Capítulo ocho.

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Al día siguiente mis padres me levantaron muy temprano para ir al trabajo con ellos. Yo estaba cansado y trasnochado, y a pesar de todos los reproches que les hice, era una decisión tomada. Tomé mi libreta, el libro rojo, junto con mis lápices, eso era todo lo que necesitaba, y me fui con ellos.

Fueron las horas más aburridas de mi vida, no dejaba de dar vueltas alrededor de toda la oficina, y hacer garabatos en mis hojas. Además, la policía entraba y salía, ya que mis papás trabajaban en el periódico, ellos publicarían un gran artículo acerca de los niños.

-Si tan solo pudiera quedarme con el abuelo, estaría viendo televisión.- dije en voz alta, lamentándome y esperando que se compadecieran de mí.

En realidad, tampoco quería estar con el abuelo, sólo necesitaba salir y buscar más pistas.

-No señor, Julián, ¿crees que tu abuelo no me contó cuando casi le das un infarto al salirte sin avisar de la casa?- así que mi madre ya lo sabía.

-Te lo prometo, no le causaré problemas. Por favor, sabes que aquí sólo hago estorbo.

En ese momento abrieron la puerta de nuevo, y entraron dos policías, acompañados del detective Simón.

-Buenos días, Elena- saludó Simón a mi mamá, y luego reparó en mí, que estaba tumbado en el piso con mis cosas- Oh, buenos días a ti también Julián.

-No tan buenos.- respondí por lo bajo, a lo cual mi mamá abrió mucho los ojos. Un gesto muy común de ella cuando quería decirme "en la casa arreglamos".

Los tres hombres pasaron por encima de mí, lo cual no hacía más que ayudarme a que mi mamá se diera cuenta de que hacía estorbo.

-¡Oh, si tan sólo pudiera recostarme en un cómodo mueble en vez de este frío piso!

Los cuatro se me quedaron mirando con una expresión de burla, y al final mi mamá terminó por ceder, alzando los brazos y diciendo:

-¿Sabes qué? Puedes irte cuando tu padre llegue, el mismo te llevará. Dios santo, Julián, algún día nos causarás canas verdes.

Se quedaron hablando unas cuantas cosas más, mientras que yo no dejaba de preguntar "¿Ya, mamá?"

Al final, cuando los policías ya iban saliendo y se despidieron de nosotros, Simón retrocedió y lanzándome una mirada le ofreció a mi mamá llevarme.

-¿Lo dices en serio? Su abuelo vive un poco lejos de aquí.

-No importa, además creo que lo que te hace falta es poder estar en paz, y Julián también.

-Puedes tener razón... tengan cuidado.

Sonreí de oreja a oreja, y salí de la oficina con gran emoción. Me acomodé en el asiento del acompañante, y le indiqué dónde vivía mi abuelo.

-¿Quieres algo de música?- preguntó encendiendo la radio. Yo asentí, pues me daba muy igual.

Empecé a meter todas mis cosas a mi morral, y fijé mi mirada en la ventana.

-Bonitos libros- comentó Simón- ¿Te gusta leer?

-Algo así, en realidad, sólo cosas interesantes.

Anduvimos medio camino sin dirigir palabra de nuevo, la verdad es que el silencio no me incomodaba y de hecho me daba tiempo de pensar en absoluta paz. Hasta que Simón rompió la armonía de repente.

-Julián, sé que esto ha sido muy duro para ti y para todos en ese pueblo. Y quiero que sepas que estoy haciendo todo lo posible para encontrar a tu hermana y a todas las pequeñas criaturas que han ido desapareciendo. Incluso si parece imposible...

El misterio de Cranya.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora