Capítulo ocho

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Sentía que los pulmones me fallaban, al igual que el corazón. No entendía por completo si lo que estaba viendo era del todo real o una simple ensoñación. ¿Cómo era posible? parecía completamente imposible. No sabía cómo reaccionar al verlo ahí, de pie junto a mí, con su cabello oscuro alborotado y sus grandes ojos esperanzadores, tan verdes como una esmeralda. Me sobrecogí al darme cuenta que ya no era un niño, que ya no era mi hermano pequeño. Y eso me dolió, porque significaba que no lo había visto crecer. Me quebré y comencé a llorar. Me temblaban las piernas y las manos. Quería acercarme pero me daba miedo hacerlo. Así que él lo hizo.

A paso lento, acortó la distancia y me envolvió con sus largos brazos. Ya estaba más alto que yo, así que apoyé mi mejilla en su pecho y me permití llorar todo lo que no había llorado desde que lo abandoné. Porque eso era un hecho, yo lo había abandonado. Yo tenía trece y él diez. Y habían pasado cinco años sin verlo porque no me lo permitía. No quería sufrir. No quería verlo vivir sin mí y ese pensamiento egoísta me impidió saber cómo estaba, si le había pasado algo o no. Y aquí nos encontramos. Porque sí, fueron cinco años en los pensé que estaba haciendo lo correcto. Ahora simplemente no lo sé.

–Yo... Yo... lo siento –balbuceé–. No debí hacerlo... Yo...

–Hey, está bien, ¿sí? –Me miró a los ojos–. Lo único que me importa ahora es que finalmente sé que estás bien. Ahora comprobé que estás viva.

–¿Sabías que... que no estaba muerta?

–Por supuesto –confesó–. Nunca encontraron tu cadáver, así que aunque cuando la policía dijo que era imposible que estuvieras viva porque la ultima vez que se te vio fue entrando al bosque, donde probablemente los lobos terminarían por casarte, no les creí –dijo y soltó un suspiro–. Ahí me decidí que debía encontrarte.

Sentí un escalofrío cuando mencionó a los lobos. Sabía que esa había sido la causa de mi "muerte", pero nunca me hubiese imaginado que Cyrus no se la creería.

–Aún así me preguntó... ¿Por qué? –indagó y pude notar en su tono de voz que estaba dolido–. ¿Por qué te fuiste? No logro encontrar una razón.

Miré a Kyle, a Alondra, a Giselle, a Logan y por último, a Chuck. ¿Qué se suponía que debía decirle? ¿La verdad? Las personas son escépticas en este tipo de cosas. ¿Qué pasaría si no me creía? Saldría asustado y avisaría a las autoridades. ¿Qué pasaría entonces? Todo este acabaría de un mal modo.

–Es complicado de explicar... –dije.

–¿Qué tan complicado puede ser? No comprendo...

Nadie respondió. ¿Qué se podía decir? Hey, sí, lo que pasa es que somos licántropos, ¡sorpresa!

Escuché a Chuck suspirar.

–Es mejor que nos sentemos –mencionó–. Es una larga historia.

Nos acomodamos en la mesa del diminuto comedor y ahí comenzamos la historia. Le contamos todo. Desde lo que éramos hasta qué hacíamos ahí. No veía cambios en la expresión de Cyrus. Y eso me inquietaba. ¿Estará tomándolo en serio o como una mala broma? Tenía el estómago apretado al igual que la mandíbula. Sentía que mis manos sudaban y en mi cabeza se amontonaban miles de posibilidades.

Cuando terminamos de hablar, porque cada uno de nosotros aportó algo al relato, Cyrus se había quedado en completo silencio. Pasó su mirada por todos hasta que recayó en la mía.

–¿Todo esto es cierto? –inquirió.

–No te lo contaría si no lo fuera –confesé.

–No sé como creerles –dijo–. Hay que ver para creer.

–No es así de sencillo, Cyrus –expliqué–. No es algo que podamos controlar.

–Si es así, entonces no les creo. –Se levantó abruptamente de la mesa y voló hacia la puerta–. Están locos.

–Cyrus –lo llamé.

Lo miré a los ojos y vislumbré en ellos desconfianza, enojo y miedo. Miedo a lo desconocido.

–¿Cuándo te he mentido? –inquirí.

–Yo...

–Contéstame, Cyrus: ¿cuándo te he mentido? –repetí.

Suspiró.

–Nunca.

–¿Entonces por qué lo haría ahora?

–Yo... no lo sé.

–Solo... confía en mí, por favor –le supliqué.

Con una mano en el pomo de la puerta y los ojos mirando el suelo, Cyrus se debatía qué hacer. Quedarse y aceptarlo, o irse y volver a la normalidad.

Botó aire y se alejó de la puerta. Caminó hacia mí y se detuvo cuando estuvo al frente mío.

–Confío en ti, Lara. Siempre lo he hecho.

Licantropía: ¿bendición o enfermedad? (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora