Cap.2

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El escalofrío que sintió ante las palabras de Yare le llegó hasta los huesos, y eso que el calor era agobiante. Y ella no se asustaba fácilmente. Bueno, a no ser que su amiga estuviera involucrada con una de sus ideas típicas de “mamá gallina”.
— ¿No será otra sesión de espiritismo?
— No, esto es mejor.
En su interior, ___ se encogió y comenzó a preguntarse qué sería de su vida en esos momentos sihubiese tenido una compañera de habitación normal el primer año en Tulane , en lugar de Yarelys Quiero Ser Una Gitana Traviesa. De algo estaba segura: no estaría discutiendo de su vida sexual en medio de una calle llena de gente.
En ese momento, se fijó en lo diferentes que eran. Ella soportaba el húmedo calor con un ligero vestido sin mangas de seda color crema, de Ralph Lauren, y llevaba el pelo oscuro recogido en un sofisticado moño. En contraste, Yare llevaba una larga y vaporosa falda negra con un ceñido top de tirantes morado que apenas le cubría sus generosos senos. El pelo castaño y rizado, que le llegaba a los hombros, estaba recogido con un pañuelo de seda negra, con motas semejantes a las de un leopardo. El atuendo se completaba con unos enormes pendientes de plata, en forma de luna llena, que colgaban prácticamente hasta los hombros. Sin mencionar el yacimiento de plata que se había colocado en ambas muñecas, en forma de ciento cincuenta pulseras. Pulseras que tintineaban cada vez que se movía.
La gente siempre había reparado en sus diferencias físicas, pero ella sabía que Yarelys escondía una mente astuta y una gran inseguridad bajo su «exótico» atuendo. Por dentro, se parecían mucho más de lo que cualquiera podía imaginar.
— Excepto en la extraña creencia que Yare había desarrollado por el ocultismo.
Y en su insaciable apetito sexual.
Acercándose a ella, Yare dejó el libro en las manos —poco dispuestas a cogerlo— de ________ y comenzó a pasar hojas. Se las arregló para no dejarlo caer.

Y para no poner los ojos en blanco por la exasperación que la invadía.
— Encontré esto el otro día, en esa vieja librería que hay junto al Museo de Cera. Estaba
cubierto por una montaña de polvo; intentaba encontrar un libro sobre psicometría cuando de
repente vi éste, ¡Voilà! —dijo señalando triunfalmente a la página.
_______ miró el dibujo y se quedó con la boca abierta.
Jamás había visto algo parecido.
El hombre del dibujo era fascinante, y la pintura estaba realizada con asombroso detalle. Si no
fuese por las marcas dejadas en la página al haber sido impresa, se diría que se trataba de una
fotografía actual de alguna antigua estatua griega.
No, se corrigió a si misma: de un dios griego. Estaba claro que ningún mortal podía jamás tener
esa pinta tan fantástica.
Gloriosamente desnudo, el tipo exudaba poder, autoridad y una aplastante y salvaje sexualidad.
Aunque su pose pareciera ser casual, daba la sensación de estar contemplando un depredador listo
para ponerse en acción en cualquier momento.
Las venas se le marcaban en aquel cuerpo perfecto que prometía poseer una fuerza inigualable,
diseñada específicamente para proporcionar placer a una mujer.
Con la boca seca, _______ observó los músculos, que tenían las proporciones adecuadas para su
altura y su peso.

Contempló la profunda hendedura que separaba los duros pectorales y bajó hasta el estómago
—esculpido con forma de tableta de chocolate—, que suplicaba ser acariciado por una mano
femenina.
Y entonces llegó al ombligo.
Y después a…
Bueno, no se les había ocurrido tapar aquello con una hoja de parra. ¿Y por qué deberían haberlo
hecho? ¿Quién, en su sano juicio, iba a querer ocultar unos atributos masculinos tan estupendos? Y
siguiendo con aquella línea de pensamiento, ¿quién necesitaría un conso*lador con pilas teniendo
aquello en su casa?
Se humedeció los labios y volvió a la cara.
Mientras contemplaba los afilados y apuestos contornos del rostro, y los labios —con una
diabólica sonrisa apenas esbozada _______ le asaltó la imagen de una ligera brisa agitando esos
marrones mechones, aclarados por el sol, que se ensortijaban alrededor del cuello, especialmente
diseñado para cubrirlo de húmedos besos. Y de aquellos penetrantes ojos de color marrón claro,
mientras alzaba una lanza sobre la cabeza, y gritaba.
El sofocante aire que le rodeaba se estremeció ligeramente de forma repentina, y le acarició las
partes de su cuerpo expuestas a la brisa.
Casi podía escuchar el profundo timbre de la voz del tipo, y sentir cómo aquellos musculosos
brazos la envolvían y la atraían hacia un pecho duro como una roca, mientras su cálido aliento le
rozaba la oreja.

Un Dios Griego (HOT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora