Capítulo 7.

73 18 3
                                    

10:07 a. m. Londres, centro de la ciudad. Zona sur.

—Y dime Ren, ¿Cómo has estado estos días?

—Bien, supongo —habló el hombre mientras tomaba asiento en el diván y se acomodaba a su gusto.

El psicólogo terminó de acomodar unos papeles en su escritorio y tomó su libreta para acercarse y tomar asiento en el sillón frente a su paciente.

—Eso no dice mucho — le sonrió con amabilidad —. Siento que hay algo que continúa molestándote.

—Quizás... un poco —suspiró Ren y tiró sus cortos cabellos hacia atrás, dejando que su vista se perdiera en el paisaje tormentoso de aquella mañana.

—Rose me ha dicho que has tenido más pesadillas últimamente. Cuéntame un poco sobre eso.

No puso por qué, pero esa petición llegó a ponerlo un poco incómodo. Era como si alguien le estuviera pidiendo que abriera su alma a los demás. No estaba seguro, pero sentía que eran sus recuerdos más preciados o al menos pedacitos de ellos, que luchaban por no desprenderse de su mente, y compartirlos con alguien más, no era una opción. Sabía que el trabajo del hombre era ayudarlo a recordar, pero ¿qué decirle? Aun se sentía algo reacio a los desconocidos. No por miedo, sino por... desconfianza.

—Ella siempre se está preocupando por mí. Solo son pesadillas. Tampoco es que sueñe con algo en específico, solo... voces.

—¿Voces? —se intrigó el profesional, acomodándose mejor en su sillón, anotando cada detalle en su libreta.

—Sí, verá... —Ren lo miró, encontrando al hombre muy interesado en lo que decía. Quizás hasta algo impaciente por que continuará.

—Prosiga Choi.

Ren asintió y tomó aire hasta que algo en su cabeza hizo clic.

«¿Choi?»

—¿Disculpe?

—¿Uhm? —el psicólogo lo miró luego de terminar con algunas anotaciones.

—Acaba de llamarme Choi.

Decir que en ese momento al hombre de lentes le tembló hasta la última célula de su cuerpo, no sería ninguna exageración. Literalmente, todos sus vellos se erizaron y su mente quedó en blanco por unos instantes, encontrándose en una encrucijada al no poder encontrar la manera de saltar ese pequeño detalle; ese pequeño –gran– error que había cometido.

—Choi... Choi... —comenzó a balbucear el hombre, como si estuviera pensando —. ¡Choi! Es verdad, cuento lo siento —rio escandalosamente, disimulando su gran nerviosismo —, el paciente que pasó antes de ti es Choi. Es todo un caso. Tiene un pequeño problema de depresión. Hace tiempo su Alzheimer ha avanzado y eso lo trae mal.

Ren lo miró, desconfiado, comenzando a dudar de su profesionalismo.

—No se supone que esas cuestiones de los pacientes son confi-

—Como decía, prosigue, Ren —lo cortó, tratando se ser simpático, cuando en realidad sabía bien que su mentira lo estaba metiendo en más problemas.

—Bueno... —susurró el pelinegro, pensando en qué decir. Nunca había confiado del todo en alguien más que no fuera Ágata o Rose y ahora sentía que mucho menos debía confiar en ese sujeto.

Una voz en su cabeza le repetía,

«No digas nada, no le hables de ellos»

—Estas voces... —continuó Ren —, bueno, no es que sean voces, o sí, no estoy seguro. Son como balbuceos y tampoco es como si identificara alguna de ellas o me trajeran recuerdos. Incluso llega a ser algo molesto —mintió, seguro de ya no querer seguir hablando sobre ello con ese hombre. Hasta ahora Ágata era la única que conocía a la dueña de sus pesadillas y prefería que las cosas continuaran así. 

—Está bien — habló el psicólogo, notando el repentino cambio en Ren. Sin duda, parecía ocultar algo —. Por ahora cambiaré tus medicamentos para que te ayuden a dormir tranquilo. ¿Te parece?

Ren asintió.

—¿Y con las migrañas? ¿Vas bien?

De nuevo, el pelinegro asintió.

—Solo llegan de vez en cuando, así que ya no tomo las medicinas.

El profesional asintió y realizó una nueva anotación.

—Asegúrate de no dejarlas, éstas que te recetaré ahora, tampoco. Puede que el dolor no esté presente todo el tiempo, pero es justamente porque las pastillas también funcionan para eso: evitar que las migrañas aparezcan.

—Está bien —respondió Ren, poniéndose de pie para estrechar la mano del contrario.



Una vez terminada la sesión, el hombre despidió a Ren y se dejó caer en el diván para recuperar fuerzas. El pelinegro podría haber perdido la memoria, pero no dejaba de ser muy inteligente o los demás, demasiado descuidados.

Repentinamente, el teléfono del escritorio comenzó a sonar. Aquel hombre se pudo de pie y atendió sin hacer esperar a la otra persona, pensando que se trataba de su mujer que estaba a días de dar a luz.

—¿Diga?

—¿Qué tal todo Kai? 

No necesitó saber nada, ese simple tono burlón logró que sus piernas temblaran porque sabía perfectamente quien era. Y como muchos, nunca era bueno recibir una llamada suya.

—Jefe...

—Quiero el informe de esta semana, Kai.

—B-Bueno... —carraspeó tras tartamudear un poco —. Choi parece seguir igual. Su memoria no ha regresado, pero continua con las pesadillas y oyendo voces de vez en cuando. Cambié su medicamento por uno más fuerte. Eso permitirá que su memoria continúe bloqueada. Podría tener efectos secundarios como olvidar los nombres de las personas con las que vive u otras cosas, pero es un detalle menor. Además, Rose ha mencionado unas flores. Dijo que parecen traerle recuerdos. Contrataré a unas personas para que quemen el invernadero esta misma noche y todo parezca vandalismo.

—Perfecto, Kai. Me fascina tu rapidez para controlar la situación.

El hombre sonrió al sentirse aliviado de no estar en problemas. Quizás, el pequeño error cometido no sería de gran relevancia si lo mencionara ahora. Incluso, ¿qué caso tendría siquiera mencionarlo?

—Gracias señor Yenaid.

—Por cierto, Kai. La próxima que se te ocurra llamar a ese bastardo, Choi, tu familia pagará las consecuencias ¿está claro?

De nuevo su piel se erizó al oír aquella amenaza. Sabía que aquel sujeto era capaz de cualquier cosa y solo por eso no le importaba su vida. El riesgo era parte de ser un Yenaid, pero su familia...

—Se-señor... ¿cómo es qué...?

—Las cámaras.

—¿Eh? —el hombre miró hacia todas direcciones, encontrando dos cámaras en extremos opuestos de la habitación. Objetos que no se encontraban allí la semana pasada.

—Las mandé a instalar porque quería ver personalmente las "sesiones" de ese tipo —se sintió el sarcasmo en la palabra sesión, sin embargo, el moreno no podía pensar en nada más que su familia—. Y veo que hice bien en tener esa idea. Ten cuidado la próxima Kim, sino...

—No volverá a pasar, señor —lo cortó rápidamente. Ni siquiera quería saber de lo que era capaz, porque ya se hacía una idea y no quería que la madre de su futuro hijo se encontrara en peligro.



El hombre, del otro lado de la línea, no dijo ni una palabra más y solo finalizó la llamada. Sabía perfectamente que con solo poner un poco de presión sobre Kai, las cosas irían mejor. Mientras Ren no recordara, todos sin planes irían mejor. Su único fastidio, era no poder encontrar a esa mujer que le estaba causando tantos problemas.

—Tú sigue sin recordarlos, Choi, que cuando sea el momento, te utilizaré como me plazca —susurró, sonriendo con malicia. 

Por ti (Nu'est) -4° Parte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora