Capitulo 3. Mi pequeña mariposa

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Matías volvió junto el resto de sus amigos con un mal humor impresionante. ¿Quién se había creído ese chico para amenazarle? Lo peor es que encima había logrado lo que quería. Se había quedado a solas con Nicky...

María lo miró preocupada. Esperaba que Nathaniel no le hubiese hecho nada, o al menos nada mágico.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó sin estar segura de si quería escuchar la respuesta o no.

—El imbécil ese se ha vuelto loco y se ha quedado con Nicky a solas —espetó.

Casi le salían espumarajos por la boca.

—El imbécil ese es mi mejor amigo, y mi hermana está en buenas manos con él —interrumpió Bruno mirando al chico por encima del hombro—. Y ahora María, creo que tú y yo tenemos una conversación pendiente —le dijo serio.

Estaba enfadado por lo de su hermana, pero no se olvidaba de que la joven lo había rechazado hacia unos minutos sin darle una buena explicación.

María conocía a Bruno lo suficiente como para saber que no dejaría el tema, así que se despidió de sus amigos y comenzó a caminar junto a él.

—Y bien, mi pequeña mariposa, ¿me vas a decir qué te ocurre?

María frenó en seco. Ya estábamos de nuevo con ese apodo, ¿por qué la llamaba así? ¿Qué significaba? Entre unas cosas y otras nunca había terminado diciéndoselo...

Bruno se colocó frente a ella y le retiró de forma suave uno de sus rubios mechones del rostro. María no pudo evitar sonreír. Tenía que ser fuerte. Nicky le había estado enseñando durante este mes a "plantarse" y hacer valer sus opiniones, pero entonces llegaba Bruno y lo único en lo que podía pensar era en inclinarse y besar sus carnosos labios... Sacudió su cabeza. No, no podía volver a caer, al menos no sin una buena explicación.

—No soy tu pequeña mariposa. Ni siquiera sé porque me llamas así —se quejó tratando de sonar asqueada, aunque en verdad le gustaba el apodo—. Y no seas tan encantador —añadió mientras daba unos pasos hacia atrás para mantener cierta distancia con él.

Bruno comenzó a reírse al escuchar las palabras de la joven.

—¿Qué no sea tan encantador? —preguntó entre risas —. ¿Y cómo logro eso? Soy encantador por naturaleza —aseguró dando unos pasos hacia ella.

María retrocedió de nuevo.

—No puedes venir aquí con tu voz seductora, tus atrayentes ojos, tus irresistibles labios, tus...

No pudo terminar la frase. Comenzó a morderse el labio inferior. ¿Cómo podía tener tantas ganas de besarlo? ¡Eso no podía ser normal!

—Bueno, pero eso podemos arreglarlo, ¿no crees? —le preguntó él de forma seductora.

Sus labios casi se rozaban, y María estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para poder contenerse y no lanzarse sobre él en aquel mismo instante.

—¿Por qué no he sabido nada de ti en estos meses? —preguntó con tan solo un hilo de voz.

—No pensé que me fueses a echar tanto de menos —respondió divertido.

—¡Bruno! —exclamó enfadada mientras se alejaba de él, pero en ese preciso momento él la agarró del brazo y la atrajo hacia sí mismo besándola con todas las ganas acumuladas de meses.

—Lo siento —susurró Bruno a escasos centímetros de su oído—. He estado muy ocupado con todo lo de los juicios, el internado y así —se disculpó.

El aire que salía de la boca del joven provocaba que al contacto con la piel de María todo su bello se erizase.

La respuesta pudo no ser la mejor, pero en ese momento María ya no tenía la coraza puesta. Aquel besó la había dejado completamente obnubilada.

El joven la miró divertido. Esa chica era diferente a todas con las que él había estado. No sabía qué era, pero había algo que la hacía especial y que provocaba que no pudiese sacársela de la mente. Durante estos meses no había dejado de pensar en ella ni un solo instante, y ahora que la tenía frente a él, no podía dejar de sonreír.

Se agachó un segundo para poner su mano sobre un terreno de tierra que había en medio del parque. De pronto una hermosa rosa roja comenzó a crecer de la tierra. Él la arrancó y se la ofreció a la chica que aceptó la flor mientras lo miraba perpleja.

—¡Aquí no se puede hacer eso! —lo regañó sin excesivo ímpetu.

Nadie podía enterarse de sus poderes, pero a la vez era tan tierno que no podía resistirse. Él sonrío pícaro, poco le importaba si se podía o no hacer eso. Él no estaba acostumbrado a vivir entre humanos y por tanto nunca había tenido que ocultar su magia.

Él la abrazó por la cintura y comenzaron a caminar hacia su casa.

—Así que mi hermana y tú ahora sois amigas —comentó algo confuso.

No terminaba de comprender como Nicky se había venido aquí sin decir nada a nadie y, sobre todo, cómo había permanecido un mes entero entre esa gente sin mostrar sus poderes...

—Sí, de hecho vive en casa conmigo.

Bruno abrió los ojos de manera exagerada. Eso sí que no se lo esperaba. ¿Qué vivían juntas? Pero, ¿tan amigas se habían hecho? Claudia no se lo iba a tomar nada bien y, sin duda, él quería estar presente cuando se enterase. Eso sí que iba a ser divertido.

—Vaya —dijo simplemente.

Siguieron caminando sin mediar palabra hasta que Bruno la hizo parar y la giró para que lo mirase.

—Y bien, ¿se puede saber qué le ocurre a mi hermana? —le preguntó tratando de sonar irresistible.

Ahora que eran tan amigas ella debía de saberlo. María negó con la cabeza. Sí, estaba loca por él, pero no iba a traicionar a Nicky. Ella le había ayudado muchísimo durante este mes, y no solo enseñándole a tener más confianza en sí misma, sino también con sus poderes.

—Pregúntaselo a ella.

Él la acercó más. No iba a darse por vencido.

—Ya sabes como es. Mejor dímelo tú... Sabes que lo hago por su bien —dijo justo antes de besarla.

María continuó el beso, pero no pensaba decirle lo que le ocurría a Nicky. No era asunto suyo, y si alguien debía contárselo era ella misma en persona.

La leyenda de los Ignis | #2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora