Aware

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-Vamos Yuuri, apresúrate.- Dijo una joven castaña de 16 años mientras sostenía de la mano a un joven de apariencia delicada y cabello negro que se esforzaba enormemente en seguir su paso. El joven sabía muy bien a donde iban, era un pequeño escondrijo detrás de las gruesas y abundantes ramas que componían un enorme rosal.


Yuri siempre pensó que ese arbusto era lo único que no entonaba con aquella aura simple y perfecta que Lilia quería darle a toda la Okiya, era casi como una suave sinfonía en la que de pronto una voz clara y fuerte interrumpía, igual de bella pero compitiendo con igual fuerza, sin embargo y aunque no lo admitiera abiertamente Lilia atesoraba aquel rosal más que cualquier cosa en ese jardín, al parecer Yakov se lo había obsequiado el mismo día de su boda, así que lo cuidaba primorosamente más que cualquier cosa en aquella casa, regándolo y cortando las rosas más frescas para ponerlas en su mesa de lecturas apenas se marchitaban las anteriores, solamente el podarlo, era la única tarea que Lilia dejaba a cargo de otra persona y ese era Yuri, a lo que el joven tomaba como cierto gesto de cariño hacia él, ya que no permitía a nadie, ni siquiera a Yakov acercarse. Esto ocurrió después de que la mujer descubriera la forma tan dedicada y cuidadosa con la que Yuri trataba aquella planta, quitando a lo que él le parecía a escondidas los tallos muertos, tratando las ramas lastimadas y deshaciéndose de cualquier tipo de peste que llegara a tener ocasionalmente, después de todo el pelinegro entendía lo que era el querer cuidar algo realmente especial y preciado.


-Es que Yakov tiene manos torpes- fue lo único que dijo casi como una justificación hacia esta pequeña preferencia que tenía para el joven y al que todos sabían cómo un secreto a voces que le había tomado cierto cariño aunque no dejándoles de sorprender el que ella dejara el mínimo cuidado a manos de alguien más. Es realizando la tarea de podar como Yuri encontró aquel pequeño escondrijo, que durante un tiempo él y Yuko habían utilizado para sus juegos infantiles o como refugio después de haber cometido una travesura y después, al pasar una años como confidente del inocente romance que había nacido entre la joven y él, encontrándose cada puesta de sol en aquel lugar para intercambiar pequeñas muestras de cariño.


-Yuko, espera, si seguimos avanzando de esta manera podremos lastimar el rosal- replico el joven dando pequeños traspiés al evitar pisar siquiera la más mínima hoja


-Si te hubieras apresurado no tendríamos que correr- dijo aunque su paso se hizo más lento en parte por la petición de Yuri en parte porque si Lilia se enteraba de que lastimo el rosal de alguna manera lo pagaría caro. El joven no entendía el por qué la prisa sin embargo una sonrisa se dibujó en su rostro al escuchar varias voces que gritaban felicidades al verlo.


-Yuuko...¿Pero qué es esto?- dijo con una enorme sonrisa al ver a los que se habían convertido en su familia a lo largo de estos años, estaba Yakov que tenía el ceño fruncido y que había descubierto Yuri hace mucho que solo era una fachada, Himeko, una de las geishas a las que Sara le había hecho la vida imposible y que se había convertido en una amiga cercana, Otabek, un muchacho que había llegado como "compañía " aunque era claro que era más un guardaespaldas que solo amigo y...


-¿Dónde está Yuri?- pregunto al no ver al joven de ojos verdes y cabello rubio, el joven había llegado cuando Yuri tenía 18 y Yurio nueve años,, no vendido o en espera de ser un taikomochi, era el sobrino de Yakov, a mejor decir nieto de su hermano Nikolai, un hombre bastante rico que vivía en Rusia, mandando a su adorado nieto por problemas de actitud y obediencia, era considerado una pequeña peste de donde venía, respondía mal a sus tutores y maestros o faltaba por completo a sus clases, se peleaba con los niños y hacia llorar a las niñas y le lanzaba maldiciones o palabras altisonantes a cualquier persona que tratara de reprenderlo o castigarlo, solo a su abuelo parecía tenerle genuino aprecio y respeto, no poniendo una objeción cuando este decidió enviarlo a Japón pensando que quizás un poco de trabajo duro y una mano firme pudiera hacerlo cambiar de actitud.

Entre CerezosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora