Dioses en la Tierra

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La niña sentada en el umbral de un edificio antiguo y triste que lee el libro que le robó a algún mago o a algún alquimista, y que en el libro lee sobre el hijo de un jefe, sobre la mujer que dio la vuelta al mundo, sobre el músico que escribió una oda para regalársela al calor del Polo Norte. El libro donde nos encuentra a todos. El albañil que levanta un castillo del siglo XXI, dónde se refugiarán aquelarres de hombres y mujeres de traje. El monje, el filósofo y el verdulero. El hombre que es camello, la mujer que es león, el niño que es niño. Los descendientes de Henry VI y los que llevan la sangre de Jane Austen. Hiro, Abbas, Alexander. La mujer que era la luna. El enamorado que se olvidó de la enamorada por algún aura. Jorge, Julio y Ernesto. Alfonsina, Elsa y María Elena. Todos los caminantes de las selvas urbanas, suburbanas y rurales. Todos los que acaricia Eros, paseándose entre las gentes de todos los países y todas las banderas. Ella. Él. Yo. Beto y su demiurgo que viven en el mismo lugar que el alma que trató de salvar a la humanidad, y terminó volviéndose un hombre más. Las personas con alma, que duermen debajo de un árbol eterno, gigante y verde, que da sombra a las pieles que se esconden del mal debajo de él. Suena un violín en algún punto del orbe, acarician a un perro en algún punto de la urbe. La mujer que le da de comer de una olla gigante a los niños con hambre, y el hombre que se queda con lo que no es de él ni de nadie. Todos.

Se pregunta la niña en el umbral: "si lo que dice este libro que leo, que es la realidad toda, es cierto, ¿entonces hay algunos malos, y otros buenos?" Sí, pero todos son. Serán algún día más los buenos que los malos, si es que algún día conocemos a la moral (y si no son más ahora, cumpliendo nuestro deseo). El infierno está vacío, los demonios transitan la tierra. Por suerte, por gracia del destino, o por algún Dios, el cielo también está lleno de ausentes. Y los ángeles flotan sobre este Mundo Sensible, provocando silencios y alegrías. Factogracia del destino también, piensa la niña, que exista Eros. Y nos salve a todos. A los hijos de Adán, las hijas de Eva y a aquellas personas que no se sienten hijos ni de uno ni de la otra. Todos son, ¿no? Álvarez Recchio, Abraham, Darío y el hombre y la mujer que se volvieron flores rosadas. El retirado profesor que fuma un cigarrillo colérico en la esquina y el de atrás que lo aplaude. La niña en el umbral y el niño en el espejo. Todos.

Los entes que transitan infinitamente libres el plano total del mapamundi, decidiendo sobre sí mismos y también, lamentablemente, sobre los demás. Correrá el agua por el desierto y la selva invadirá el mar antes de que el humano sea perfecto, y muera por su propia perfección. La muerte es rasgo de las divinidades corpóreas, porque salva el alma. Pecaré de delirio para aquel que no entienda este largo aforismo, que probablemente no dice nada, si es que la nada existe, pero hubo un hombre que dibujó un sistema, una mariposa, que desentrañaba la inextricabilidad del destino que conoce el universo todo.

El hombre que buscaba a Dios, los jóvenes de El Chaparral. Las madres, los hijos, los que respiran. Bienaventurados los que aman, sean en la gloria los que sientan. Yo siento, él siente, nosotros sentimos y todos son. El joven revolucionario y la dueña de su humo, María y su narciso, tus vecinos, tu compatriota, el Otro. La Reina del Ajedrez y el Rey del Invierno. Yo y el Otro. Vos, que lees estas palabras con tu querida voz interna, y también (si es que hay alguien) el o la que las escucha.

Quien sueña estas palabras, y quien las vuelve pesadilla, mientras pasás con tu mirada (o tus oídos) por estas letras y la niña en el umbral cierra el libro y corre, corre desesperadamente a cualquier lado porque el alquimista la descubrió y la valquiria no la puede defender, y la niña hoy no desayunó y se siente sin fuerzas, pero tu conciencia creándola le da energías y esperanzas para correr, lejos, desesperadamente, porque el alquimista fue robado. Abre otra vez el libro en su carrera y ya sabe que todos son (¿todos son qué?), y ya sabe sobre los hijos, las hijas, los primos y los nietos, sobre las personas que lucharon por liberar América y sobre las y los que liberaron a las mujeres, pero quiere más. Quiere la verdad. Y la verdad es que todos son, niña, no hay más verdad que esa. Serán lo que el tiempo absoluto y su espacio ineludible les propongan. Es más, serán la opción que elijan. La opción que elijan cargando con lo que ya eran, con lo que hicieron de ellos o ellas. Pero todos son, niña, devolveme ese libro que la valquiria no está cerca para ayudarte y la Verdad está aún lejos de los hombres y las mujeres, y no podés llevársela sin mi permiso. No la entenderían. No todos saben que son libres, ni siquiera que son. Volvé y entregame mi libro, no me gusta la violencia pero la puedo aplicar. No corras tan rápido que no te alcanzo, ya estoy viejo, ya te fuiste.

La niña vuelve a sentarse en el umbral comoburlando al tiempo, y lee las últimas frases. Todos. El niño recién nacido y elque nace en este instante. El más longevo del globo y el que tristemente acabade fallecer. A todos los acaricia el Eros y la libertad. Yo, que rayo estashojas, y vos que interpretás mis oraciones. La que amo. Los que conozco, losque conocés, los que conocen. La niña en el umbral y el alquimista que laalcanza y la toma del brazo, dejando caer una de las páginas dónde estaba Dios.Dios y nosotros. Nosotros y Dios. Todos. La niña que se va refunfuñandomientras llora una sonrisa enojada de la mano de un mago. Todos nosotros yella, que ya sabe que todos son Dioses en la Tierra.

Antología de los dioses en la tierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora