Antes de...

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—Taiga-kun. Necesito que despiertes ahora.

—5 minutos más.

—Tú lo pediste. —Y sin decir más, el pelirrojo sintió aquella lengua tan suave y babosa que odiaba. Se levantó de un salto y maldijo al perro, el cual le sonreía mientras lanzaba un ladrido.

—¡Tetsuya! —Gritó al ver como el peliceleste huía seguido de su tan adorado nigou. —Algún día voy a perderte en el parque. —Murmuró antes de salir de la cama a atrapar a su esposo.

Al salir de la habitación se encontró con toda su familia ahí, desayunando. Hikari le ayudaba a comer a Tora, mientras Kuroko le daba el biberón a Hikaru. "Esto es demasiado para mí." Pensó Kagami al ser atacado por la dulzura de aquella imagen frente a sus ojos.

—Taiga. —La voz de Kuroko lo llevó a la realidad. —Se nos hará tarde si no empiezas a desayunar también.

—Perdón, enseguida me uno a ustedes. —Y sin decir más se acercó al lugar designado, Kuroko había aprendido a cocinar cosas simples y el desayuno era lo que mejor se le daba o por lo menos, eso decía el pelirrojo y sus dos hijos.

***

—Mamá, no encuentro mi amuleto de la suerte. —Gritó un pequeño niño mientras agitaba sus manos con desesperación, el pelinegro volteo a mirarlo y suspiro.

—Lo buscaré. —Respondió mientras a paso pesado, se dirigía al cuarto de su hijo para buscar aquella ramera su padre le había regalado hacia unos meses, pero que para el pequeño era el objeto que más suerte le traía.

—Mamá, no encuentro mis medias. —Escuchó Takao, fijó su vista al lugar de donde venía aquella voz. Suspiró una vez más.

—Ya voy.

—Mamá. —Escuchó una vez más. Volteo para encontrarse con Kazuo, el menor sonreía. —Termine de hacer el desayuno. Papá ya está vistiéndose. —Reportó su hijo. —Yo ayudaré a Hayato así que ve a ayudar a Akane.

El mayor sonrío. Su hijo era un sol, sabía que podía confiar en él. Asintió y siguió camino al cuarto de Hayato, sabía que el pequeño solía ser muy ordenado, pero siempre perdía su objeto de la suerte.

***

—Mamá. —Gritaron ambas niñas mientras entraban corriendo al cuarto de su madre. El pelinegro, quien había estado cambiándose, dejo todo cuando su hijas corrieron a abrazarlo.

—¿Qué pasa?

—Te amamos. —Dijeron ambas.

—¿Qué hizo su padre de desayuno? —Ya sabia la respuesta, sus dos hijas habían sonreído cómplices y se habían ido corriendo después de aquello. —Es por eso que no te dejo hacer el desayuno. —Murmuró poco después, mientras trataba de pensar en cuantas cosas dulces habrían en su mesa cuando bajase a desayunar.

***

—Papá, los mocosos están aquí. —Gritó Akemi. Inmediatamente ambos niños se quejaron por aquello.

—Akemi, no debes decirles mocosos a tus hermanos. —Decía su madre mientras caminaba hacia ellos. Al ver la expresión de la peliazul, el castaño quizo disculparse como de costumbre, pero le sorprendió escuchar un "lo siento" de los labios de su hija.

—Hey, Akemi. —Casi gritaba su padre, Daiki se acercaba a la chica un poco molesto. —No debes hacer enojar a mamá y no debes decirles mocosos a los mocosos.

—Papá. —Gritaron ambos, una sonrisa se apoderó del rostro de Aomine Daiki mientras agarraba a sus dos hijos y los alzaba. —Bien, es hora de irnos.

La familia salió hacia el auto aparcado fuera de su hogar, mientras Aomine les hacía halagos a sus pequeños hijos, Akemi hablaba con su madre sobre el club de baloncesto.

***

—Papá, mamá se volvió a dormir. —Habló su hija, miro al mueble del salón y ahí estaba un bien vestido Kise, pero que yacía en los brazos de Morfeo.

—¿Puedes vestir a Yûki?

—Por supuesto, papá. —Dijo la rubia, miro a su padre antes de dirigirse al cuarto de su hermano menor.

El pequeño pelinegro vio a su hermana entrar a su habitación, se decepciono un poco de no ver a su madre, pero no podía hacer más.

La rubia lo miro sorprendida, pues el pequeño ya estaba vestido.

—¿Me veo bien? —Preguntó el pequeño mientras se levantaba de su cama para lucir mejor la ropa que llevaba en aquel momento. Su madre lo había escogido para él un día antes y aunque había sido difícil, logró ponérselo bien.

—Muy guapo. —Halago su hermana, el menor se acercó a su hermana y tomó su mano, sorprendiendo una vez más a la rubia. —Bien, vamos. —Dijo Yukiko caminando con su hermano hacia donde se encontraba su madre y padre. No encontraron a su madre, pero sí a su padre quien tenía cargada a una linda niña con vestido púrpura.

—Vámonos. —Habló el pelinegro mientras comenzaba a caminar hacia la salida de la casa. Ante el rostro confundido de su hija, dijo: —Él ya está en el auto.

Una vez más. ~ Kuroko no basket.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora