Montaña rusa: bajada

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Todo su cuerpo temblaba. No podía moverse. Todo a su alrededor pasaba muy lentamente. Vio como con expresión asombrada los vagabundos rápidos como un rayo iniciaron una increíble persecución siguiendo a la ladrona. A Nyma. Una desagradable sensación que le ahogaba dificultándole respirar y le revolvía el estómago se introdujo en su cuerpo. El frío de la noche no le ayudaba.

Nyma. Nyma... Su amiga... No... No podía haber... Y ya no pudo más. Gritó como si estuviera siendo torturado. Como si le hubieran disparado tal y como él mismo le había hecho a aquel borracho. Con el reloj, Nyma se había llevado algo más. Algo que sólo le pertenecía a sí mismo. Su corazón.

***

Con veloces zancadas huía de sus perseguidores. Se notaba mucho que Nyma era una bailarina más que experimentada. Bueno, y también que las calles de los barrios pobres apestaban más que cualquier baño público. Atravesó una larga calle poco iluminada por farolas en mal estado. Giró una esquina. Delante de sus narices se topó con algo que le sería de ayuda. Sonrió. Era perfecto.

Escuchó las respiraciones y los pasos de los guardias repiquetear contra el asfalto. Solo un segundo más. ¡Ya! Justo cuando los dos hombres atravesaron la entrada del oscuro callejón empujó un gran contenedor de basura que por poco aplastó a uno de ellos. Sin embargo, sólo le golpeó en la cabeza tirándole al suelo un instante. Y, sí, le ralentizó un poco pero no lo suficiente, pues al segundo ya estaba de nuevo en pie.

Maldijo algo en voz alta y volvió a correr. O al menos lo intentó. Una mano le agarró por el brazo. El guardia le había atrapado.

—¡Suelta el reloj! Y ni se te ocurra. —le ordenó el hombre que la sujetaba. Su compañero sacó del disfraz un cuchillo.

Nyma no opuso resistencia. Les tendió el objeto que llevaba en la otra mano. Las farolas averiadas parpadearon débilmente. Arrojaron luz no sólo al tesoro, sino también a la sonrisa de la chica.

—¿Qué...?—balbuceó un guardia.

Eso no era el reloj. El guardia tenía entre sus manos un pedazo de metal deforme con varios agujeros irregulares. Era casi redondo, de un brillante tono dorado que en el centro tenía dos manchas azuladas. Y la cadena que tenía atada era increíblemente fina. Sin duda, podía romperse fácilmente.

—Me parece que alguien os la acaba de colar muy fuertemente.—habló muy orgullosa la chica. Estaba tranquila. Del bolsillo se sacó un papel que había sido doblado varias veces. Se lo dio a uno de los guardias que por su expresión parecía no entender qué estaba pasando.— A estas alturas Lance ya debe de estar muy lejos de aquí.

***

Con un camello que había comprado y cargando con la pesada bolsa que había tirado Nyma que obviamente no contenía ropa, Lance había llegado sin problemas a la zona que señalaba el mapa que Shiro le había dado y que Pidge había preparado para él. El robo había sido una farsa. La actuación había sido perfecta. Y parecía que los guardias se la habían tragado. Menos mal.

Su plan era salir de la ciudad. Le había pedido a Shiro que fabricara un reloj falso mintiéndole sobre que lo iba a usar como señuelo por si alguien le atacaba de noche. Habría sido más fácil coger uno de los relojes de la tienda de su padre puesto que él mismo los fabricaba, pero con toda la discusión sobre su futuro trabajo no podía entrar así como así en la tienda.

Y en cuanto a los mapas, le había pedido a Pidge registros de los pasadizos secretos de la muralla con la excusa de que si atacaban la ciudad y estaba solo, debía saber por dónde salir. Ninguno de los dos había sospechado nada.

Entre arena y engranajes [Klance]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora