- CAPÍTULO I -

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La suave luz del amanecer de aquel caluroso día de finales de verano entraba por la pequeña ventana del dormitorio acompañada por una suave brisa. Alejandra se levantó lentamente y se dirigió hacia el tocador. Sobre la silla situada frente al viejo espejo estaba el vestido nuevo que su madre le había confeccionado, estampado de flores, largo hasta la rodilla y con mucho vuelo. Tal vez no debía ponérselo, pensó, ya que con el polvo del camino se acabaría estropeando. No obstante, estaba segura de que a su madre le haría ilusión vérselo puesto, y a ella también.

Se peinó su cabello lacio y castaño hacia detrás y se lo recogió con el antiguo y sencillo prendedor chapado en plata que había pertenecido a su abuela, dejando así despejado su rostro. Una cara en la que destacaban unos enormes y expresivos ojos de un precioso gris y de una mirada profunda, unos ojos que siempre se mostraban alegres y brillantes y que en ese momento se tornaban tristes y apagados.

Tras lavarse la cara y calzarse, Alejandra salió de la habitación, no sin antes dirigir una tierna mirada hacia su hermana pequeña, María, que dormía plácidamente, ajena a los pensamientos que turbaban a su compañera de cuarto. Descendió pausadamente las escaleras, deslizando la mano sobre la barandilla y conteniendo la respiración. Las manos le sudaban de puro nerviosismo.

Al llegar a la planta baja se dirigió a la cocina, en donde se encontraba su madre preparando el desayuno.

-Mamá- dijo en voz baja.

Ésta se giró hacia su hija. A pesar de procurar mantener la compostura y aparentar estar bien, su mirada le delataba. Madre e hija se fundieron en un abrazo. Sobraban las palabras. El tiempo se detuvo en ese abrazo. Ojalá se parase en ese instante. Ojalá no tuviera que irse. Pero no podían estar así más tiempo. Se hacía tarde y Alejandra debía estar preparada.

-Desayuna, cariño -dijo su madre-, y luego sube a acabar tu maleta, o se te hará tarde.

Tras apenas probar bocado regresó al dormitorio. Una vez hubo mudado la cama puso su maleta de mimbre sobre ésta, una maleta demasiado grande para tan escasas pertenencias: algunos vestidos, dos pares de zapatos, cinco libros, su Biblia, un viejo misal y una caja de madera donde guardaba el poco dinero que tenía ahorrado y alguna que otra joya sencilla. Sobre el tocador estaba el neceser, que también introdujo en la maleta, y el portarretratos con la foto de su familia, hecha antes de morir su padre.

Cuatro años antes, una terrible explosión en una mina cercana al pueblo se llevó por delante la vida de 21 de los trabajadores que allí se encontraban, entre ellos el padre de Alejandra. Su madre, ante la imposibilidad de mantener a la familia sin ayuda ninguna, puso a trabajar a sus hijos mayores e hizo de Alejandra su brazo derecho y apoyo. Sin embargo esto no resultó suficiente y no tuvo más remedio que volver a casarse.

El nuevo inquilino del hogar familiar mostró desde el principio inclinaciones extrañas hacia Alejandra, al principio sutiles aunque igualmente repugnantes, y más adelante mayormente agresivas, llegando incluso a colarse en su cuarto por la noche con oscuras intenciones. Tal era el terror que Alejandra albergaba hacia su padrastro que comenzó a dormir con un hacha debajo de la cama. Ella no se creía capaz de hacerle daño a nadie, pero tampoco iba a consentir que se lo hicieran. Y bien sabía que hubiese blandido el arma si llegase a ser necesario.

Una noche en que el hombre fue de visita a su cuarto, el hermano mayor de Alejandra le sorprendió tratando de propasarse con la joven y, tras un duro forcejeo, el joven mató a su padrastro de un golpe en la cabeza un una jarra de loza. Tras pasar casi un mes en el calabozo fue absuelto de la pena mayor, pues se demostró que actuó en defensa propia y del honor de su hermana.

Ahora, su madre volvía a quedarse sola. Al menos tenía a María. María era una buena niña, dócil, amable y servicial. Ella sabría cuidar de su madre.

Y ahora, su madre se quedaba sola otra vez. Bueno, al menos tendría a María. María era una buena niña, dócil y amable. Sabría cuidar de su madre.

RECUERDOS ENFRASCADOS: Hacia una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora