Dos desiertos

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"Han mandado a tu padre a la guerra".

El suave olor del café recién hecho acompañaba al señor McClain en sus noches en vela dentro de su despacho al final del pasillo de la planta de arriba. Un cliente le había entregado a última hora un reloj averiado que necesitaba con urgencia para el día siguiente. Merecía la pena aceptar tal encargo pues últimamente no había tenido demasiados clientes en la tienda.

La lámpara que colgaba del techo y la encargada de iluminar la habitación se mantenía firme en su posición. El adulto estaba totalmente concentrado en su trabajo. No le prestaba demasiada atención a la taza de café que aún casi vacía, sobre el escritorio dejaba escapar el humo como un reclamo a ser terminada.

El despacho era algo más pequeño que la habitación de Lance. Disponía de un escritorio marrón con pequeños cajones en un lateral. A su alrededor todo eran relojes. Grandes, pequeños. Los colgados en la pared eran como trofeos debido a la antigüedad del modelo o de la complejidad del arreglo. Otros pertenecían a los años en los que empezaba con el oficio. Todos eran muy importantes.

Ya casi había acabado el trabajo. A través de la lupa inspeccionaba al paciente de su operación para intentar encontrar alguna otra pieza defectuosa que pudiese impedirle al reloj funcionar correctamente. Pero no encontró nada. Colocó de nuevo el bisel, lo puso en hora y orgulloso contempló la recompensa de su duro esfuerzo: un bonito reloj que movía las manecillas. Era un modelo algo amarillento pero bonito. La correa marrón tenía varios arañazos y alguna diminuta mancha.

Se oyó un suave toc, toc en la puerta que le obligó al adulto a despegar la vista de su encargo. Un pequeño Lance de unos seis años asomaba por la puerta.

—Papá, ¿todavía estás despierto?

—Eso debería de decirlo yo, hijo.—contestó risueño sin dejar su puesto.

Corriendo el pequeño se acercó a la silla y antes de que su padre se diera, sin preguntar el chico ya estaba sobre las rodillas del adulto dispuesto a pasar con él la noche.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó con esos bellos ojos azules centelleantes de alegría.

—Trabajando. Ahora mismo he acabado de arreglar el reloj de un cliente.—explicó tendiéndole el reloj de pulsera.

Se escuchó un sonido de asombro acompañado de unas inocentes palabras que agarraron el pequeño objeto como si fuera una reliquia:

—¡Funciona! ¡Qué guay!

Su padre sólo sonrió observando a su querido hijo quien ahora no dejaba de repetir el sonido de las manecillas corriendo:

—Mira, Lance. ¿Ves esta pieza pequeña de ahí?—preguntó su padre cogiendo otro reloj. Señaló una diminuta pieza que a Lance le recordó la punta de una flecha que había visto en el libro de historia durante las clases con su profesor particular. Esta pieza era mucho más alargada— Se llama eje del volante. Es la que suele romperse más a menudo cuando un reloj recibe un golpe. ¿Ves como está rota? Lo que voy a hacer mañana va a ser sustituir esta pieza por una nueva.

—¡Quiero intentarlo!—exclamó.— ¡Por favor, papá!

Contemplando el precioso rostro de su hijo tomó una decisión:

—Adelante. Pero te advierto de que es muy difícil.

—Ya verás como lo arreglaré en un momento. ¡Me volveré famoso!

El adulto no pudo contenerse y acarició los castaños cabellos de Lance:

—¡Pues a qué esperas!

Entre arena y engranajes [Klance]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora