El reloj

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Ya era de día y Lance se revolvía entre las sábanas parcialmente destapado debido a que la temperatura había subido en comparación a la fría noche que había pasado. Miró el reloj que tenía en su mesita de noche: eran las diez.

Se maldijo a sí mismo. Quería haberse despertado antes para hacer algunas cosas con Keith. Oh, hablando de él, ¿dónde estaba su novio? No estaba en la cama y su pijama doblado estaba sobre el escritorio de la habitación.

Decidió cambiarse para bajar a desayunar. Cuando estuvo listo cogió la llave y abrió la puerta. Pero antes de salir se percató de que no llevaba el reloj dorado, por lo que retrocedió, lo cogió de la mesita y se lo puso. Ahora estaba listo.

Bajó las escaleras y en la mesa del comedor encontró un vaso de zumo y un plato con dos tostadas de mermelada de fresa que olían deliciosamente. Se bebió el zumo muy satisfecho, pero al coger la tostada su estómago decidió hablar por él y con un retortijón le comunicó que no quería algo como eso. Lance tenía problemas si desayunaba lo mismo durante muchos días seguidos. No podía tirar las tostadas a la basura sin que su madre se enfadara, así que a regañadientes le dio un mordisco a la tostada.

Como si estuviera leyendo su mente, la señora McClain salió de la cocina y saludo a su hijo:

—Lance, por fin te despiertas. ¿Está bueno el desayuno?

El castaño asintió intentando no pensar demasiado en la sensación que le provocaba el paso de las tostadas por su garganta. Si encontrara a un genio le pediría que los humanos no tuvieran que desayunar. Sería perfecto. No tendría que sufrir.

—Tu padre ha dicho que vayas a ayudarle a la tienda. Ya sabes que por estas fechas tiene mucha clientela y necesita que alguien le eche una mano. Tus hermanos se han escaqueado como siempre.—la señora suspiró para después acariciarle los cabellos a su hijo.

Lance también suspiró. No le apetecía ver a su padre y mucho menos ayudar en la tienda después de todo lo que había hablado con Keith. Pero no podía hacer nada para evitarlo o sería peor.

—Mamá, ¿y Keith?—preguntó mientras observaba la segunda tostada pensando en si podría soportar un bocado más.

—Oh, se ha ido hace unas horas. Hasta ha lavado los platos de la cena y el desayuno. Ha dicho que iba a dar una vuelta. Pero no sé adónde.

—Ya podría haberme despertado.—murmuró mientras intentaba resistirse a la tentación de tirar la media tostada que le quedaba al suelo que llevaba unos días sin ser barrido.

—Ah, me dijo que no fuera a despertarte. Que anoche dijiste que estabas cansado y que querías dormir hasta tarde.

El chico de ojos azules intentó esconder su sorpresa. Tal vez Keith quería que Lance descansara apropiadamente debido a lo emocionalmente cansado que había quedado por la charla. Sí, eso debía ser.

Le dio las gracias interiormente.

El joven sonrió y tras pedirle a su madre que cambiara el desayuno del día siguiente, se despidió y salió a la calle. La gente reía y observaba asombrada y curiosa la gran cantidad de tiendas ambulantes que acogía Voltron durante la Caída. Varias personas se detenían para oler los famosos y misteriosos perfumes del reino de Balmera mientras que otros piropeaban a los bailarines y bailarinas que efectuaban un espectáculo callejero con músicos de diversas procedencias.

A Lance le encantaba ese ambiente tan alegre. Caminó un rato hasta llegar al mercado central donde había aún más gente. Todo estaba más animado que de costumbre. Por poco se paró en una tienda para comprar una lanza, pero al recordar que su padre le esperaba en la tienda abandonó la idea y siguió su camino.

Entre arena y engranajes [Klance]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora