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¿Eso era apreaurado? Sin duda que lo era. Ambos éramos jovenes, quizá mucho para el matrimonio...pero...no podía arriesgarme. Lo sé, sueno como un sujeto loco y posesivo...quizá lo soy, quizá siempre lo he sido...pero el hecho de pensar que Christian pudiese dejarme e irse con otra persona...era sencillamente, una tortura. Estaba harto de presentarme como su "amigo" o como un "compañero de piso", quería poder sujetar su mano y besarlo y presentarlo como mi esposo, así, con orgullo, con amor. Y al diablo lo que otros dijeran. Ya habíamos pasado por muchas cosas, ya nos habían puesto a prueba...ya. Estaba listo. Estaba seguro. Quería pasar el resto de mi vida con Christian.

Así pues, debía poner manos a la obra. Le marqué a Thomas quien, como siempre, contestó de inmediato. Aunque su voz revelaba que estaba recién levantado y en compañía de alguien, no dejó su tono meloso de lado.
—Michi...qué milagro que me llamas tan temprano. Me has alegrado la mañana.—oí risitas juguetonas, el sonido de besos y alguna que otra réplica en francés.
—Thomas...hoy es el gran día.— entonces hubo un profundo silencio.
—Michi...a ver, ¿entendí bien? ¿Hoy?
—Hoy.—repetí, con la voz impregnada de seguridad.
—Michi...¿no crees que es algo...pronto?
—Llevo toda la vida amándolo. ¿Cómo va a ser pronto?
—No siempre...—masculló. Oí la voz masculina de quien lo acompañaba decirle algo más en francés y luego tomar el teléfono.
—Michael. Disculpa por haber oído...de cualquier manera...lo digo por ambos, dinos qué hacer por ti, lo que sea. Tienes todo nuestro apoyo. Felicidades.—si bien Roger y yo no éramos los mejores amigos, me encantaba su forma justa de ser. Si lo consideraba correcto, lo apoyaba y ya.
—Gracias.—sonreí ampliamente, aún a sabiendas de que ellos no podían verme.

***
Dediqué la mañana entera a limpiar la casa, dejando todo impecable. No solamente quería evitar peleas, no. Si todo marchaba bien...esa sería la primera noche que pasaría con Christian como mi prometido. Como mi futuro esposo.
Quizá era idiota pensar que eso me causaba tanta ilusión, casarnos, digo. Era como...como una colegiala enamorada, planeando los detalles de la ceremonia, la luna de miel, la casa de ensueños, los hijos...y demás. Era tonto, mucho. Pero era maravilloso pensarlo siquiera.
Es decir, habíamos ido en una montaña rusa toda la vida, a veces de la mano, a veces en vagones separados, pero siempre íbamos en la misma dirección, sabiéndolo o no.
Procuré terminar los pendientes lo antes posible, viendo orgulloso mi trabajo y con varias horas de sobra por delante, muchas horas para ver a mi querido Christi, mi dulce hombrecito.

Una habitación, quizá muy vacía, quizá muy simple, quizá muy triste. De paredes blancas, sin ventanas, con una puerta que daba al corredor, con una cama en el centro, junto a ella, un aparato molesto, que era nada más que un reloj que marcó el tiempo restante, lentamente, en que se escurrió la vida de mi querida tía fuera de su cuerpo. Esa cama, perfectamente tendida, intacta, como si en ella no hubiera muerto una mujer horas atrás. Y a un costado de la habitación, una incómoda silla de metal. Y en esa silla...yo. Con ocho años, teniendo mi segundo encuentro cercano con la muerte.
La puerta se abrió, dejando que se colara un poco de ruido dentro de la habitación, luego se cerró en silencio, y un niñito pálido cruzó la habitación en silencio y se plantó a mi lado.
—Chriti...—su nombre escurrió de mis labios en un susurro suplicante, que exigía soledad y guardaba las ansias de ser consolado.
—No fue...tu culpa.
—Yo...yo fui quien llamó por teléfono. Christi...fui yo.
—¿Y? No pediste que contestara...
—¡Christian!—le miré con horror.
—Mich, no debes...ser fuerte, sabes. No debes...no llorar.—susurró con voz dulce.
—Soy hombre, no debo llorar.—tuve que esforzarme en que no se rompiera mi voz y en que las lágrimas no escaparan. Entonces un pequeño puño se impactó débilmente en contra de mi brazo, tomándome por sorpresa.
—¡No seas tonto!—gritó, con su voz chillona y el ceño fruncido—¡No eres hombre! Eres...somos...niños.
—Yo...no. Papá dice...
—La tía Olga...te decía pequeño hombre, pequeño. Pequeño. No hombre.
—¡Pero tampoco niño!—grité, ya con los ojos llorosos. Entonces guardó silencio por un momento. Bajó la cabeza un momento, luego caminó frente a mí y, sin dejarme decir más, se coló entre mis piernas y se abalanzó sobre mí, atrapándome entre sus brazos.
—No debes ser fuerte, Mich, no debes. Si quieres llorar, llora. No debes soportar todo. Yo...voy a cuidarte. Seré fuerte. Si quieres...seré yo el hombre que te proteja, para que tú puedas ser un niño.
—¿Hombre? Christi...—no estaba seguro si era su corazón o el mío aquel que latía tan a prisa y tan violento. En ese momento, creo que mi amor por Christian creció otro poco.
—Voy a protegerte, Mich.—aseguró.
—Para eso...deberías quedarte conmigo para siempre.—reí y me sonrojé, tener a Christian conmigo toda la vida...era lo que quería. Tenerlo conmigo. Que no se fuera por nada...que no se fuera por mi culpa. Ya había perdido a mi madre y a mi tía...no soportaría perder a Christian.
—¡Pues eso haré! Me quedaré a tu lado para siempre, Mich, me quedaré contigo.—escucharlo pronunciar tan importante promesa...me hizo feliz, demasiado.
—Christian...te amo...te amo como no tienes una idea...te amo, sólo a ti.
—Ya. Ya. Llora, Michi, estoy aquí para cuidarte...siempre estaré...
—Te amo, hombrecito.—mascullé, mientras escondía mi rostro en su cuello y lo humedecía con mis lágrimas.

Solo tú [Yaoi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora