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Jamas fui partidaria de pensar que los ojos son el reflejo del alma. Que en ellos puedes ver un mar infinito de sentimientos, deseos y culpas. Que si los mirás atentamente, las palabras sobran.
Nunca.

Hasta ahora, que Ignacio está rozando su nariz con la mía, creando un contacto dulce y peculiar. Su respiración choca contra mis labios, contra mi boca, que se empieza a abrir de a poco, brillosa y ansiosa por sentir aquel dulce sabor.

Él también los abrió y en un vuelco repentino de inconsciencia, miré sus ojos.

Los ojos, chabon, los ojos.

Brillando a más no poder, como dos estrellas juntas. Que bailan en un vaivén de sentimientos.

No sé como había deducido todo eso con mirarle los ojos. Pero, ahí entendí, que por momentos, toda esa mierda que se lee, puede llegar a ser cierta.

Si, por más voladas y cursis que sean.

Por ahí son verdad. Como el brillo de Ignacio, en sus ojos, y en su boca, como el brillo que desprendían sus facciones.

Todo en él es brillo, todo.

Y me gusta tanto que sea así.

𝕭𝖗𝖎𝖑𝖑𝖆 - Ecko Donde viven las historias. Descúbrelo ahora