Capítulo 26. Protocolos de seguridad

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—Bruno, Nicky, ¿qué hacéis aquí?

La voz de Javier Jaquinot sobresaltó a Bruno que se había plantado frente a sus amigos esperando una respuesta.

Se giró hacia su padre, parecía preocupada y eso era extraño. Él siempre mantenía sus sentimientos a raya.

—Venimos al juicio —respondió Bruno de forma tosca.

—No va a haber juicio, ¡volved todos a casa! —les ordenó.

Claudia le miró confusa, hoy era el juicio contra Bea, ¿qué había pasado? ¿Estaría ella bien? Necesitaba entrar y averiguar qué pasaba, así que no se lo pensó dos veces y comenzó a avanzar.

—¡Claudia no des ni un paso más!

Si la voz de Javier era seria y autoritaria, la de Ezequiel Calonge era espeluznante. Clo se quedó inmóvil mirando a su padre.

—Ya habéis escuchado al señor Jaquinot. Todos a casa —su tono esta vez era relajado, como quien dijese buenos días, pero había algo en el que provocaba escalofríos.

—Papá, ¿qué ocurre? —preguntó Nicky.

—Nada, no os preocupéis, pero id a casa ya —ordenó—. El profesor Quemada ya está avisado y estará ahí esperándoos a todos.

Nicole lo miró seria, sabía lo mucho que su padre odiaba a Óscar. Algo realmente grave había tenido que pasar para que le pidiese que cuidase de ellos.

María miró a Nate, se notaba que no le hacía ninguna gracia tener que pasar tiempo junto al profesor y Nicky, pero se veía que era incapaz de responder a su padre. ¿Por qué todos le tenían tanto miedo?

—Moveos —dijo Ezequiel.

Esa simple palabra sirvió para que todos comenzasen a correr hacia casa de los Jaquinot.

Óscar los esperaba con la puerta abierta. Una vez dentro las cerró a toda prisa y miró a Nathaniel.

—Tenemos que hablar —le indicó serio.

Nicole miró al profesor algo agobiada, no es que fuese la mejor idea...

—No tengo nada que hablar con usted —sentenció él.

—Sí, si que tienes —insistió Óscar—. Son órdenes de Adrianna.

Nate se levantó desganado, lo acompañó a la cocina y esperó a que el señor Quemada hablase. Lo que le tuviese que decir esperaba que fuese rápido e importante. No quería pasar ni un solo segundo más de lo necesario con ese tipo.

—Antes que nada tienes que saber que como profesor estás obligado a guardar los secretos —le advirtió Óscar.

—Sí —respondió Nate aburrido.

Ya había hecho su juramento y todo eso, ¿a qué venían tantas tonterías?

—Nathaniel, no puedes contar a nadie lo que estoy a punto de revelarte.

—Que sí —respondió con un suspiro.

Ese tipo además de insufrible era demasiado insistente. Vamos que lo tenía todo para que no lo pudiese soportar...

—A la mañana ha aparecido muerto un señor del alto consejo.

Nathaniel se quedó en silencio. No, no podía ser. ¿Quién? ¿Cómo? No, no tenía sentido. Barnor era una fortaleza, nadie podía haber entrado y mucho menos haber matado a alguien del consejo, ellos eran los más poderosos. ¿Qué magia era capaz de eso?

—Vale, necesito que mantengas la calma. Tu padre se está encargando de las averiguaciones, pero ya nadie está a salvo aquí —prosiguió el profesor—. Mi kraken está en el lago por lo que nadie podrá salir sin ser detectado, pero no creo que quien o quienes lo hayan hecho planeen salir —le advirtió.

Nathaniel seguía en shock. Sabía que debía volver en sí y serenarse, pero no podía. Habían matado a alguien del alto consejo.

—¿Quién ha sido?

Óscar lo miró confuso, ¿pero qué le pasaba a ese niño? Si supiesen quien había sido ya lo habrían detenido.

—Te he dicho que están averiguándolo. ¡Presta atención!

Nate tomo aire.

—Me refiero a quién ha muerto —respondió tratando de sonar sereno.

El profesor Quemada desvió la mirada.

—El señor Alcina.

Nate tragó saliva. Lo conocía desde niño, era un buen amigo de su madre y, sobre todo, un magnífico Domador con una conexión excepcional. ¿Cómo habían logrado acabar con él?

—Y su...

No hizo falta terminar la frase, Óscar sabía perfectamente a qué se refería.

—Muerto también. Los encontraron juntos en el suelo. No había ni rastro de sangre.

—Gael —dijo Nate.

Tenía que haber sido él. Su estirge era la única cosa capaz de limpiar hasta la última gota de sangre.

—No —se apresuró a responder el profesor.

Nate lo miró confuso, ¿cómo estaba tan seguro? Tenía que haber sido Gael, era la única opción posible.

—Lo conozco, no ha sido él —insistió.

Nathaniel prefirió dejar el tema. Lo importante ahora era saber cuáles eran las órdenes.

—¿Qué hay que hacer? —preguntó.

—Se supone que debemos encerrarnos aquí y hasta esperar nuevas órdenes —explicó el profesor—. Claudia, Bruno, Nicky aún son alumnos, no están preparados para el combate. Debemos protegerlos— dijo olvidándose por completo de que María también estaba allí.

El joven Domador lo miró incrédulo. ¿Esperaban que se escondiesen allí mientras otros se jugaban la vida?

Óscar negó con la cabeza al ver la cara del joven.

—Ya me has oído. No te atrevas a tramar nada ni a contárselo al resto. Las órdenes son esperar —insistió.

—¿Pretenden que esperemos aquí sin hacer nada? —preguntó Nate incrédulo.

Eso no podía ser. ¿Cómo se iban a quedar de brazos cruzados mientras el resto se jugaba la vida?

—Chicos, ¿podéis compartir con el resto lo que está ocurriendo? —interrumpió Nicky tímidamente.

Sabía que no debía inmiscuirse en los asuntos del régimen, pero esto les inmiscuía a todos. Tenían derecho a que se les contase la verdad.

Óscar avanzó hasta ella.

—No te preocupes, no es nada. Tan solo protocolos del Morsteen.

Ella le miró con cara de pocos amigos. ¡Le estaba mintiendo con total descaro en frente de su cara!

—Si vas a mentirme prefiero que estés callado —dijo algo molesta.

El profesor tragó saliva y Nate no pudo evitar que una pequeña sonrisa apareciese en su rostro.

—Lo lamento, sabes que no podemos hablar de estas cosas —le dijo posando su mano en el hombro de la joven—, pero no te preocupes, te prometo que no te va a pasar nada —aseguró el profesor con una sonrisa.

Nathaniel no podía seguir observando esa escena, así que salió bruscamente de la habitación y se dirigió al salón junto al resto.

—¿Qué ocurre? —preguntó Bruno.

—Nada.

—Nate, soy yo, puedes confiar en mí.

—No es nada, simples procedimientos —mintió.

No le gustaba tener que mentir a sus amigos, pero había hecho un juramento que debía respetar.

La leyenda de los Ignis | #2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora