Capítulo siete

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Cada día que pasaba sentía que me estaba internando en un túnel lúgubre y oscuro, uno que a primera vista no parece tener salida, pues no logras divisar la luz al final. Un túnel en el que cada vez que caminas más tienes la sensación de que no estás avanzando en lo absoluto. Sientes tus piernas inútiles porque no te ayudan a llegar hasta el final. Pero más que nada te sientes inútil por completo, por no poder lograr encontrar una solución a tu problema. Entonces piensas en qué estás haciendo mal, y te das cuenta que no lo sabes. No sabes nada en absoluto. Caes de rodillas, con el cuerpo y la mente rendidos, sintiendo que todo se te viene encima, que por todo lo que estás luchando no está sirviendo de nada. Y luego piensas que tu única escapatoria es olvidarlo todo, fingir que nada está pasando. Pero tu cabeza se niega a hacerlo. Y vuelves a caer en ese túnel sin salida, sintiendo que cada paso que das es inservible e inútil.

Por la mañana al despertar, bajé a desayunar con mis compañeros. Me seguía negando a decir que éramos una manada, porque me negaba a pensar que éramos animales.

Al llegar al comedor, descubrí que no había nadie en dicha habitación. Me extrañé. Siempre desayunábamos todos juntos. Antes de dirigirme a la cocina, mi oído se agudizó y logré escuchar un par de carcajadas y pedazos de conversaciones provenientes de la parte delantera de la casa. Salí y mi corazón se encogió, me entraron unas enormes ganas de echarme a llorar. Ahí estaban todos, desde Logan y Kyle que le estaba enseñando a jugar football americano a los chicos más grandes del hogar, pasando por Giselle que estaba junto a algunas chicas mejorando su puntería con el arco y flechas; también estaba Alondra, jugando con los más pequeños, y Chuck, que lo veía todo a la distancia, con una sonrisa paternal en su rostro.

Me acerqué a él, y me pasó uno de sus musculosos y robustos brazos por encima de mis hombros. Yo apoyé mi cabeza en el suyo y dejé que las lágrimas corrieran por mis mejillas.

—A veces, Lara, las cosas pueden ir bien —habló—. A veces es bueno saber que también somos personas —me miró— y no tan solo enfermos.

Asentí e intenté sonreír, tratando de que ningún sollozo se escapara de mi garganta. Cuando los vi así, de esa manera, siendo personas sin mayores preocupaciones, estando vivos, pude divisar una luz al final del túnel. Tenue, ligera, pequeña, pero ahí estaba, llamándome a que me acercara, a que luchara por ella. Y es que esos chicos eran mi mayor motivación, lo que me animaba a seguir luchando todos los días. Ellos eran mi familia.

Por primera vez en días, o tal vez semanas, si es que no fueron meses, sentí que la opresión que tenía constantemente anclada en el pecho se iba esfumando, dejándome respirar cada vez más. Inhalé hondo, cerré los ojos y por fin disfruté de mi agudeza en el olfato. Mi cuerpo se inundó del usual olor de la tierra húmeda, del aroma del bosque, tan fresco y relajante si te detienes a disfrutarlo. Algo que yo no hacía muy seguido.

Al abrir los ojos, un movimiento entre los árboles llamó mi atención. Una silueta escondida tras uno de los grandes troncos nos observaba a la distancia. Me alejé de Chuck musitando un Vuelvo enseguida y me fui internando en la inmensidad del bosque. La persona que se encontraba escondida se percató de mi presencia demasiado cercana y huyó. Y yo corrí tras él.

Yo era mucho más rápida y exploté esta ventaja hasta sentirme sin aliento, hasta sentir que el lobo amenazaba con salir, entonces tenía que bajar el ritmo. Pero ya lo había alcanzado. Me lancé contra el sujeto y ambos rodamos a través de las ramas secas y el césped del bosque. Forcejeamos hasta que habló.

—¡Está bien! ¡Está bien! —exclamó, rindiéndose. Su voz era ronca y musical. Hasta me pareció familiar—. Detente, ya me tienes.

Miré su rostro y un alarido brotó de los más profundo de mi ser. Me alejé profundamente de él, sin poder creérmelo aún. Y empecé a correr rumbo a mi hogar, escuchando su voz llamándome, diciéndome que parara, diciendo mi nombre. No dejé de correr, incluso cuando sentía que iba perdiendo el control y los gruñidos se escapaban de mi boca. No dejé de correr cuando los espasmos me invadieron. No dejé de correr cuando empecé a sentir el dolor en cada célula de mi cuerpo. Ne dejé de correr cuando mis huesos comenzaron a cambiar.

No dejé de correr cuando me convertí en mi propio demonio.

•••

Desperté adolorida por completo y cuando abrí los ojos, me di cuenta de que me encontraba en mi habitación, con ropa nueva puesta, sobre el edredón de mi cama. Con dificultad, me puse de pie y me dirigí al baño. Me miré al espejo, queriendo comprobar si de verdad era humana. Tenía una jaqueca que me taladraba la cabeza, y luego de tomarme una aspirina, bajé al comedor

Ahí se encontraban todos, con expresiones preocupadas en el rostro, que cuando me vieron se relajaron un poco más.

—¿Cómo llegué hasta aquí? —pregunté.

—Los alienígenas te abdujeron y te tiraron aquí —ironizó Giselle. Rodé los ojos.

—Te busqué luego de que desaparecieras en el bosque —respondió Chuck.

—¿Dónde está...?

—¿El chico al que perseguías? Justo detrás de ti.

Se me apretó el corazón y me di la vuelta con lentitud. Tuve que afirmarme del sofá para evitar caer. Ahí estaba él, más alto que la última vez que lo vi, más apuesto, más mayor.

Mi hermano, Cyrus.

Licantropía: ¿bendición o enfermedad? (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora