Aura gris

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No había pasado más de segundo desde el momento en el que escuchó la puerta cerrándose con el sonido más triste que iba a oír en su vida, y el tiempo ya se la había escurrido por los ojos, convertido en memorias, haciendo metamorfosis hacia una tristeza que parecía infinita, que se corporizaba en un río diminuto que se escabullía lento por sus cachetes, para ir a dormir a sus labios. Esos labios que todavía llevaban de una forma casi cursi el gusto del tequila que besaron la noche que la conoció.

Habían pasado ya algunos meses, de esa noche fría, en la que el celular no sonaba con ninguna respuesta a las invitaciones a la ebriedad que le había propuesto a su manada de amigos. Concluyó que era posible que estén en el lugar de siempre, tomando una cerveza, escuchando Charly García en los parlantes retro del bar. Llegó en bicicleta y después de dar una vuelta (con 10 pasos sobraba) por ese antro under donde se escabullían aquellos que creían en la revolución pero no tenían fe de ser sus motores y se dedicaban al ocio, se dio cuenta de que su hipótesis era incorrecta, así que pidió un shot de bebida mexicana para pelear con la ausencia de calor que escarchaba el aire del barrio. Mientras el alcohol abrazaba su garganta la vio. Un aura gris rondando su pelo, con el teléfono en las manos, siendo examinado por unos ojos jade que destilaban tristeza. Envalentonado por el trago, se acercó a preguntarle si había visto por ahí a un amigo suyo, dándole una descripción inventada pero bastante convincente. Ella, mirándolo a los ojos, contestó un no, con una voz diáfana, y sus ganas de dar un beso a una desconocida se convirtieron en ansias de conocerla. Quizás fue casi un milagro del destino que lo invitase a compartir la botella que acababa de pedir para tomar con un otro que nunca iba a llegar. Aprendió su nombre, su edad, un poco de sus gustos y el porqué de su aura gris. Sintió perderse entre alcoholes y sonrisas en los ojos verdes más lindos que iba a ver. Entendió por qué lo había invitado: tenían un amigo en común y se habían visto en alguna reunión y se convenció de que debía de haber estado muy borracho para no fijarse en ella.

Tan perdido estaba, que no pidió su número ni la invitó a compartir otra botella. Se fue antes de la una, mientras nacían en él larvas de rencores por errores que no existieron pero también un gusto inmenso por haber acariciado una conversación. Una conversación dónde cada palabra en el aire entre los dos, se volvía un signo de su propio pensamiento, un signo de algo inexplicable y seguramente metafísico, probablemente mágico, porque probablemente ella era una maga, de esas que no necesitan hechizos ni trucos inexplicables para demostrar su génesis fantástico.

En medio del estudio de la mañana siguiente, consultó a su amigo por datos acerca de esa mujer que según ella lo conocía. Asombrosa la respuesta, no tenía ninguna amiga con ese nombre. Confundido y dolido por la mentira, siguió estudiando para el examen de Sociología, que se le daba bastante bien, pero eran tal vez demasiados contenidos para su tan criticado aprendizaje memorístico. No llegaba con los tiempos, maldita sea su vagancia, pero ya vería como se las arreglaba. Prendió un cigarro en el balcón, repasando los conceptos del estructuralismo aplicados a la Sociología y algunos de sus autores (Bourdieu, Althusser, Lacan), que su profesor había explicado que debían saber, en cuanto a sus ideas, aplicarlas al estudio y funcionamiento de la sociedad, y esperando que llegue Esteban para contarle la historia triste de su amor de bar que duró una cerveza y ningún beso. El relato iba a tener que esperar, su amigo canceló el encuentro por algún contratiempo así que decidió ir al centro a comprar algunas cosas que faltaban antes de ir a clases. El barrio estaba muy atestado dentro de sus calles empedradas y el tiempo se le escurría por el reloj. Extrañaba hacer esos mandados con su novia, la soledad le pasaba factura. Entre humo y minutos que se iban, sus amigos, hermanos de alma cruzados en la calle, estaban en plan de realizar sus proyectos y él vivía bailando en un limbo inconvincente de independización económica, estudio y ocio. El arrepentimiento por amor no tenía lugar. Si ella se había ido con otra persona, por más que haya sido una sola noche, significaban en él traición y no iba a perdonarla por más que el amor ilógico tocara mil veces la puerta de su soledad. Las bolsas sobre la mesa, la mochila en el hombro y la llave otra vez en el bolsillo haciendo ruido con el encendedor con cada paso que la zapatilla hacía en la vereda. El examen fue menos difícil de lo que pensaba (cómo suele pasar cuando uno se preocupa demasiado) y el estudio valió la pena esa noche cuando salió del edificio con otra materia aprobada y ganas de festejo.

Antología de los dioses en la tierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora