que él le había hecho mientras dormía. Rió para sí. "Amante de lo bello" se proclamaba. Por ello se había casado con ella, le decía.
Fue pasando las fotos y descubrió otros rostros. Una mujer castaña de tez pálida, una pelirroja pecosa y un chico rubio de finos labios. Había fotos de todos ellos, varias. No comprendía. ¿Le estaba engañando? ¿Eran de antes de conocerla? ¿Había estado con un chico?
Siguió rebuscando en busca de alguna otra pista, cuando, en uno de los bolsillos interiores palpó unas tarjetas. DNIs, de Cane Kurzberg, de Hervé Rusiñol Berjer, de un tal Quinn Brunell Martin, y el suyo de verdad, el de Brinn Fitg Gerad, su marido. El problema no eran los nombres, el problema era el rostro que los cuatro compartían.
— ¿Qué significa esto?— le inquirió al hombre al volver.
— ¿El qué?— contestó con fingida tranquilidad.
— Esto Brinn, ¿o debería decir Hervé? ¿Quinn? ¿Cane?
Calló.
— ¿Quiénes son ellos?— exigía una respuesta, y una contundente y válida, porque le estaba asustando.
El hombre no contestaba.
— ¿Me estás escuchando?— cuestionó al borde de gritar.
La mujer siguió rebuscando en el maletín de su marido.
— Para— le exigió él.
Le arrebató el maletín de las manos y varios papeles cayeron esparcidos al suelo junto a unas plumas estilográficas y carpetas. La chica agarró los que pudo mientras él trataba de arrebatárselos.
— ¿Porque tienes tantos bancos?— se refería a los numerosos logos y cuentas que aparecían en algunos documentos.
— Son de la empresa— se justificó.
El hombre agarraba todas las hojas y las metía con brusquedad en la bolsa, pero la mujer consiguió atrapar una antes de ser interceptada por su marido.
Se apartó y se encerró en el lavabo para que no se la pudiese arrebatar.
— Clínica Mitjamar— leyó en voz alta desde el otro lado de la puerta, con seriedad— informe de análisis de anticuerpos contra el VIH. ¿Qué es esto Brinn?
— No es nada, no lo leas. Sal de ahí ahora mismo mujer.
— Ni de coña— respondió enfadada.
Se apoyó en la puerta y se dejó caer hasta acabar sentada. Se le estaba constriñendo el corazón, como si llevase un corsé francés.
— Prueba realizada a Hervé Rusiñol Berjer— leyó en voz baja— sentimos informarle que ha dado positivo en el test de anticuerpos, por lo que padece del VIH (Virus de la Inmunodeficiencia Humana)
Siguió leyendo mas no comprendía nada a partir de ese punto. Ellos tenían sexo, sin protección. Su cerebro no interpretaba las palabras del documento.
— ¿Tienes SIDA?— gritó desesperada.
Nada. Se levantó del suelo y encaró la puerta.
— Hijo de puta, te has acostado conmigo aún sabiendo que tenías SIDA— afirmó furiosa.
El silencio era sordo, era terrible.
— ¡Contesta imbécil!— chilló para abrir seguidamente la puerta.
Sujetó el aire en los pulmones y tragó saliva.
— Lo siento.
El disparo resonó en todo el lugar y la víctima cayó al suelo con la mirada perdida. Un dolor agudo en pecho le había perforado el pulmón, sus vías respiratorias se llenaban de sangre, se ahogaba. Los ojos se tornaban dos cámaras opacas, las extremidades se sacudían tratando de liberarse de lo que le era imposible liberarse y la vida se le escapaba de su corazón como una golondrina que ve su jaula abierta.
— Por amor— susurró al cuerpo inerte de la que fue una bella chica—se hacen locuras.
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Él
RomanceCautivaba hasta a las moscas, que no osaban posarse en él por miedo a distorsionar la visión. Desde el primer momento Cane me hipnotizó, y tiró de mi hasta que caí en su precipicio, oscuro, profundo. Porque cuando compras un viaje a sus ojos de taba...