Magnetismo

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«Mejor que asesinar a una persona, es hacerle saber y ver que a quienes ama sufren gracias a él. Nada es mejor que eso». —Esos amarillentos dientes y su chillona, sádica y macabra risa que mostraba su ya desbordaba locura eran imposible de olvidar para el rojo. Doom podría ser calculador, egoísta y caprichoso, pero nunca como ellos. Nadie como ellos. A veces pensaba que su manía con el baño representaba toda la inmundicia que había visto en su largo camino, y su deseo por encontrarse lejos de ella. No existía ser perfecto, desde luego, pero era mejor encontrarse lejos de ese gran poso pútrido y obscuro. Y era curioso cuanto menos que recordase aquellas palabras mientras limpiaba su cuerpo en la rudimentaria tina de roca cremosa que yacía en un cuarto trasero de la posada. Dicha frase tan peculiar había sido citada por un despiadado corsario girkense a la par que degollaba al hijo del capitán del barco y éste gritaba, clamaba por piedad—. «Ellos no conocen la piedad...»

Después del gratificante baño Doom se sentía distinto, su mente se encontraba más despejada y fresca. Los baños eran su especie de "arma secreta", desterraban suciedad e inquietudes. Por otra parte, la afeitada fue limpia, precisa y bien cuidada, después de todo se trataba de lo que más las personas podían ver. La barba no encavaba con su personalidad y al quitársela fue como se hubiese tumbado varios años con solo unos movimientos de su daga.

—Oye... ¡pero qué guapo que estoy! —exclamó Doom observándose en el espejo que sostenía con su enguantada mano y acariciando su rostro con la que tenía libre—. Pero como que estoy algo blancuzco, debería tomarme un paseíllo por ahí; total, el Erizo de seguro que se tardará.

Al Redhood le encantaba ser siempre la persona más importante, le parecía divertido, se sentía como ser un señor o un rey, pero sin la carga de tener que gobernar a nadie, eso sí resultaba en un gran fastidio. A pesar de que le gustase llamar la atención de los demás, esta vez debía ser diferente, tenía que pasar desapercibido para poder caminar tranquilo y pensar, por lo que se vistió con un jubón de seda carmesí, mangas de color negro con borde de puños ribeteados de rojo y el cuello de negro; pero aunque deseaba mantenerse oculto entre las personas, había optado por portar el jubón que enmarcaba en la espalda su blasón personal y que poseía botones de plata con pequeñas cabezas de lobos talladas en su centro. Sus calzones y calzas hacían juego con las mangas de su vestimenta superior, pues eran del mismo color.

Al bajar por las escaleras pudo contemplar que la posada ya se encontraba repleta de una gran clientela, cosa que no resultaba de extrañar, ya que Rivas era el último peldaño norteño para poder llegar a Mohana; además, se decía que la posada del Ciervo Tristón era la mejor de toda la ciudad; y aquello era mucho que decir, pues la hermana de Ledesma, a pesar de ser una modesta ciudad, daba residencia alrededor de 100 mil personas, por lo que más de una posada debía de haber en tal lugar.

Doom vio a muchas personas del pueblo llano, algunos con polvorientas camisas y calzas de color marrón, mientras que otros vestían coletos de cuero bastantes descuidados y antiguos; también se podían destacar caballeros con costas de mallas tan brillantes como el sol, a la vez que otras eran viejas y opacas, con túnicas que portaban estandartes fáciles de reconocer para el rojo. El creciente tornado de plata de la Casa Rheinfall. La vaca de plata acollarada de gules de la Casa Ludyn. El lunel de sable con sol de gules en el centro de la Casa Rend; eran los pocos que se podían distinguir a simple vista. A su vez que también se podía apreciar las espadas juramentadas de las casas ya mencionada, se encontró con que Nomar y Ser Jens yacían sentados en una mesa conversando.

—¿Vas a algún lado?— Ser Ryder seguía tomando, sus labios se habían tornado cada vez más rojizos y el inferior se encontraba algo inflamado gracias al golpe de Doom

Los Viajes de Doom: El mítico y mágico GuiaroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora