Capítulo 20. No me obligues a ser sincera

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María, Bruno y Nathaniel comían en silencio.

—¿Cómo has permitido que se vaya con ese tipo? —explotó de pronto Nate asqueado mientras se llevaba un pedazo de pan a la boca.

Bruno estaba suficientemente enfadado como para que encima Nathaniel le echase en cara lo ocurrido.

—Tú también lo podías haber impedido.

—No es mi hermana, es la tuya —se quejó.

María lo miró incrédula. Cierto que no era su hermana, pero era él quien tenía sentimientos por la chica, así que si tanto le importaba también podría haberla parado. ¡Que cara!

—Venga, va a estar bien. No es que se haya ido con un extraño. Además, el profesor y ella hablan casi a diario —dijo ella para restarle importancia.

Los dos chicos dejaron la comida y se giraron furiosos. ¿Desde cuándo tenían una relación tan buena Nicky y el profesorucho? María sabía que había vuelto a meter la pata... Nada, que no conseguía hacer las cosas bien.

Ambos la miraban esperando que dijese algo más, pero esta vez ella no iba a caer. Sabía que si lo hacía acabaría mal parada.

—¿Queréis postre? —preguntó ella cambiando de tema.

—¡María! —exclamó Bruno con tono autoritario.

—¡No! ¿Qué os importa? ¡Dejadla en paz! Además, si tenéis algo que objetar se lo decís a ella —sentenció.

No sabía de donde había sacado tanta valentía y carácter, pero se sentía orgullosa de si misma. Por primera vez ninguno de los dos rechistó.

Bruno se levantó golpeando la mesa y se marchó del lugar. Estaba fastidiado sobre todo porque sabía que María tenía razón. Nathaniel miró a María, de nuevo los habían dejado solos.

—Puedes irte si quieres, yo voy a tomar postre —dijo ella tratando de sonar segura.

—Si me voy tendrás que pagar la cuenta, y tú no tienes dinero —respondió él simplemente.

María se quedó pensativa, ni siquiera se había parado a pensar en eso, quizás no debería pedir postre, pero ese Coulant que había visto hacía unos segundos tenía tan buena pinta...

—Em, bueno, pues ya te lo devolveré —aseguró ella.

—No hace falta.

El dinero nunca le había importado a Nathaniel. Seguramente porque nunca le había faltado, pero aún así eso no era algo que le preocupase.

—Pide postre y te lo comes mientras me cuentas lo de Nicky.

Un momento, ¿la estaba chantajeando con comida? Y lo peor de todo, ¿estaba funcionando?

—No puedo traicionarla por un trozo de chocolate —dijo mientras su boca se hacía agua al ver ese delicioso postre.

—No quiero que me cuentes nada que no puedas. Solo lo necesario.

Ella lo miró un poco confundida, ¿qué era exactamente lo necesario?

—Necesito saber si hay algo entre ellos —reconoció algo avergonzado.

María miró hacia otro lado, ¡qué incómodo! Nate hasta parecía humano y no sabía si eso le gustaba o la aterraba. Tenía que estar realmente desesperado para hablar con ella de ese tema.

—Yo, no lo sé —titubeó.

—Sí lo sabes —respondió él recobrando su semblante habitual.

—No sé qué quieres que te diga exactamente —confesó ella.

—Sí que lo sabes —insistió él.

—La culpa es tuya —dijo ella con apenas un hilo de voz.

María pudo ver en el rostro del joven como aquellas palabras lo destrozaron. Por primera vez estaba descompuesto y, sí, ella sintió pena por él.

Nathaniel sacó la cartera, pagó a la camarera y sin mediar palabra abandonó el lugar.

—¿Qué le has hecho? —preguntó enfadada Claudia quien acababa de entrar.

María la miró sin saber muy bien qué decir.

—¿De verdad crees que yo puedo hacerle algo a tu hermano para que se ponga así?

¡Acababa de responder a Claudia Calonge sin titubear! Se sentía orgullosa de sí misma. Este día estaba siendo increíble para su autoestima.

Clo meneó la cabeza, la chica tenía razón. Se sentó junto a ella y comenzó a comer.

—¿Y el resto?

—Ya han comido.

—Pues que bien todo —respondió Claudia simplemente.

María se encogió de hombros, ellas dos no tenían mucho de que hablar. Ambas terminaron su comida en silencio esperando a que la otra dijese algo, pero no fue así.

—Bueno, pues ya está —dijo Claudia levantándose de la mesa.

—Sí —respondió María mientras ambas salían del local.

La joven Ignis no tenía muy claro qué hacer ahora. Nicky seguiría con el profesor, Bruno no tenía ni idea de donde estaba y no quería ir a la casa de los Jaquinot por si se encontraba con Javier... Si que se había tornado bien el día.

Claudia se despidió y María comenzó a vagar sin rumbo fijo por la ciudad.

Una mezcla extraña de colores en el cielo llamó su atención e hizo que se dirigiese al lugar del que provenían. Allí un gran número de adultos estaban reunidos mirando al cielo. Entre ellos pudo ver a la directora y la profesora de herbología, la señora Figueroa. ¿Qué harían ahí todos reunidos? Y, ¿qué eran esos colores?

Avanzó un poco entre los matojos para ver si podía enterarse de algo, pero entonces el crujido de una rama atrajo la atención de todos hacia su persona.

—Señorita Bergasa, ¿qué hace usted aquí? —interrogó la directora.

—Se habrá perdido —defendió la profesora Figueroa.

Todos la miraban atentos esperando una respuesta, ¿pero cómo se metía ella siempre en esos líos?

—Yo, tan solo vi los colores y no lo pensé —reconoció tímidamente.

Todos se miraron entre ellos. La chica era bastante peculiar, eso tenía sentido.

—Muy bien, márchese. No debería andar por aquí sola —aconsejó la directora—. Y ni una palabra de esto a nadie —añadió mientras la joven se marchaba.

¿Por qué tanto secretismo por unos colores en el cielo? Comenzó a caminar hacia la casa de Bruno y Nicole, con un poco de suerte alguno de los dos ya habría llegado, y sino esperaría en la puerta hasta que lo hiciesen. Tampoco es que tuviese muchas más opciones.

Golpeó un par de veces la puerta y escuchó unos pasos aproximándose tras ella. ¡Sí! Esperaba que fuese Nicky, Bruno quizás siguiese enfadado.

Javier Jaquinot abrió la puerta y la miró confuso. Ninguno de los dos sabía muy bien qué decir, pero era ella quien debía comenzar, al fin y al caso esta era la casa del Domador.

—Buenas tardes, ¿están Nicky o Bruno? —preguntó de manera educada.

Él negó con la cabeza y siguió mirándola algo confuso. Tras varios minutos en los que ambos permanecieron en silencio, Javier abrió del todo la puerta y la invitó a entrar amablemente.

—No creo que tarden mucho —dijo dirigiéndose al sofá.


La leyenda de los Ignis | #2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora