"... por este motivo podemos descartar que el Chupacabras fuera un ente alienígena, sino más bien un críptido aún desconocido al que me atrevo a catalogar como un tipo de primate bípedo."
Satisfecha, Davinia pulsó el botón de Aceptar y subió el nuevo artículo a la página. Se recostó en su enorme silla de ruedas de piel y cerró los ojos, dejando que todo se desvaneciera por un momento. Qué falta le hacía descansar. O cafeína. Cualquiera de las dos opciones valdría. Davinia había llevado a su organismo a un punto en que las bebidas energéticas y el sueño eran esencialmente intercambiables. No eran lo mismo, por supuesto; su cuerpo sólo se ponía en automático para forzarla a dormir. Nunca había perdido la conciencia frente a su pantalla para encontrarse con que estaba bebiéndose otro Red Bull. En cambio, podía jurar que si se fijaba en la parte de los números de su teclado, podía distinguir cómo se había deformado para adecuar su cara.
Empujó su silla atrás; era cómoda, ergonómica y la mayor inversión personal que había hecho en los últimos seis años, pero lo valía. Podía dormir en ella -y lo hacía- de cómoda que era. En los brazos había cajones, uno de los cuales estaba abierto permanentemente para alojar un cenicero barato de plástico. Una vez se sentaba allí, no necesitaba nada más que echarse una manta sobre las piernas o encender el viejo ventilador de su abuela que colgaba sobre su cabeza, dependiendo de la estación. Su hogar era aquel rinconcito. El resto de la casa estaba ahí, pero era meramente accesorio, con la excepción del baño. Estiró los brazos por encima de la cabeza para desperezarse, que respondieron con una corta sinfonía de crujidos. Para tener sólo treinta y cinco años, tenía huesos de vieja.
Desenterró de entre varias pilas de hojas, apuntes y post-its su calendario. Garabateados con bolígrafos de varios colores, en cada día se señalaban alineaciones planetarias, fechas rituales clave y convenciones a las que tenía que asistir. No porque aquellos aspirantes a cazadores de lo sobrenatural de tres al cuarto tuvieran nada para ella, sino principalmente porque la gente que apoyaba su trabajo por crowdfunding quería verla viva y activa.
Necesitaba un cigarrillo, otro más de su lista de vicios estúpidos pero inevitables. Lo había adquirido después de una mala relación, una que no había empezado siéndolo pero se agrió con los meses y terminó yéndose al traste. Era lo habitual. En este caso le había dejado esta desagradable secuela, este hábito que empezaba a hacerla toser como un perro por las mañanas. Pero era curioso, reflexionó sacando el cigarro de la cajetilla y encendiéndolo, cómo la primera calada del día le recordaba a él. Sabían como su boca.
Pero estaba harta de las citas. Ahora sólo se permitía relaciones online, que no la apartaban de lo realmente importante. Desde hacía unas semanas, Davinia había conocido a una neozelandesa encantadora, una verdadera creyente, que le escribía casi a diario. Le agradaba que se atrajeran sin conocerse físicamente, que si algo despertaba sentimientos entre ellas fuera el intelecto y la filosofía vital que compartían. También estaba bien tenerla sin necesitar comprometer más de su tiempo y su día a día. No leía cada correo suyo que recibía, por supuesto; no consideraba que estuvieran en esa fase de su relación. Pero cuando lo hacía, le daba un agradable, casi olvidado cosquilleo por dentro. Solía responderle con mensajes en audio; ya escribía lo bastante al cabo del día, y era más ágil hacerlo así. Ella le contestaba diciendo que adoraba su acento, su inglés afrancesado. "Qué bobada", pensó. Pero de esas así se componían sus mejores recuerdos, cuando se permitía admitirlo.
Aunque Davinia se consideraba esencialmente una solitaria. Cierto, se volvía loca sin alguien con quien compartir momentos, pero el centro de su vida era el sueño. La gran ilusión de desvelar el misterio y revelar al mundo que lo sobrenatural estaba ahí. La clase de revelación que no se quedaba en una idea o una posibilidad, sino que cambiaba el mundo. De ese modo podría dejar un legado, algo que unir a su nombre para la posteridad. Que otros tuvieran hijos; Davinia no pensaba en esas cosas. Además, era demasiado flaca y no tenía caderas, su abuela y su madre se lo habían dicho desde pequeña. ¿Para qué iba a querer someterse a un dolor inenarrable y jugarse la salud, incluso si tuviera alguna clase de instinto maternal?

ESTÁS LEYENDO
Chimaera Alpha: una novela de Dark'n'Soul
AksiMera no sabe nada del mundo. No conoce nada fuera de su habitación y los pasillos que se escapa para recorrer una y otra vez, y los libros que su padre le trajo y que ha leído una y otra vez. Se pregunta sobre los lugares de los que ha leído en ello...