Onceava pesadilla.

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Subo las estrechas escaleras del sótano, mi cuerpo comienza a volverse pesado y trato de subir con mucho cuidado para no caer.

André va detrás de mí sin alejarse en ningún momento, puedo oír su respiración pesada por encima de mi hombro.

Tomo la perilla de la puerta y antes de girarla él coloca su mano sobre la mía.

—Más te vale no correr, si lo haces no tendré piedad de ti.

La giro, el destello de la luz artificial es invasora ante mis ojos. André avanza hacía una puerta de caoba y se queda de pie frente a ella mientras me señala otra puerta aún más pequeña.

—Esa es la puerta del baño, ahí hay jabones, toallas y ropa limpia. No se te ocurra poner el seguro a la puerta, aquí estaré si necesitas algo más.

—No quiero que estés al lado de la puerta mientras me ducho.

—No es si quieres, lo voy a hacer te guste o no.

Hago una mueca antes de entrar al baño. En el sótano solo había una letrina donde hacía mis necesidades pero en ningún momento pude bañarme y quitar la suciedad que me impregna cada día.

Comienzo a visualizar el baño, es pequeño y tiene un espejo pegado a la puerta, la bañera está a unos pasos de mí y al lado del retrete hay una rejilla.

¡Una rejilla!

—¿Por qué tardas tanto?

El golpeteo de la puerta me hace brincar y notar que esa debe ser mi oportunidad.

—Me quitaba la ropa, no es fácil cuando te duele el cuerpo.

Me dirijo a la bañera y abro el grifo para que comience a caer el agua dentro.

Le pongo el cerrojo a la puerta y jalo la rendija tratando de hacer el menor ruido posible.

Jalo, jalo y jalo hasta que la rendija cede.

Es mi oportunidad.

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La oscuridad me impide observar más allá de la débil luz del artefacto entre mis manos. Subo las escaleras que me conducen a la parte más alta de aquel edificio abandonado. En cada escalón pierdo la respiración.

Necesito concentrarme para salvar a mi hermano, no pude llamar a la policía puesto que si lo hacía André iba a matarlo y no podría soportar una pérdida.

Cada escalón es un infierno, cada escalón es una bomba que va a estallar en cualquier momento, cada escalón es un millón de años.

Llego a la cima después de que se me hiciera una eternidad.

—¿André?

Nada.

—¿Dónde estás?

Silencio.

—¿André...?

Una risa envuelve el entorno en el que me encuentro. No logró localizar de donde viene así que enfoco a todos los lugares posibles con la "alta" luz de mi celular.

—Aquí me tienes, suelta a Kile.

—Él no está aquí, amor.

Lo veo, recargado en una pared al lado de la única puerta que lleva a la salida.

*Un recuerdo más*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora