La pelea entre los repudiados y los Domadores dejó el internado completamente destrozado provocando que los alumnos tuviesen que volver a sus casas y volver a sus vidas cotidianas. Sin embargo la aventura no ha terminado todavía.
María, Bruno, Nico...
Pasaron pocos segundos hasta que Bruno abrió la puerta velozmente, la abrazó y comenzó a darle vueltas. Que felicidad más abrumadora, que extraño.
Lo miró y arqueó una ceja.
—Tienes cena en la cocina —respondió él simplemente.
—No tengo hambre, me voy a dormir.
Él la sujetó del brazo. Conocía a su hermana.
—¿Qué ha ocurrido?
—Nada.
—Nicky —insistió.
—No es nada, en serio.
—No me obligues a sacártelo por la fuerza —le dijo mientras la empezaba a espachurrar.
—Bruno, no puedo respirar —se quejó ella mientras el reía.
—El amor no mata —sentenció él mientras la seguía apretando entre sus brazos.
Finalmente se dio por vencido.
—Muy bien, vete a dormir, pero mañana quiero hablar contigo.
Ella sonrió. Se sentía tan culpable de no contárselo a su hermano. Él siempre estaba ahí desde que eran unos niños. Siempre la había cuidado y protegido aunque ella no lo necesitase...
Nicole miró a su hermano y de pronto se percató de algo.
—¿Y María?
No habría sido capaz de dejarla sola por la ciudad... Conociendo a su hermano cualquier cosa era posible. Bruno era una persona que se movía por impulsos, así que dependiendo del momento podías encontrarte cualquier respuesta...
Bruno se quedó mirando a su hermanita. Tenía los ojos vidriosos y podía ver como a duras penas estaba logrando que las lágrimas no se derramasen por su rostro. Quería saber qué le ocurría, por qué estaba así, pero sabía que insistir no traería nada bueno. Ella se cerraría, discutirían y finalmente no le contaría nada. Odiaba verla así, Nicky siempre había sido su responsabilidad y le era imposible tratar de ser menos protector con ella. No importaba que tuviesen la misma edad, para él ella siempre sería su renacuaja, su enana...
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—¿Por qué papá siempre está triste? —preguntó la niña mientras trataba de hacerse dos trenzas. —No está triste —respondió Bruno tratando de restarle importancia. —Sí que lo está —insistió ella—. Y mamá, ¿cuándo va a volver? Su castaña cabellera se estaba llenando de enredones. No conseguía que las trenzas le quedasen bien.
—Déjame a mí —dijo él cogiendo el peine, pero al igual que su hermana no consiguió hacer nada, tan solo enredó más el pelo. —¡Ay! Me haces daño —se quejó la niña—. Quiero que venga mamá. El chico dejó el peine en la mesa. —¡Deja de quejarte! —le chilló. Estaba enfadado, no con ella, sino con su padre. Aunque Nicky y él tuviesen la misma edad su padre siempre lo había tratado a él como a un adulto, y ahora sostenía una carga sobre sus hombros que no era justa para un niño.
¿Cómo se atrevía su padre a comportarse así después de lo que acababa de pasar? No podía hacer eso. Tenía que hablar con ellos, consolarlos, explicarle a Nicky lo que había pasado... Esa no era su responsabilidad, él tan solo era un niño. Su padre era quien debía hacerlo, pero Javier Jaquinot no era un hombre demasiado cariñoso y hablador, y menos cuando su mujer acababa de fallecer...
La pequeña se giró hacia su hermano con los ojos vidriosos. El labio inferior comenzó a temblarle, las lágrimas no tardarían mucho en comenzar a caer.
—¡No me grites! —le dijo con la voz entrecortada. —Nicky, yo, lo siento. No quería gritarte —se disculpó al verla tan triste—. ¿Por qué no te dejas el pelo suelto?
Ella negó con la cabeza. —Mamá siempre dice que las chicas buenas llevan trenzas —dijo orgullosa—. ¿Cuándo va a volver? —insistió.
Bruno no sabía como decirle a su hermana que su madre no volvería. Cerró los ojos un instante. —Tengo algo para ti —le dijo ofreciéndole su mano. La cara de Nicole cambió por completo. Las lágrimas desaparecieron y una divertida y curiosa sonrisa iluminó su rostro. Le encantaban las sorpresas, y más las de su hermano.
—Ven conmigo —le pidió y la dirigió hasta la cocina.
Entonces abrió el grifo y el agua comenzó a caer. Bruno alzó el brazo y comenzó a crear burbujas de agua que inundaron la sala. Nicole comenzó a bailar entre risas mientras las iba explotando una a una.
Bruno miró tiernamente como la niña se divertía. Sin duda ella era lo mejor de su vida. Tan dulce e inocente... Nunca permitiría que nadie le hiciese daño, ahora era su responsabilidad...
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—Bruno, que dónde está María —insistió Nicole tratando de llamar la atención de su hermano.
No sabía en que estaría pensando, pero estaba completamente ido. Él sacudió la cabeza.
—Eh, sí, sí, me parece bien—respondió sin saber muy bien a qué acababa de acceder.
Ella golpeó con su puño el brazo de su hermano.
—¡Ay! —se quejó él sin entender a qué venía eso.
—¡No me estabas escuchando! Que dónde está María —insistió por tercera vez.
Él se rió.
—Está dormida.
Nicole se mordió el labio inferior.
—¿Y yo donde duermo? —preguntó pensativa.
No tenía muy claro si aparte de su habitación y de la de su hermano alguna estaba preparada. Bueno, la de su padre lo estaba, pero no se quedaría ahí ni loca.
Bruno la miró algo confuso.
—En tu cuarto, ¿dónde quieres dormir sino?
Nicole suspiró, no podía creerse que hubiese sido tan inocente... Claro que entre esos dos había pasado algo. Comenzó a andar hacia su cuarto.
—¿No me vas a preguntar nada? —dijo su hermano divertido mientras la seguía.
—Oh, por dios, claro que no. ¡No quiero saber nada! —contestó ella metiéndose en su cuarto.
—No te preocupes hermanita, mañana te cuento todo —respondió él alegremente mientras la cogía del brazo para atraerla hacia él y besaba su frente tiernamente—. Descansa.
Ella sonrió y cerró la puerta de su habitación. Él caminó hacia la suya.
Miró la cama y observó como María dormía profundamente. Estaba boca abajo, y la sábana blanca de seda tan solo llegaba a cubrir poco más arriba de su cadera. Se tumbó junto a ella y comenzó a observarla mientras recorría con sus dedos la espalda desnuda de la joven.
Estaba realmente preciosa con el pelo alborotado y tan natural. Una sonrisa de tonto alumbró el rostro del chico.