Parte 3

146 14 103
                                    


Los días transcurrían lentos, tranquilos y en perfecta armonía. En el Monte Paoz, aquella peculiar familia que cada vez crecía más, vivía relajadamente, excluida de la abrumadora y molesta ciudad.

Para dos de ellos en especial, que adoraban la naturaleza por encima de todo, aquello era como el paraíso, ¿y qué mejor lugar para entrenarse juntos a diario?

Piccolo cada vez estaba más asombrado con su reciente alumna. Llevaban poco tiempo y no le quedaba más remedio que reconocer que aquella mujer era una fuera de serie. Hacía demasiado tiempo que no sentía la adrenalina propia de un combate en toda regla y ella se lo estaba proporcionando frecuentemente. Cada golpe que daba era incluso más fuerte que el anterior. A esto había que añadir su espectacular poder mental, el cual no dudaba ni un segundo en usar en su propio beneficio para ganar cada pelea.

Más veces de las que estaba dispuesto a aceptar acababa completamente magullado, pero obviamente orgulloso del nuevo talento que estaba formando.

Eterna se abalanzó sobre él elevándose en el aire para estar en su mismo terreno. Piccolo últimamente había estado ensimismado en sus pensamientos, aquellos que le obligaban a recordar cada detalle de su pequeño percance en el río días atrás. Tal era la confusión que llevaba por dentro que se desconectó por completo, incapaz de percibir la patada lateral que le había lanzado ella, impactando justo en sus costillas.

El golpe fue brutal y Piccolo salió disparado por los aires, cayendo en picado contra el suelo rocoso. Se quedó allí tendido, incapaz de moverse por el aturdimiento. Se reprendió mentalmente por estar pensando en estupideces en medio de un entrenamiento, aunque reflexionando con calma siempre llegaba a la misma conclusión: aquello no era ninguna estupidez, sin lugar a dudas.

Necesitaba desprenderse de todo aquello, comprenderlo para por fin poder ponerle nombre a toda esa maraña emocional que ocupaba su mente.

Eterna, que seguía levitando, bajó rápidamente al darse cuenta de que Piccolo no movía ni un dedo. Preocupada, pensó que tal vez se había pasado con el ataque y al llegar junto a él se arrodilló para comprobar que estuviera bien.

-Lo siento mucho Piccolo, pensé que esquivarías el golpe...

-No te preocupes, no ha sido tu culpa –respondió como si nada hubiera pasado.

Eterna se quedó estupefacta al comprobar que pese a todo el empeño que hubiera puesto en sus ataques, Piccolo se movía sin queja alguna. Era asombrosa la fortaleza que poseía, por descontado era evidente dado el gran guerrero en el que se había convertido gracias a su perseverancia y fuerza de voluntad... una voluntad de hierro tan implacable que en su ser no había cabida para nada más. O eso pensaba ella, porque de haber sabido los pensamientos que recorrían la mente de Piccolo, probablemente las cosas habrían sucedido de un modo distinto.

-A pesar de no estar muy herido no se te ve bien. Deberías descansar, ¿necesitas algo? –se ofreció.

-Tranquila, estoy bien. De todos modos por hoy hemos entrenado bastante, no hemos parado desde el amanecer.

-Cierto. En ese caso espero que mañana estés en plena forma para seguir peleando.

-Eso ni lo dudes, Eterna...

Ella se quedó contemplando la posibilidad de marcharse y terminar el día sin hacer nada en especial, pero al ver que a Piccolo le costaba un poco moverse, sacó a relucir su férreo carácter y cargó con él hasta su casa, soportando las múltiples quejas y muestras de orgullo que éste le profesaba. De todos modos, y siendo tan insólita como era ella, obvió completamente todo ese despliegue de hombría y siguió rumbo a su casa arrastrándole, casi literalmente.

Lunas de Recuerdos OlvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora