28. Carta XVI

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Para el océano al que llegué a amar,

cada vez que permito a mis manos cansadas escribir mil letras para ti, me pregunto cómo debería comenzar. Y es que la duda me consume al pensar en cómo debería empezar a escribir una carta para alguien que no puede recordarme. ¿Sabrías acaso tú la respuesta? Quizás me atrevería a confesarte la verdad tras estas letras, si aquel día no hubieran pronunciado aquellas palabras tan frías que congelaron aquel corazón que latía tan solo para que pudieras caer en un sueño profundo bajo aquel árbol escuchando su melodía.

Sentado frente a aquella camilla blanca que comencé a odiar, esperaba cada día devorado por la impaciencia a que al fin abrieras los ojos, anhelando ser la primera figura que hallaras frente a ti al ser bienvenido por el mundo indulgente de nuevo.

Ahora desearía que el cielo no me hubiera permitido estar ahí aquella triste tarde.

Aún recuerdo tu expresión confusa al descubrirme ahí delante de ti con mil ruegos colgando de mis labios cuando nuestras miradas se cruzaron, y tú, con ese castaño oscuro reinando en tus ojos que parecían estar perdidos, musitaste:

-¿Quién eres?

Unas simples letras me asesinaron aquel día de la forma más cruel que jamás podría haber llegado a imaginar.

Y sin embargo, fuiste tú quien con la valería de un guerrero se atrevió a susurrar aquellas palabras a las que tanto temen los ingenuos.

La ironía del destino que se dedica a tan solo jugar con nosotros.

A pesar de todas las inseguridades que se resbalaban como cataratas por tus hombros y la incertidumbre que siempre te acompañaba, fueron tus labios quienes confesaron primero aquello que tu corazón gritaba. En aquella noche de verano en la que divisamos mil estrellas en la inmensidad de un cielo que parecía tan lejano, pregunté inocente en voz alta:

-¿Crees que es posible tocar el cielo?

En aquel momento no supe reconocer mi error, sin embargo, te levantaste de un salto y espetaste mirándome a los ojos:

-¿Y qué si no podemos? Estamos tan obcecados en querer llegar al cielo,
que olvidamos el suelo sobre el que caminamos. Mientras pueda mantenerme de pie aquí mismo, no me importa que mis dedos nunca rocen las nubes.

Quizás la avaricia fue mi pecado aquella noche, no lo sé, pero al distinguir amargura en mi mirada, te acercaste una vez más a mis cálidas manos y sin dudar ni por un segundo, te dignaste a poner en palabras tu mayor secreto.

-¿Por qué debería anhelar tocar el cielo si tú te hallas aquí?

Aquel día no comprendí con plenitud el gran significado que guardaban en ellas aquellas dos palabras.

-Te quiero.

Sin embargo, hoy desearía que jamás hubieras olvidado a quién se las dedicaste.

Bajo aquel cielo adornado con mil estrellas que brillaban tan solo para nosotros, te entregué aquel corazón que hasta ese instante había latido solo para ti.

A día de hoy, aún sigue en tus manos.

Sí.

Aunque ya no recuerdes aquello que respondí entre suspiros y esperanzas dulces en medio de la oscuridad que nos rodeaba, aún así, aún es tuyo. Quizás debería plasmar aquellas palabras que escaparon de mi boca al escuchar tu dulce voz, quizás así recordarás.

Te quiero.

mil cartas para el océano. | kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora