Acusación

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Yuya miraba desde la ventana de su casa como apenas pasaba medio día. Estaba encerrado en su montaña de cojines y de cobijas, aquel pequeño lugar que lo alejaba del mundo. De que solo se había parado desde la noche anterior para dos cosas, una para ir al baño y comer, y la otra para poner en frente de la puerta de entrada y oír a Yuto intentar entrar o hablarle para calmarlo. Se hacia allí, a esa distancia tan peligrosa y dolorosamente cercana para poder recordarse que no debía de ir, que quedarse así escondido era lo mejor. Había escuchado a Yuto en la mañana perfectamente, mirando a la puerta y decidiéndose si quedarse era lo mejor para él. No tenía ninguna excusa válida para faltar a clase ese día. Absolutamente ninguna. Faltar sería razón de una sanción terrible.

Pero tenía miedo, sabía que si se enfrentaba a Yuto no podría encararlo sin lanzarse a llorar a lágrima viva. Sin siquiera poder resistirse. Porque lo sabía, sabía que no podría evitarlo, ni que en ninguna parte no lo viera. Estaba condenado a quedarse, quedarse sería cuan malo que decían que era, pero en ningún momento sería peor que verlo sufrir.

Pero su cabeza a veces iba más allá para sobre pensar las cosas, le trataba de decir algo que no solía pensar y que mucho menor quería pensar. Era nada más y nada menos que su propia falta en el lugar, el cómo le afectaría al otro. En otras palabras, pensaba en como abandonarlo había sido una idea espantosa. Algo tenía que pasar en ese día de escuela mientras él no estaba, algo que quizá no le gusta. Algún golpe, algún moretón, lo que sea que le hicieran a Yuto que pudiera lastimarlo. La culpa lo consumía, la duda también. Eso era lo único que quizá lo mantenía allí, esperando a que algo pasara, el de ojos grises no lo odiaba, se lo había dicho ayer y se lo dijo hoy igualmente. Y eso lo mantenía bien. Al menos una persona a la que creía que le había hecho daño le seguía diciendo que lo apreciaba.

O al menos así lo haría hasta recibir las consecuencias.

Yuto no lo odiaba aún porque no había sufrido las consecuencias de ser su amigo. Esperaba que si él podía quedarse perpetuamente en ese lugar, un día Yuto le dijese que lo odiaba, que le había causado golpes, que él le había ofrecido su amistad pero que él solo lo recompensaba con heridas. Que tener esa relación con él le dolía, que le costara demasiado caro a su cuerpo, que era mejor que se separasen y se fuesen por caminos separados. Porque lo iba a hacer. Iba a cansarse de tener que soportar a esos pesados por él. Iba a soportarlos solo y se cansaría. Y si ese momento llegaba, si Yuto dejaba de creer en él y le demostraba firmemente que no se lanzaría a unas vías del tren por él como había demostrado que era capaz de hacer, él mismo se lanzaría. No tendría mucho más nexos a los que ligarse. Dejaría de ser una carga a su madre, olvidaría el divorcio ocurrido con su padre, ellos ganarían y Yuto no tendría ya más de que preocuparse. Todos ganaban. Todos estarían bien.

Empezó a llorar una vez más una vez pensó en todo aquello. Estaba cansado, estaba ligeramente mareado y sobre todo, quería dejar de hacerle daño a una de las personas que más haría por él.

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Al llegar el día miércoles, cuando aún no se cansaba de su castigo hacia a sí mismo ni mucho menos de las barritas de cereal y los almuerzos que comía parcialmente, su madre entró con un portazo a su habitación. Yuya tembló en miedo y la miró con horror. Su madre nunca entraba en su habitación de esa manera y mucho menos con ese aspecto tan furioso que tenía.

—¿¡Cómo se te ha ocurrido?!—exclamó ella. El de ojos rojos bajó la mirada y tembló en miedo—Dios mío, Yuya, ¿cómo se te ocurre hacer esto? ¿Después de tantos años que he confiado en ti, ahora me pagas de esta manera? ¿No yendo al colegio porque no se te da la gana?—Yuya apretó los nudillos. Aceptaría que se lo dije, era doloroso, pero era su madre. Sabía que eso es lo que tenía que hacer. Porque él había huido como un cobarde, y no tenía justificación alguna posible. Había cometido dos errores garrafales—¿Es en serio? Te lo pregunté muchas veces, le lo dije muchas veces. Me lo prometiste, me prometiste que ibas a ir todos los días, que esto era más un acto de autonomía. Me prometiste que nunca harías algo como esto incluso si no querías ir. ¿Cómo voy a creer en tu palabra después de esto?

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