El oro del desierto

140 8 4
                                    

La arena se colaba en el interior de las casas como un invisible pero deseado invitado que era testigo de cada momento del día, de cada paso de cada habitante de la capital, de cada palabra y letra de la ciudad. Testigo de todo.

—Sí, papá. Estoy perfectamente—anunciaba una voz que reía con el teléfono pegado a la oreja.

Rodeada de un aroma a café recién hecho que no hacía otra cosa que despertar a poco a poco a la joven que hablaba removiendo casi inconscientemente el líquido oscuro de la taza que sostenía mientras su vista quedaba fija, como ausente sobre las paredes del color dorado de aquellas tierras.

—No hay nada por qué preocuparse, papá. El trabajo va de maravilla. ¿Quién diría que de un restaurante mediocre en Altea pasaría a ser una de las criadas principales de Allura? Sí, todavía no quiero que se lo digas a nadie. Será sorpresa. Sí, estoy encantada con el trabajo. Bueno, nos vemos luego, papá. Tengo que irme ya al trabajo. Te quiero.

—Ten cuidado con la guerra. Te quiero—se escuchó al otro lado de la línea, la voz de un hombre.

—Tranquilo, el alto al fuego sigue en pie. Hasta aquí han llegado varios heridos, pero Allura, Lotor y Alfor lo tienen todo controlado y les están ofreciendo ayuda. Confía en ellos. Saben lo que hacen. No me pasará nada.

Un lento resoplo se escuchó al otro lado:

—Lo sé, Romelle. Pero que estés tan lejos de casa en estos momentos me preocupa. Tal vez deberías de hacer como Keith e irte a otro reino que esté en paz hasta que pase todo.

La misma mención del nombre del galra le hizo recordar el tiempo que había pasado desde que se habían visto por última vez.

—¿Has visto a Keith? ¿Se va? ¿Dónde?

—Creo que se irá a Balmera dentro de poco. Es que pasó una cosa y vino anoche a la discoteca con su novio.

Sonrió sin siquiera desearlo y exclamó con emoción dejando casi sordo a Thace al otro lado:

—¡¿Keith tiene novio?!

Romelle escuchaba la risa de Thace. ¿Cómo no se lo había dicho?

—¿No te lo dijo cuando vino a despedirse de ti, Romelle?

—No, dijo que había tenido que irse de Altea por cosas de su padre. No me dio más explicaciones y tampoco le pregunté sobre cómo le iba ni nada, pero estaba un poco raro.

—Seguramente iría con prisas y no quiso entretenerse. ¿Te parece bien si hablamos en otro momento? Tampoco quiero que llegues tarde.

—¡Claro! ¡Tendrás que contármelo todo! ¡No te tienes que dejar ni un detalle!

—Vale, vale. Pero ve ya a trabajar o te echarán por tardona.—bromeó.

—Está bien, está bien. Nos vemos.

—Hasta luego.

Con un pequeño beep la llamada finalizó y con ella, en la pantalla apareció la hora. Las siete y media. Parpadeó varias veces.

¡¿LAS SIETE Y MEDIA?! ¡Quiznak! ¡Iba a llegar tarde!

Saliendo por la puerta de su casa invadiendo el aire con aromas entre el de moca por el desayuno y el de las flores que abundaban en su hogar, las calles de Voltron le sonrieron como sabiendo de su apuro regalándole un camino despejado.

Casi sin pararse a identificar cada puesto del mercado por el que pasó para atajar camino, dejó que sus piernas se movieran solas. Si algo se le daba bien a Romelle a parte de cocinar era su velocidad.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 23, 2019 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Entre arena y engranajes [Klance]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora