Doña Mercedes se sentó en una butaca y comenzó a abanicarse. Se encontraba mareada, pero eso no le impedía seguir dando ordenes e instrucciones sobre la distribución del mobiliario.
Una vez hubieron colocado los muebles entre Amador y Alejandra, el señor se sentó.
- Vete a hacer la cena, muchacha - mandó Mercedes a Alejandra.
Se dirigió a la pequeña cocina y cerró la puerta.
- Muchacha haz esto, Alejandra haz lo otro... - se burló.
Apenas quedaba comida. Por la mañana tendría que ir al mercado o a la lonja a comprar, y a ver si con suerte podría ir sola, y no con Mercedes dirigiéndola de un lado a otro. Aunque, bien pensado, la señora de Flores jamás se rebajaría a hacer los recados como una vulgar sirvienta, ella era una mujer “de categoría"...
Improvisó algo con las pocas provisiones que quedaban y sirvió la cena en el salón-comedor.
Mientras la familia cenaba, Alejandra comía las sobras sentada en la cocina. Mercedes había decidido que la criada no podía comer con ellos, a pesar de que aceptar a regañadientes el dejarla unirse a ellos los domingos y días de fiesta.
Cuando fregó y limpió la cocina fue a acostar a Ricardo y a Calé, cada uno en su respectivo cuarto.
No hizo falta cantarles ni leerles ningún cuento. Cayeron rendidos nada más tumbarse.
Alejandra subió a la buhardilla, donde estaba su dormitorio. Esa misma tarde lo había limpiado. Estaba plagado de polvo y telarañas, y se tuvo que emplear a fondo para dejarlo habitable pero, la verdad, había quedado bastante bien. Había puesto tapetes de ganchillo, cortinas y mudado la cama, y sobre el tocador puso sus fotografías. Quería hacer de esa casa su nuevo hogar, de esa buhardilla su territorio, su fortaleza.
Abrió la ventana y salió a través de ella al tejado, donde se sentó a mirar el mar. Estaba fascinada por su inmensidad, y esa grandeza causaba también miedo a Alejandra.
Ya se había hecho completamente de noche, la luna alumbraba en el cielo como un farol encendido, y las estrellas destellaban en el firmamento. Seguro que sus vistas, desde lo alto, eran mejores que las de los señores Flores, y las de muchas otras personas de alta alcurnia, “Porque hay placeres que no hace falta disfrutar gracias al dinero", pensó.
Tras largo rato con la mirada clavada en el horizonte, entró al interior y se metió en la cama. Tenía que descansar bien. Al día siguiente comenzaría la rutina.
Sus últimos pensamientos antes de dormir fueron para su familia, y en su mente apareció la imagen de un joven chulo y soberbio, con el cigarrillo en la boca, la camisa arremangada y el cabello engominado.
- Rafael...
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RECUERDOS ENFRASCADOS: Hacia una nueva vida
Historical FictionCon tan sólo quince años, Alejandra se ve obligada a abandonar a su humilde familia y dejar lejos su hogar para trabajar como criada de una familia regida por las apariencias, formada por un afable funcionario, dos niños cariñosos y una soberbia señ...