Capítulo 5

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-Peggie, tu

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-Peggie, tu...

-¿yo qué? ¿Qué narices pasa?¿Bárbara?

-¿Qué mierdas te han hecho en la espalda Peggie?- Dijo James enfadado.

Oh no, se me habían olvidado las cicatrices, me bajé rápidamente la camiseta y salí corriendo hacia la furgoneta, ayudé a Jake a bajar de esta y a colocarle al lado de su hermano.

-¿Qué pasa?- habló Jake mirando a su madre.

-Nada- respondí saliendo de allí lo más rápido que pude.

Me subí, eché una mirada al retrovisor para ver a mi hermano, cuántas veces me habria gustado contarle toda la verdad, pero era incapaz de hacerlo.

En un semáforo en rojo saqué el móvil para mandarle un mensaje a Jake, ya que él no sabía nada, por ahora.

#Para Jake el glotón.

**Mañana os devuelvo el furgón, Darren aun no ha despertado y no le podía llevar así en la moto**

#De Jake.

**Okii, nos vemos mañana preciosa^ͺ^**

Aparqué el furgón delante de casa, bajé sin hacer micho ruido para no despertar a Darren y le cargué en mi espalda.

Anda que no pesa el bicho, ¡la leche! Si es que solo he dado cinco pasos y de su peso no siento la espalda, o puede qie no sea eso, que más da.

Le eché en la cama y fui a coger el botiquín. Le limpié la pequeña herida de la cabeza y empezó a despertarse.

-¿Peggie?¡Peggie!- me abrazó haciendo que a mis labios se les escapara un gemido por sus manos adheridas a mi espalda.

-Acuéstate mañana hablamos ¿vale?-asintió como un niño, nos separamos y salí de allí.

Cerré la puerta de mi baño con cerrojo, caminé hasta verme en el espejo. Tenía el labio partido y ni si quiera me habia dado cuenta, y un moratón muy grande en la mejilla. Me curé el labio con mucho cuidado mientras ponia muecas, gracias a mi amigo el dolor, y me lavé la cara suavemente.

Me quité la camiseta y di la vuelta, no queria abrir los ojos pero tenia que lavarme de alguna forma, cuando los abrí y vi mi horrorosa espalda comencé a llorar. Nunca tenía a nadie que me ayudase a curar las heridas cada vez que se me habrian o salían màs. 

Con el agua del grifo callendo no se escuchaban mos gemidos de dolor, cada vez que el agua rozaba una herida, salí de la ducha y eché agua oxígenada en una toalla de algodón que reservaba para estas ocasiones, la coloqué de forma que me tapaba el torso y la espalda, los gemidos no cesaron en ningun momento.

Al quitarmela me sentí muy aliviada, enrrolle una venda en mi torso y espalda que tenía la primera capa de la espalda solamente, embadurnada de vetadine. Me puse el pijama, pero no soy de esas que llegan a la cama y se duermen, por desgracia, cuanto me gustaría.

La Bestia ¿seguro?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora