Capítulo 3

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Le dedico una última mirada a la chica de cabello y ojos castaños que me observa e imita a través del cristal. Esta lleva el pelo recogido en una cola baja, de manera que su rostro está despejado. Viste una sudadera gris y unos pantalones de chándal negro que contrastran con sus deportes blancos. En la espalda lleva una mochila color azabache. Por extraño que parezca, en sus labios asoma una sonrisa y por primera vez en mucho tiempo sus ojos deja entrever su brillo característico.

Le doy la espalda al espejo y abandono la habitación. Me incorporo al pasillo y emprendo una carrera hasta que alcanzo el pie de las escaleras, donde me topo de frente con mi padre, quien lleva unos cubos de pintura en sus manos.
Al verme tan radiante se sorprende, lo sé porque enarca ambas cejas y me mira fascinado.

-Te has levantado animada.

-Sí. Me siento enérgica y he pensado que qué mejor forma de aprovecharlo que saliendo a correr.

-Me parece una idea genial.

Desvío mi mirada hacia los tarros de pintura.

-¿Vas a pintar?

-Sí. Creo que es hora de darle un cambio radical a las habitaciones.

-Te ayudaré en cuanto vuelva.

Deposito un beso en su mejilla y me hago a un lado con tal de cederle el paso. Christopher sube por las escaleras, mirando frecuentemente los peldaños para evitar caer. Le sigo con la mirada hasta que alcanza la cima y desaparece de mi campo de visión. Es entonces cuando me propongo seguir con mi propósito cuando suena el timbre de la puerta.

Salvo la distancia que me separa de ella y la abro, descubriendo a un hombre de cabello castaño, ojos marrones y barba de varios días. Lleva puesta una camiseta negra y un pantalón de chándal gris.

-Frederick, ¿qué haces aquí?

-Quería saber como estabas.

-Bien. Sam consiguió dar conmigo a tiempo. Él mismo se encargó de deshacerse de los secuestradores.

-¿Eran miembros del círculo?

Mantengo gacha la cabeza y asiento.

-No entiendo esa fe ciega que tienen en Anabelle. Me alegro de que estés bien, a salvo. Quiero que sepas que puedes contar conmigo siempre que lo necesites.

-Lo tendré en cuenta.

Examino detenidamente su aspecto y deduzco que ha hecho ejercicio. Sonrío al imaginármelo con la mano en el costado, con la respiración entrecortada y el sudor apoderándose de su rostro.

-¿Has hecho deporte?

-Sí. Me gusta salir a correr por las mañanas. La edad termina pasando factura.

-¿Crees que puedes seguirme?

-Puedo intentarlo.

Cierro la puerta detrás de mí y emprendo una carrera que me lleva hasta el arcén de la carretera, por donde corro a gran velocidad. Frederick se une a mí unos segundos más tarde, aún así aumenta su ritmo hasta tal punto de situarse casi a mi altura.
Me desvío hacia el bosque y él me imita. En una ocasión miro hacia atrás y descubro que pierde el equilibrio momentáneamente debido a que ha resbalado con una hojas húmedas. Por suerte se repone y continúa corriendo.
Al volver a centrar mi atención en el horizonte descubro que apenas unos segundos me separan de impactar contra una rama baja. Agacho la cabeza, reaccionando a tiempo ante la amenaza.
Continúo avanzando, esta vez, observando todo cuanto me rodea, entre lo que destaca las hojas que abandonan el árbol debido a la brisa gélida que sacude las copas de estos, los animalitos que yacen escondido entre los matorrales comiendo su alimento, las huellas que dejo sobre la tierra húmeda, los rayos de sol que llegan a mí.

Cazadores Nocturnos 2; La PromesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora