// CAP 6 //

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Cane se tuvo que ir a una conferencia a Roma, así que yo me quedé en su casa en pijama, ojeando algún libro con pereza y viendo los últimos capítulos de una serie que tenía aparcada. Ah, y cuidando de sus rosas.

El timbre resonó por todo el apartamento varias veces, demasiadas a mi parecer. Y me produjo unos pinchazos en la cabeza por el dolor que sufría hace un par de días.

— ¿Vives solo?- me preguntó una chica castaña al otro lado del umbral.

— No, es la casa de mi prometido, ¿por?— pregunté indignado por su osadía.

— No puede ser— Arrastró las palabras con la mirada perdida

Se acercó a mi cuello y aspiró el olor. Me sentí algo incómodo con esa chica, que, pese vestir un conjunto de distinción, parecía sacada de alguna institución de rehabilitación mental.

— Eres tú— susurró con dureza— eres tú— pronunció ya gritando.

— ¿Perdona?

— ¡Tú te tiras a mi marido puta zorra!— sentí mi mejilla calentarse con la bofetada que soltó.

— Voy a llamar a la policía ahora mismo como no se vaya— dije tajante y seco, procurando ignorar el dolor del golpe.

Pero la chica hizo algo que no me esperaba, hurgó en su bolsa y extrajo una foto. Me la mostró con una lágrima en la comisura del ojo.

Ella llevaba un vestido blanco y un velo le cubría la cabeza. Cane estaba en frente suyo, sujetándole las manos. Se estaban casando.

— Cane— Susurré, no lo entendía.

Un malestar general se apoderó de mi cuerpo.

— ¿Cane?— Cuestionó la chica.

— Él— atiné a decir confuso.

— ¿Hervé?

La confusión del momento y el dolor experimentado no fueron suficientes para evitar deducir que algo no cuadraba.

— ¿Dónde está ahora ese desgraciado?— la chica estaba furiosa.

Me apartó de la entrada de un empujón y pasó al interior del piso sin inhibiciones.

— No está aquí— dije con la mirada perdida.

— ¿Dónde está entonces?

— En Roma, en una conferencia.

— Mis cojones

La chica se sentó en el sofá del salón y yo cerré la puerta dando por sentado que no se iría de inmediato.

— Hervé era quien manejaba el dinero, las facturas y eso. El otro día, en uno de sus viajes de negocios, llegó una carta del banco, y no me pareció mala idea ojearla. Somos— se lo pensó— soy de Manresa, él había estado usando su tarjeta de crédito en Barcelona, en Girona y Salou. No sabía que había estado por allí últimamente, Hervé no me informaba de nada. Se suponía que estaba fuera del país.

— ¿Puedes parar de llamarlo Hervé?— era demasiado para mí.

— ¿Cómo quieres que lo llame? ¿Cane?— respondió con exasperación.

— Mejor no lo llames, de ninguna forma.

— Bien. Él— me miró— no me contaba nada, cuando le preguntaba se hacía el loco y nunca sacaba nada en claro. Cada vez había más cosas que no cobraban sentido, más incógnitas que no me quería despejar. Una amiga tuvo un problema similar con su marido y usó una aplicación espía en su móvil para localizar a la zorra con quien se acostaba. Así que hice lo mismo. Marqué su número y él me contestó desde Girona, aunque según él, por supuesto y sin ningún lugar a dudas— la chica tiraba del sarcasmo a menudo, y también de los pelos— estaba en Toulouse tratando con un importante mecenas.

Se desinfló de toda la ira y rencor que le tenía guardado al que antes era productor de mi reír, que ahora solo causaba dolor y confusión en mi vientre y en lo más profundo de mi.

— Y ahora, en "Roma"— subrayó la ciudad entre comillas con los dedos— se estará follando a otra u— me miró en una pequeña pausa con algo que no sabría identificar— otro ingenuo en Barcelona. O en Salou. O quizás ha ampliado sus fronteras el muy ca-

No conseguí oír el insulto porque la realidad se desvaneció como un negro telón concluye un acto de una obra. Y caí al suelo como un naipe de plomo.

ÉlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora