Estrellas de chocolate

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Los suspiros nocturnos de la princesa de Altea se los llevaba el frío viento junto con la arena que en palacio todos los sirvientes estaban hartos de barrer día tras día. Por la misma ventana por la que entraba el oro del desierto, la joven de largo cabello blanco observaba el brillo de la luna que había estado siempre en los momentos más felices de su vida.

En su nacimiento, durante las noches en las que sus padres le leían cuentos, en las largas noches de estudio, en su primer encuentro con Lotor en aquella llamativa fiesta en Daibazaal, cuando le pidió matrimonio a este y... también en los peores momentos. Todo lo de Lance estaba siendo muy duro.

Le había dicho a los McClain que ganarían la guerra y todo volvería a estar bien, pero... ¿de verdad podían hacer eso?

Alfor no era el mejor estratega del mundo y sus consejeros parecían un poco... perdidos. Tenían a un gran enemigo en su contra. Si lo pensaba bien, tal vez le había mentido a la familia de Lance. El único as en la manga que tenían estaba inservible según el rey. Suspiró. Tenían que hacer algo. No podían perder el reino.

—¿Todavía estás despierta?

Era Lotor. Acababa de entrar por la puerta al que ahora era el cuarto que los dos compartían. Allura sonrió al verle.

—Sí.—dijo apoyando los brazos y la cabeza sobre la ventana.— No puedo dejar de pensar en tu padre. ¿Por qué quiere el reloj? No creo que un arma de una cultura tan desconocida como la de Thayserix le sirva de algo.

La brisa que se levantó entonces hizo que el cabello blanco de ambos miembros de la realeza se columpiase en el aire.

—Zarkon conoce a mucha gente inteligente que haría cualquier cosa por un poco de dinero o fama.—Acercándose lentamente a su lamentablemente no esposa, le pasó un brazo por el hombro, reconfortándola.— Estoy seguro de que le han ayudado a descubrir cosas que nadie todavía sabe sobre los thayserixianos.

Allura le miró. Su voz siempre sonaba fría al hablar de Zarkon. Era normal. No se llevaban muy bien.

—Hay bastantes pergaminos, gravados y otras cosas por el mundo y nadie puede leerlas.—puntualizó la princesa.— Ni siquiera los dibujos sirven. No tiene ningún sentido. Me cuesta creer que haya alguien capaz de averiguar algo a estas alturas.

El hombre de piel morada se llevó una mano a la barbilla.

—Espera. Ahora que dices eso del sentido, tu padre me enseñó el templo del León.

Allura le miró sin entender nada.

—¿Qué quieres decir?

—Los dibujos tampoco tendrían sentido sin saber la historia con anterioridad o saber alteano, ¿no crees? Es decir, sólo hay dibujos del León. Sin saber nada podríamos llegar a cualquier otra conclusión errónea sobre la historia alteana. —hizo una pausa.— ¿Y si es eso lo que nos falta para descifrar los textos?

—¡Eso es! ¡Tienes razón!—saltó la chica.— ¡Necesitamos encontrar el contexto! ¡Podríamos intentar buscar referencias a hechos relevantes de la historia mundial! No sé, algún dibujo sobre una riada, una sequía o guerra cercana. Tiene que haber algo por lo que podamos empezar.

Estaba deslumbrante. Allura era capaz de todo: era lista, ágil, valiente... Era perfecta.

—Me alegra que te preocupes por los demás, pero no deberías sacrificar horas de sueño por ello. Ya haremos todo eso mañana.

Era verdad. Ya era tarde y estaba cansada de hablar todo el día con los guardias sobre el progreso de la búsqueda de Lance. ¿Estaría bien? Esperaba que sí.

Entre arena y engranajes [Klance]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora