Capítulo 8.

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_____ despertó de golpe, sintiendo el sudor correr lentamente por su rostro, hasta caer por su cuello. Ya era de día. Muy tarde, al parecer, por los fuertes rayos de sol que se filtraban por la ventana. El reloj sobre la mesa de noche, marcaba las once con cuarenta y siete minutos. ¿Cómo era posible que durmiera tanto? Más aún, ¿cómo era posible que nadie la haya despertado?

Aún sintiendo su cuerpo tenso por aquella pesadilla, se incorporó de a poco, hasta quedar sentada en el borde de la cama. Todavía no podía entender qué significado poseían esos sueños que comenzó a tener desde hace días. Ella no solía ser una persona que tuviera sueños repetitivos.

Una vez alguien le había dicho que eso podría deberse a un pensamiento o suceso que nos estuviera atormentando. También a un recuerdo que mantenemos reprimido o incluso a algo que deseamos demasiado y no podemos tenerlo bajo ningún precio. Pero... ¿qué significaba ese invernadero?

Siempre las mismas flores, algo azules y blancas. Quizás más celestes que azules, pero... no las conocía. Incluso podría jurar que jamás las había visto en su vida. Ni siquiera le habían dado una descripción de ellas como para que su mente pudiera recrear tal imagen. Pero ahora... el verlas le provocaba un sentimiento tan familiar en su pecho. Le daban paz y a la vez seguridad.

Al menos hasta este día, que había soñado con fuego. Enormes columnas de llamaradas que hacían arder aquel jardín de flores por completo. Ni una podía salvarse de su trágico fin. Y no sabía por qué eso la asustó tanto.

—¿Mamá?

Rápidamente levantó la vista cuando escuchó la voz de su hijo, encontrándolo apenas asomando su cabeza por la puerta.

—Buenos días, ma —susurró, sonriendo, cuando su madre no hizo más que mirarlo —. Y-Yo... no sabía si despertarte. Te veías muy cansada. Pero mis tíos salieron y... yo no... ¿Almorzarías conmigo?

—Ay, amor —rio la mujer, encontrándose más relajada y despierta —. Claro que sí, pero ¿tengo que cambiarme? —bromeó, haciendo reír al menor, quien rápidamente negó —Bien, deja que mamá lave su rostro y enseguida baja.

—Mamá, acabas de hablarme como si fuera un niño —susurró apenado, haciendo que, sin querer, algo punzara en el pecho de la mayor.

Mino tenía razón. Él ya no era un niño pequeño, pero eso no significaba que su madre pudiera asimilar la idea tan rápido. Para ____, él siempre sería su pequeño, su dulce niño a quien despertaba con millones de besos cada mañana, el que la acompañaba a hacer las compras cuando sus tíos peleaban por no ir, el que solía jugar con sus vecinos en el parque de allí cerca... Al que arrebataron de sus brazos porque la vida no le permitía ser tan feliz.

Para ____ no importaba mucho que hubieran pasado once años desde la última vez que lo cargó en sus brazos y besó sus mejillas con amor. Ese joven siempre sería su pequeño. Ese tierno rubio que ahora la miraba con las mejillas encendidas jamás dejaría de ser su cielo y uno de sus más grandes amores por el que daría su vida.

—Pero... —volvió a hablar el menor, cuando vio a su madre perdida en sus pensamientos —, mientras no lo hagas frente a mis tíos... puedes... digo... no me molestaría... que hicieras eso —murmuró tímidamente.

Quizás _____ comenzaba a entender un poco por qué no podía tener a los dos amores de su vida, juntos. Nadie en este mundo tiene derecho a ser tan feliz. Nadie tiene permitido poseer tanta felicidad mientras el mundo de otros se desmorona a cada paso. Cuando tuvo a Ren a su lado, la vida le arrebató a su pequeño cielo. Y ahora que tenía a Mino, el hombre que siempre amó fue apartado una vez más de ella. Al igual que antes de que naciera su hijo.

Por ti (Nu'est) -4° Parte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora