Mera nunca había tenido algo como la pluma. Era hermosa, brillante, inmaculada. Apenas se apreciaba bajo los fluorescentes, pero si la ponía bajo el rayo de luz de sol de la mañana, irises multicolores se dibujaban en el aire. Durante una semana, esa fue su motivación para perseguir el destello fugitivo. Había leído sobre el arco iris, pero verlo aparecer ante sus ojos era una experiencia nueva.
Pero pronto pasó la novedad, sustituída por una pregunta. ¿De donde había venido? En sus libros no había absolutamente nada que se le pareciera. Buscó todas y cada una de las especies que podían habitar el clima subpolar, o migrar a través de la zona, o... existían, que ella pudiera encontrar. El doctor fue muy amable y le facilitó un libro de taxonomía.
—Pronto empezaremos con la bioquímica —le dijo, y una vez más, le acarició el pelo con satisfacción—. Pero este es un buen principio. Si entiendes en profundidad a las distintas especies... me pregunto qué obtendremos de ti a medida que crezcas.
—¿Podré ser una doctora como usted algún día? —preguntó Mera, con la voz cantarina, todos sus demás intereses olvidados por un momento.
—Bueno... —tosió, casi nervioso, casi culpable—, estoy convencido de que serás una maravillosa contribución a la biología molecular cuando llegue el momento.
Así que Mera pudo buscar a través del libro a qué se parecía esa pluma. Era obviamente una pluma de vuelo secundaria, ancha y comparativamente corta, aunque medía casi veinte centímetros, algo más que la palma abierta de su mano. Encajaba tan cómodamente entre sus dedos... Sacudiendo la cabeza, volvió a concentrarse en la comparativa que tendría que revelarle la especie a la que correspondía aquella pluma. Dejando aparte su misterioso brillo. ¿Sería alguna clase de bioluminiscencia?
¿Habría alguna posibilidad de que fuera una especie nueva, algo que preguntar directamente al doctor? Pero era probable que se la quitara. Algo que a Mera nunca antes le había importado, ya que todo lo que tenía eran cosas que el doctor le había dado. Pero de alguna manera, esto era la primera cosa que podía llamar suya, completamente suya. No quería pensar siquiera en perderla. Se sumergió de nuevo en su improvisada investigación.
El tamaño descartaba a todas las aves capaces de volar, con la excepción del albatros y el cóndor. La latitud sugería entonces el albatros, pero seguía siendo mucho mayor de lo que correspondería. Mera se rascó la cabeza, confundida. La posibilidad de que fuera una especie modificada se acentuaba; como mutación natural era imposible. Y entonces llegó una sorpresa más.
Enfrascada en su lectura, Mera no se dio cuenta de que empujaba la pluma con los libros hasta hacerla caer. Liviana, se deslizó sin ruido hasta el suelo, en uno de los rebordes desnivelados de la rejilla que hacía de suelo a aquel nivel. Cuando Mera la echó en falta, se precipitó a ponerse en pie y fue a pisar justo sobre la caña de la pluma.
Oyó el leve chasquido y se quedó sin aliento por un momento al ver la pluma bajo su pie. Se agachó a toda prisa para ver qué podía hacer, cómo reparar su tesoro partido, angustiada porque nunca podría volver a estar como antes.
Pero estaba intacta. Mera la sostuvo y le dio vueltas, el miedo todavía erizado como agujas frías bajo la piel. Movió suavemente la caña blanca, buscando la fractura que finalmente le daría la razón y demostraría que lo había roto, con la misma insistencia morbosa de rascarse una costra.
Nada. Se permitió un suspiro de alivio, pero el chasquido tenía que haber venido de algún sitio, ¿verdad? Buscó alrededor y al fin lo vio. En el reborde metálico del suelo, donde se había apoyado todo el peso de Mera sobre la pluma, había una minúscula hendidura. Era el suelo el que se había quejado cuando la pluma le hizo una muesca.
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Chimaera Alpha: una novela de Dark'n'Soul
ActionMera no sabe nada del mundo. No conoce nada fuera de su habitación y los pasillos que se escapa para recorrer una y otra vez, y los libros que su padre le trajo y que ha leído una y otra vez. Se pregunta sobre los lugares de los que ha leído en ello...