Luna de sangre

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Megan sabía que aquel día no sería uno cualquiera cuando la luna comenzó a teñirse de rojo durante la noche. Esperó la desesperación materializarse, sin embargo, se convirtió en anticipación. Nadie estaba tranquilo ni podía descansar. La paranoia se filtraba ponzoñosamente, y los ánimos estaban demasiados susceptibles.

Las historias de caos, guerra, desesperación y tragedia que rondaban a la luna roja repercutían en su mente, al igual que los recuerdos de la noche anterior con Zander. Sus palabras, de alguna manera, le resultaban imborrables.

Sabes que no podemos vivir así toda la vida —le había advertido ella, mirándolo cuidadosamente, en un ataque de sinceridad hacia él. Zander no respondió de inmediato, solo suspiro y tras mediarlo, la miró. Una especie de ruego bailaba en su mirada. A pesar de que él no afirmaba nada, flotaban en el aire las palabras no dichas y los pensamientos enjaulados.

Ella sabía sobre su relación con la diosa Artemisa, mucho antes de que él se lo confiese. Más allá de comprender el vínculo y sentir hasta agradecimiento por su papel en la vida de él, sentía repelo a la idea de que la diosa continuara guiando cada paso y decisión suya.

Lo sé, pero ¿qué más podemos hacer? Esta es mi misión en la vida, hacer lo que ella me encomiende —respondió. Megan suspiró, acercándose a él. Necesitaba tenerlo cerca, tocarlo y mirarlo.

Se sentó sobre sus piernas, percibiendo la calidad de su cuerpo abrazarla. Acarició sus mejillas y se perdió en sus ojos como tantas veces lo hizo.

No puedes darle tu vida a los dioses, ella ahora está contigo, pero no sabes cuándo te dará la espalda. Todos son así, nos usan a su voluntad para después dejarnos tirados —la fe ciega que él le tenía a la diosa, le generaba rechazo. Ella ya no creía en los dioses luego de que sus padres muriesen y su vida se hubiese convertido en algo que no deseo ni imaginó—Tienes que luchar y vivir por ti, por nadie más —insistió, pero él la miraba tan silencioso que le exasperaba.

¿Y qué quieres que haga? —preguntó en un susurro que quebró su estabilidad.

Quiero que seas feliz, que hagas lo que quieras y sientas, no lo que te ordenan porque no le debes nada al mundo por el que luchaste hasta ahora —sus palabras repercutieron profundamente en él.

Zander cerró los ojos, hundiendo su rostro en el cuello de ella, abrazándola con fuerza. El único mundo que le importaba era ella, pero se veía acorralado entre el deseo y el deber. Él le debía su vida a aquella diosa que lo protegía, y no podía hacer más que serle fiel, arriesgando su vida y felicidad en pos de su voluntad.

Nunca se negó a una petición de la diosa ni puso en duda como era su vida en ese momento, hasta que todo lo que deseó dejó de ser la aceptación, la fama y el poder. Solo le importaba Megan y nada más.

Él la besó, con hambre y desesperación. Hundió sus manos en su cuerpo para acercarla a él, y Megan reaccionó inmediatamente a sus besos, derritiéndose entre sus brazos mientras su juicio se nublaba.

Eran tantos años conociéndose, amándose, que estaban cansados de controlarse. No querían esconderse más pero conocían los peligros que los acechaban más allá de la tienda. Los enemigos mortales e inmortales, aquellos que conocían y de quienes no tenía la más mínima sospecha. Exponerse era demasiado complicado, sobre todo en tiempos de guerra.

Voy a intentar que todo cambie, te lo aseguro —dijo él sobre sus labios, recorriendo con sus manos lentamente su cuerpo, memorizando cada curva y tratando de retener cada seguro de felicidad que pasaba con Megan—. Pero no me dejes solo —susurró, casi como un ruego.

No me olvides [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora