// CAP FINAL //

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La habitación que daba a la calle estaba iluminada. Él estaba en su casa, no podía subir, no solo.

Saqué el móvil del bolsillo y retrocedí un par de calles para evitar que me viese por accidente.

— Está en casa.

Esperé a que ambas llegasen en una cafetería cercana. El día era lluvioso y me apetecía un chocolate caliente con nata, su especialidad.

Audrey se sentó a mi lado asustándome y sacándome de mis pensamientos.

— ¿Cuál es el plan?— preguntó con posado serio.

— Eso te iba a preguntar.

Media hora después llegó Delphine, con los labios de carmín y unos guantes de cuero sujetando un bate de beisbol. Esa mujer era de carácter vivaz, o debía de serlo, porque pese haber pasado una historia peor a la de Audrey y a la mía, no estaba tan apagada como nosotros. Podría sugerir que no estaba enamorada a nuestro nivel, pero el bate me contrariaba. Se movía por la ira.

— ¿Por qué has traído ese bate?— cuestionó la que había llegado anteriormente.

— A veces las cosas no salen como quieres— soltó callándola.

Se palpaba el nerviosismo en nuestros pasos.

— ¿No deberíamos conocer a la— pausó— o el cuarto implicado antes de ir por él? Ya sabéis, es algo precipitado.

— Calla Audrey— le dijo Delphine.

— No creo poder aguantar una noche a su lado— argumenté.

— Bueno.

Subimos las escaleras a paso sigiloso.

— Pica tú, es tu ciudad— me susurró la madre.

La chica del bate y los labios carmín puso los ojos en blanco y pulsó el botón del timbre. Nadie contestó. Pulsó otra vez. Nada.

— Igual no hay nadie— sugerí.

Saqué las llaves que me había dejado prestadas y las giré en la cerradura.

La primera en entrar fue Delphine entró la primera, bate en mano con un escudo de seguridad propia de su carácter. Le seguí yo y nuestra tercera integrante del "Club de los Cornudos".

El piso estaba vacío, pero la luz estaba encendida. Había un post-it amarillo en la mesa donde ponía en hermosa caligrafía de pluma "por si vuelves en mi ausencia, he salido un momento".

Me recorrió un escalofrío de coxis a nuca.

Cerramos la entrada y nos sentamos con impaciencia a esperarle.

No tardó mucho en oírse el crujir metálico de las llaves besando la cerradura. Y allí estaba él, hermoso, elegante, perfecto como siempre, con su cigarro de rosa consumiéndosele entre los dedos.

Lo apagó contra el cenicero que usaba para dejar las llaves y se dirigió hacia nosotros con parsimonia. Una parsimonia que me ponía de los nervios a parte de indignarme profundamente.

— ¿Nos vas a dar algún tipo de explicación que no te deje como un idiota integral?— saltó la joven de lengua ávida.

Yo no tenía palabras para él, solo silencio. Silencio y una mirada cansada.

Delphine se acercó a él y por un momento pensé que iba a darle con el bate. Pero no, lo soltó a medio camino para lanzarle un golpe a mano abierta en la mejilla. Él se la atrapó al vuelo y la mantuvo. Ella inició un llanto lastimero y se pegó a su pecho para llorar. Él la separó.

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