Cap. 6

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Abrió la boca para responder su pregunta, y no dijo nada. ¿Qué iba a hacer con este
hombre?
Aparte de “aquello”.
Movió la cabeza con incredulidad.

— ¿Qué se supone que voy a hacer contigo?

Los ojos de él se oscurecieron por la lujuria e intentó tocarla de nuevo.

*¡Oh, sí!* le pedía su cuerpo, *por favor, tócame por todos sitios.*

— ¡Para! —espetó, dirigiéndose tanto a Harry como a sí misma; se negaba a perder el control.

La cordura gobernaría la situación, no las hormonas. Ya había cometido ese error una vez, y no
estaba dispuesta a repetirlo.

Subió de un salto un escalón más y lo miró directamente a los ojos. ¡Jesús, María y José!,
era fantástico. El cabello castaño le caía en ondas hasta la mitad de la espalda, donde

estaba sujeto por una tira de cuero marrón. Excepto tres finas trenzas acabadas en pequeñas
cuentas de cristal, que oscilaban con cada uno de sus movimientos.

Las cejas, de color oscuro, se arqueaban sobre unos ojos fascinantes a la par que
terroríficos. Y esos ojos la estaban mirando con más pasión de la que debieran.

En ese momento desearía poder matar a Yarelys, sin ninguna duda.

Pero no tanto como le gustaría meterse en la cama con este hombre y clavar los dientes en
esa piel dorada.

*¡Déjalo ya!*

— No entiendo lo que sucede —dijo al fin. Tenía que pensar; descubrir lo que debía hacer—.
Necesito sentarme un minuto y tú… —deslizó los ojos sobre el magnífico cuerpo—. Tú
necesitas taparte.

Harry puso una expresión crispada. Era la primera vez en toda su existencia que alguien le decía
eso.

De hecho, todas las mujeres a las que había conocido antes de la maldición, no habían hecho otra
cosa que intentar arrancarle la ropa. Lo más rápido posible. Y después de la maldición, sus
invocadoras habían dedicado días enteros a contemplar su desnudez mientras pasaban las manos por
su cuerpo, saboreando su presencia.

— Quédate aquí un momento —le dijo ________ antes de subir a toda prisa las escaleras.

Harry observó el vaivén de sus caderas mientras subía los peldaños y su miembro se endureció al instante. Echó un vistazo a su alrededor con los dientes apretados, en un intento por ignorar el
ardor que sentía en la entrepierna. La clave estaba en la distracción; al menos hasta que ella
claudicara.
Lo cual no tardaría en ocurrir. Ninguna mujer podía negarse por mucho tiempo el placer
de tenerlo.

Con una amarga sonrisa ante aquella idea, contempló la casa.
¿En qué lugar y en qué época se encontraba?


No sabía cuánto tiempo había estado atrapado. Lo único que recordaba era el sonido de las
voces a lo largo del tiempo, el sutil cambio de los acentos y de los dialectos según pasaban
los años.

Mirando la luz que se encontraba sobre su cabeza, frunció el ceño. No había ninguna
llama. ¿Qué era esa cosa? Los ojos se le llenaron de lágrimas, irritados, y desvió la vista.


Eso debía ser una bombilla, decidió.


«Oye, necesito cambiar la bombilla. Hazme el favor de darle al interruptor que está junto
a la puerta, ¿vale?»


Mientras recordaba las palabras del dueño de la librería, miró hacia la puerta y vio lo que
supuestamente debía ser el interruptor. Harry se alejó de las escaleras y apretó el pequeño
dispositivo. De inmediato, las luces se apagaron. Volvió a encenderlas.


Sonrió sin proponérselo. ¿Qué otras maravillas le aguardaban en esta época?


— Aquí tienes.


Harry miró a ___________ que estaba en la parte superior de la escalera. Le arrojó un largo rectángulo de tela verde oscuro. La sostuvo sobre el pecho mientras la incredulidad lo dejaba perplejo.


¿Había dicho en serio lo de cubrirle?


Qué extraño. Frunciendo más el ceño, se envolvió las caderas con la tela.




_____________ esperó hasta que se alejó de la puerta para mirarlo de nuevo. Gracias a
Dios, por fin estaba tapado. No era de extrañar que los victorianos insistieran tanto en el
asunto de las hojas de parra. Era una pena no tener unas cuantas en el patio. Lo único que
crecía allí eran unos cuantos acebos, y dudaba mucho que él apreciara sus hojas.

_________ se encaminó hacia la sala y se sentó en el sofá.


— Ayúdame, Yare —suspiró—. Me las pagarás por esto.


Y entonces, él se sentó a su lado, revolucionando todas las hormonas de su cuerpo con su
presencia.


Mientras se movía hasta la otra punta del sofá, _____________ lo miró cautelosamente.


— Así que… ¿para cuánto tiempo has venido?


*¡Oh, qué buena pregunta, _________! ¿Por qué no le preguntas por el tiempo o le pides un
autógrafo ya que te pones? ¡Jesús!*


— Hasta la próxima luna llena —sus gélidos ojos dieron muestras de un pequeño deshielo.

Y, mientras deslizaba su mirada por todo su cuerpo, el hielo se transformó en fuego en
décimas de segundo. Se inclinó sobre ella para tocarle la cara. __________ se incorporó de un
salto y puso la mesita del café como barrera de separación.


— ¿Me estás diciendo que tengo que aguantarte durante todo un mes?
— Sí.

Conmocionada, _________ se pasó la mano por los ojos. No podía entretenerlo durante un mes.

¡Un mes entero, con todos sus días! Tenía obligaciones, responsabilidades. Hasta tenía que
buscar un pasatiempo.


— Mira —le dijo—. Lo creas o no, tengo una vida en la que no estás incluido.


Sabía, por la expresión de su rostro, que a él no le importaban sus palabras. En absoluto.


— Si crees que estoy encantado de estar aquí contigo, estás lamentablemente equivocada.

Te aseguro que no elegí venir.
Sus palabras consiguieron herirla.

— Bueno, “cierta” parte de ti no siente lo mismo —le dijo mientras dedicaba una furiosa
mirada a aquella parte de su cuerpo que aún estaba tiesa como una vara.


Él suspiró al echar un vistazo a su regazo y vislumbrar la protuberancia que sobresalía
bajo la toalla.


— Desafortunadamente, tengo tanto control sobre “esto” como sobre el hecho de estar aquí.


— Bueno, la puerta está ahí —dijo señalándola—. Ten cuidado de que no te golpee el trasero
al cerrarse.

— Créeme; si pudiese irme, lo haría.

__________ titubeó ante sus palabras, ante su significado.


— ¿Quieres decir que no puedo ordenarte que te marches?, ¿ni que regreses al libro?

— Creo que la expresión que usaste fue: “bingo”.

______ guardó silencio.

Harry se puso de pie lentamente y la miró. Durante todos los siglos que llevaba condenado,
ésta la primera vez que le sucedía una cosa así. El resto de sus invocadoras habían sabido lo
que él significaba, y habían estado más que dispuestas a pasar todo un mes en sus brazos,
utilizando felizmente su cuerpo para obtener placer.

Jamás en su vida, mortal o inmortal, había encontrado a una mujer que no le deseara
físicamente.

Era…
Extraño.
Humillante.
Casi embarazoso.

Un Dios Griego (HOT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora