El Accidente

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  — Realmente no entiendo como pudiste caer tan fácil. Era un movimiento simple papá! Pudiste haber acabado con mi reina! —No tenía remedio. Por mucho que intentara explicarle, mi padre no lograba dominar el ajedrez. Aunque en parte es gracioso verlo sufrir pensando en que pieza del tablero va a mover.

— Me estás diciendo que me estabas dejando ganar? —preguntó como si lo que dije le hubiese ofendido.

— No... —la falsedad se notaba en mi voz— De todos modos, yo gané —le dije mientras tomaba mi Reina Negra y la usaba para tirar abajo el Rey Blanco de Papá.

— Kate, no era necesario que hicieras eso.

— Sólo quería dejar en claro que gané. Ya sabes. Yo nunca pierdo.

— Eres igual a tu madre —dijo entre dientes.

— Que yo qué? —preguntó mi madre apartando la mirada de su libro por un segundo y dirigiéndola hacía el sillón dónde estábamos Papá y yo sentados.

— Me dijo que yo era igual a ti.

— No sabes decir algo más que no sean estupideces —respondió dirigiéndose a papá.

— Es cierto! Su cabello, sus ojos... Todo en esta niña es de ti. Además... Amas mis estupideces.

— Te amo a ti. Eres como un medicamento extraño. Me haces sentir bien, pero traes contigo efectos secundarios. Soportar tus estupideces es uno de esos efectos secundarios.

— Además, no soy una niña! Tengo 18! Ya puedo conducir un auto.

— Y lo hace mejor que tú —le dijo mi madre mientras le sacaba la lengua a mi padre.

Y así era la vida en mi casa. Unos padres con mentalidad de adolescentes criando a su hija adolescente. Suena extraño, pero cierto. Al parecer, esa era la razón de su felicidad, pese a que mis padres y yo nos llevamos 14 años de diferencia. No fue fácil para ellos, los dejaron solos a la deriva. Ninguno de sus familiares quisieron ayudarlos cuando se enteraron de mi existencia. Así que ellos son la única familia que conocí y la única que necesito. Y nos iba muy bien. Estoy a menos de un año de entrar a la universidad. Aunque... No sería la primera vez que estaría en una. Recuerdo perfectamente que cuando tenía cinco años, mi madre me llevaba a su universidad. Me decía que a pesar de mi edad, sabía que estaba en un lugar en el que no podía darme el lujo de hacer berrinches. De hecho siempre fui una niña calmada, así que no fue problema para mi madre tenerme en sus piernas mientras recibía esas largas clases.

— Ya... Debería irme —les dije a mis padres mientras tomaba mi mochila junto con mis llaves— sino quiero llegar tarde otra vez.

— Espera... —reaccionó inmediatamente mi madre— Otra vez?!

— Te quiero papá —le di un beso en la mejilla.

— Explícame eso de "otra vez"!

— Te quiero mamá —le dije después de abrir la puerta y salí afuera rápidamente.

Abrí la puerta del auto y entré. Después de encender el auto, esperé unos minutos a que se calentara. Saqué mi celular sólo para encontrarme con una cantidad de mensajes de mi amigo Tanner. Como soy de esas que les da demasiada pereza escribir en el teléfono, opté por hacer una video-llamada con él.

Al poco rato contestó.

— Kaaaate! —me dijo con una sonrisa dibujada en su rostro— No recibiste mis mensajes, o no los quisiste ver —su sonrisa se borró.

— Realmente acabo de encender el teléfono. Vi las notificaciones de tus mensajes, pero en vez de leerlos, lo que hice fue llamarte.

— Ya lo noté... Dónde estás?

La Marioneta [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora