Carta roja

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Lance chilló. Gritó. No una vez, sino cuatro. Keith volteó la cabeza sobresaltado con un sudor frío recorriendo todo su cuerpo provocado por el miedo. Sin duda, había alguien debajo de la cama. Habría entrado por el ventanal que el alteano había cerrado antes.

Lance tenía una teoría sobre quién estaba ahí escondido. El hombre al que había matado. Podría haber sobrevivido de alguna forma. O ese podría ser su cadáver que alguien había dejado allí para incriminarle. Estaba seguro de que venía a vengarse de él. De su asesino. Entonces llegaron los padres del chico.

—¡Lance! ¡¿Estás...?!—la señora enmudeció al ver a Keith sobre su hijo de esa forma y encima con medio trasero al aire. El moreno sin poder hablar a causa del miedo señaló con el brazo tembloroso debajo de la cama y ambos adultos comprendieron lo que estaba pasando. El señor McClain les gritó a los hermanos de Lance que no se acercaran a la habitación.

Keith se apresuró a coger del suelo su cuchillo que estaba a su derecha y se subió el calzoncillo. Los McClain le iban a matar. Cogió aire algo nervioso y empuñó el cuchillo apuntando a la penumbra de la cama. Podía distinguirse la silueta de una persona.

—¡Sal!—le ordenó.

El intruso salió lentamente de su escondite. Iba vestido con una capa azul marino con capucha con detalles dorados. Debajo parecía llevar algún tipo de túnica. Sin dejar de apuntarle con el cuchillo, Keith le mandó que se quitara la capucha:

—¿Quién eres?—le dijo con determinación.

Y vieron su rostro. No era el intruso, sino la intrusa. Los tres McClain ahogaron un grito lleno de sorpresa lo cual extrañó al galra que apretó el cuchillo en sus manos dispuesto a atacar en cualquier momento.

—¡Espera, Keith!—le llamó su novio prohibiéndole el paso con una mano.—¿Allura?—murmuró estupefacto mirando a la mujer.— ¿Q-Qué haces aquí?

Keith creía haber oído mal. ¿Lance le había llamado a esa chica Allura? Se fijó en la chica. Sus puntiagudas orejas y marcas rosadas en las mejillas atrajeron su atención. Era una alteana pura. No era mestiza como la mayoría de los habitantes del reino que carecían de dichas marcas. Le atrajo aún más la delgada tiara dorada que llevaba en la frente. Parecía valiosa. Tenía una gema del mismo color que sus ojos en el centro. Eran de un tono azulado mucho más brillante que el de Lance. También tenía la piel mucho más morena que el alteano de ojos azules. La larga trenza de cabellos blancos que se había hecho no le hacía parecer malvada.

—Siento haberos asustado.—habló la intrusa muy calmada. Su voz era firme y directa. No mostraba ningún signo de vacilación o miedo— He venido de esta forma porque tengo que informarle urgentemente a Lance sobre algo.—el recién nombrado tragó saliva. Deseaba preguntarle muchas cosas a aquella joven— Daibazaal le ha declarado la guerra a Altea.

***

La pequeña habitación de la posada estaba totalmente en silencio. Sólo se oía el susurro de la pluma al pasar por el papel. El padre de Keith estaba escribiendo una carta a uno de sus proveedores. Firmó, metió la carta en un sobre amarillento y con cuidado pegó la solapa. Miró la hora del reloj que colgaba de la pared. Eran casi las cuatro. Debía irse a dormir. Ya mandaría la carta por la mañana.

Se quitó el chaleco blanco que llevaba puesto y sin cambiarse los pantalones se metió en la cama. Tenía que reconocer que le encantaba Altea. No sólo el clima le agradaba. Había algo más.

Se cubrió con las gruesas mantas azules e intentando ignorar el ruido de la gente que seguía de fiesta se dejó caer sobre la almohada. Aún podría dormir unas horas antes de tener que volver al mercado.

Entre arena y engranajes [Klance]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora