Fue un sábado lluvioso cuando llevé a cabo mi primera exposición de fotografía. No era en una galería de gran relevancia, ni siquiera era exclusivamente de mi trabajo, pues compartía el espacio con otros aficionados que querían probar si su obra causaba impresión. Como yo.La inauguración consistió en un pequeño discurso de los participantes a un grupo reducido de amigos y cualquier despistado al que se le ocurriese entrar en el local, además de una mesa improvisada con algunas pastas.
Algunos curiosos observan la exposición, y yo, les contemplaba a ellos mientras la juzgaban.
Y después de unas horas que me sabían a infusión de valeriana, un hombre se quedó parado en el marco de la puerta. El hombre de ojos de tabaco.
Analizó el lugar y comenzó a ojear las fotografías. Por algún motivo, que me gustaría decir que no entendí, se me aceleró el corazón. Acabó con la exposición de Marc y se fijó en la mía. Quería con ímpetu que le agradasen. Miró una por una, y yo a él, mas sus facciones no daban índice a nada.
Agarró su cajita metálica y extrajo uno de sus cigarros de rosa. Lo encendió y le hizo una calada con tranquilidad.
— No se puede fumar aquí señor.
El hombre tomó otra calada y sonrió con prepotencia.
— ¿Cómo se llama?— su voz era profunda, sedosa como terciopelo.
— Tendrá que irse si va a seguir fumando— dije intentando sonar impasible a lo me provocaba.
— Sabe, fumar es un vicio. Fumar te mata, fumar te ennegrece los pulmones. ¿Sabe algo que también me fascina sumamente?— hizo una pausa para que imaginase su pregunta retórica— convertir lo poco agraciado— levantó con sutileza el cigarro— en bello.
Me cautivaba, su manera de moverse, su voz. Pero no me iba a dejar pisotear porque alguien soltase una bolsa de mariposas en mi estómago.
— Si no deja ya de fumar tendré que llamar a la policía.
— ¿Me arrestaran por fumar? Le recomiendo que la próxima vez diga "seguridad" en vez de policía— le dio una última calada para lanzarlo seguidamente a una papera— suena más convincente en situaciones como esta.
Me quedé sin palabras. Tampoco es que pudiese decir algo en ese momento, y dudaba superar la agudeza irritante y de alguna manera excitante que conseguía ese chico con su labia.
Dejó algo en la barra de recepción, vacía en ese momento, y se marchó como había aparecido. Con un halo de misterio.
Corrí hacia la papelera y pisé el cigarro, solo faltaba que le pegase fuego a la basura.
Me acerqué a la barra, curioso como cualquier otro en mi situación, y agarré la tarjeta que había en la superficie.
SR. CANE KURTZBERG
ESCUELA DE ARTE Y DISEÑO AGREST TROI
693758933
Volteé la pequeña cartulina impresa por inercia y encontré el logotipo de la institución y, escrito a pluma de tinta negra, un "llámame" en delicada cursiva.
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Él
RomanceCautivaba hasta a las moscas, que no osaban posarse en él por miedo a distorsionar la visión. Desde el primer momento Cane me hipnotizó, y tiró de mi hasta que caí en su precipicio, oscuro, profundo. Porque cuando compras un viaje a sus ojos de taba...