Capítulo Seis

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(Alice y Amelia en imagen multimedia)

Capítulo Seis

Las lámparas de las calles iluminaban nuestro camino mientras que, en un silencio sepulcral, nos dirigíamos a casa.

Tenía la mirada fija en mi balón que sujetaba con ambas manos contra mi estómago, mi corazón misteriosamente estaba latiendo a mil por hora mientras que, en mi mente, me maldecía por no ser capaz romper ese tan incómodo silencio. Cada vez que me animaba mentalmente para iniciar una conversación, el miedo me consumía, provocando que mantuviera mi cabeza gacha. En cuanto llegara a casa me azotaría la cabeza contra la pared.

—¿Qué pasó hoy? — dijo Tristan rompiendo el silencio.

Giré la cabeza para verle, una pequeña sonrisa quería aparecer en mis labios al ver que intentaba mantenerse serio con su mirada fija hacia el frente.

—¿A qué se refiere? — respondí.

—Puedes tutearme, ¿sabes? — replicó, chasqueando la lengua. —¿Qué sucedió hoy en el entrenamiento? Estabas tan...ida.

—Oh. — agaché la mirada. —No fue un gran día.

Él soltó un suspiro. —Lamento si fui muy duro contigo hoy. No fue mi intención ser así, pero al verte con... mejor olvídalo. Lamento que hayas tenido un mal día.

Tristan revolvió su corto cabello con su mano, exasperado por algún motivo. El silencio volvió como cae la noche, despacio pero tampoco pasó desapercibido. La tensión iba creciendo acorde los segundos que pasaban, haciéndome sentir como si estuviese atrapada en una jaula.

Sus disculpas me dejaron atónita por unos cuantos segundos, congelada en la vida real sin saber cómo reaccionar a aquellas palabras dichas con tanta sinceridad. Quizás no podía creerlo porque nunca un hombre se había disculpado conmigo de una forma tan sensata. Balbuceé intentando buscar las palabras correctas para decirle que lo olvidase, que ya está, pero no pude, su presencia me hacía sentir tímida. 

 La verdad es que me gustaría poder contarle, él me brindaba esa seguridad y confianza, pero, por algún motivo me sentía llena de timidez y no lograba sacar las palabras fuera de mi boca, como si mi lengua tuviese espinas. Al verle con la mirada gacha, el ceño fruncido y ambas manos en los bolsillos hizo que algo de mi diera un brinco y que las ganas de gritar internamente se apoderaran de mí. Me dieron ganas de lanzarme a sus brazos y besuquearle su cara, repitiéndole una y otra vez lo tierno que se veía enfadado, resemblando a un cachorrito que se ha enfadado con sus dueños por no llevarlo al parque; pero me contuve todo el camino a casa.  

Algo de mí me dijo que mantuviera al margen de todo esto, manteniendo el lenguaje formal para formar un tipo de barrera protectora entre nosotros. Sabía que no podía correr riesgo ahora y tras horas y horas de meditación, solo su rostro y nombre aparecían en mi mente, me estaba lentamente volviendo loca. Sabía que no había más explicación que Tristan me estaba gustado, pero mi roto corazón no me quería permitir más desilusiones ni llantos por amor, por lo que me volví una cobarde y decidí alejarme de el para evitar todo tipo de sentimientos.

Me despedí de él con un tímido beso en la mejilla para luego huir de allí como si mi vida dependiera de ello. Mis mejillas ya tintadas de un color rojo me delataron con mi muy emocionada hermana que se encontraba con algunos bolsos reposando a sus pies.

—Mamá dejó que me viniera a quedar contigo un tiempo. Dice que es mejor que te quedes conmigo ya que ella trabaja todo el día. — mi hermana soltó antes de que pudiera abrir la boca para reclamarle.

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