(11) Origen

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—¿Qué piensas hacer?

—No lo tengo nada claro —admitió Joaquín, dirigiéndose a su viejo amigo en su portugués natal—. La niña es trigo limpio, te lo digo yo. Pero no sé si se ha perdido o si de algún modo se ha fugado sin querer.

El sacristán asintió, sorbiendo su té de hierbas. La taza de Joaquín se iba enfriando lentamente, casi intacta, mientras él meditaba en el problema.

—No les puedo dejar en la calle, no puedo ayudar porque no se dejan demasiado. No creo que estén en peligro, pero...

—¿En peligro? ¿Aquí? —rió el sacerdote por debajo de su espeso bigote—. ¿Crees que les persigan tus monstruos a ellos también?

—Gonçalo, son muy reales. Hay cosas ahí fuera. Otromundo.

—Otro mundo, claro que sí —se burló amablemente—. En el seminario era yo el loco de los dos, pero de verdad que estás peor de lo que nunca estuve yo.

Les interrumpió el ruido súbito; Joaquín fue el primero en reaccionar, y estaba saliendo por la puerta antes de que Gonçalo se levantara siquiera.

Para cuando llegaron, ya había terminado casi todo. La silla frente al ordenador se había caído; Peter, sentado en el suelo, estaba rodeado de los libros del estante que había derribado al irse de espaldas contra la pared. Y sobre su regazo, con la cara enterrada en su pecho y pataleando, Mera sollozaba. No quedaba más que hacer que ayudar al chico a levantarse, recoger el desastre y dejar que la niña se desahogara. Tanto Joaquín como el sacristán aceptaron tácitamente que, al menos de momento, era mejor no hacer preguntas.

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Mera siguió llorando, esta vez en el dormitorio de invitados que ocupaba Joaquín, mientras Peter daba explicaciones, o algo parecido.

—Todo ha ido como esperaba.

—¿Como esperabas? ¿No queríais encontrar a tío de Mera? —preguntó Joaquín, sin atreverse a mencionar la nueva soltura con el idioma de Peter.

—Sí.

—¿... Y?

—Le encontramos —asintió el ángel quedamente.

—¡OK! Eso es bueno, ¿no? —exclamó Joaquín.

—No.

—... Oh. Pero es lo que queríamos. —Dudó—. Lo que queríais. —Más duda—. ¿Lo que quería Mera...?

—Sí —dijo Peter.

—Bien. Bien. Entonces, ¿viene a buscaros?

—No.

—Entiendo. ¿Vais vosotros? —repuso Joaquín.

—No —repitió el ángel.

—¿Pero no dices que ido como esperabas? —casi chilló el hombre, perdiendo la paciencia.

—En efecto. Hemos encontrado al doctor y no vamos a ponernos en contacto con él.

En aquel momento, Joaquín echó las manos al cielo y salió de la habitación gruñendo como un jabalí desesperado, mientras Peter continuaba recogiendo y ordenando los libros caídos. El estante que había golpeado se había partido. Para Peter, su estado fragmentado era más interesante que el completo. La infinidad de partes del conglomerado creaba un mosaico caótico e irregular, pero compacto. Lo contempló como si pretendiera obtener un mensaje de los minúsculos fragmentos que lo componían y finalmente juntó ambos pedazos. Una línea tenue de luz brilló a lo largo de la brecha mientras Peter presionaba una contra la otra, hasta que no hubo brecha visible. Volver a clavar los soportes en la pared fue aún más sencillo, solo era necesario hacer un poco de presión con las manos.

Chimaera Alpha: una novela de Dark'n'SoulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora