Cap8

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El tiempo no cura. El tiempo te hace olvidar, pero la herida siempre está ahí. Eso fue lo que aprendí cuando Dani me rechazó dos veces seguidas. Le olvidé. Cuando le vi de nuevo, el pecho volvió a doler, volvieron las lágrimas. Luego el dolor se reflejó. La historia es muy vieja y te vuelves medio loca cuando pasa.

-Bueno, debería volver con Dabria, estar con Javi, cuidar de Gabrielle, hacer la compra y empezar a organizar el funeral- dije frunciendo el ceño.

-Oye Nuria... relájate. Javi puede cuidar de la nena, el supermercado no cierra hasta dentro de varias horas y Dabria puede estar sola un rato.

-No, tengo que irme.

-Anda, quédate un rato. Sólo un poco.

-Veinte minutos, no más.

Me besó otra vez. En ese momento no me resistí. El beso se volvió más ardiente, apasionado y desesperado. Su lengua buscaba la mía con desesperación. Bajé una de las manos desde su cuello hasta agarrar el borde de su camiseta. Él se separó de mis labios para que pudiese sacar su camiseta. Le miré dubitativa.

-Hazlo sólo si quieres hacerlo.

Asentí y tiré de la camiseta. La lancé al otro lado de la habitación. El desabotonó mi blusa.

-¿Puedo?- Asentí nuevamente, pero en un momento dado, recuperé la lucidez.

-Para, para. Por mucho que piense en dejar a Javi, sigo saliendo con él. Sólo hace un par de días que estoy con él. No creo que eso funcione. Javi y yo estamos dañados de formas diferentes. Pero tú y yo hemos sido heridos de formas similares. Nos entendemos. Déjame que hable con él y luego vemos hacia dónde nos lleva esto.

-Bien, te llevaré hasta la casa de Dabria. Vámonos- dijo tomando su camiseta y las llaves de su coche. Se me olvidaba que era unos meses mayor que yo y que ya tenía permiso para manejar un vehículo. Se deslizó dentro de la ajustada prenda negra. Le miré embobada.- Venga, las señoritas primero.

Reí y salí al pasillo. Otra vez en el ascensor. Mordí mi labio inferior. La tensión era tremenda. Al fin llegamos al coche. Condujo en silencio.

Me dijo que me acompañaría hasta el piso. Otro ascensor. Parecía que le gustaba la tensión que había. De pronto noté su mano helada en mi espalda. De pronto la mano se separó de mí y se retiró. Noté como algo se separaba de mi pecho.

-¿Pero qué...?- Vi mi sujetador strap-less (sin tirantes) caer al suelo.

-Déjame al menos conservar esto- me miró con ojos de perrito abandonado.

Reí y le dije:

-Eres un cerdo. Devuélvemelo.

-Te estás riendo.

-Tienes las manos hábiles. Ahora devuélveme lo que es mío.

-Igualmente luces bien sin él. Tus pechos son suficientemente firmes para sostenerse sin sujetador.

-No mires mis pechos, pervertido. Dámelo- dije mientras se lo quitaba de la mano-. Sabes que no me gustan esos comentarios. Son muy machistas.

-Tienes razón, perdona.

-No pasa nada. Debería salir ya del ascensor.

-Bueno, déjame al menos darte un último beso.

-Bien. Un beso. En la mejilla.

-Bien.

Nos despedimos y yo abrí la puerta con la llave que me dio Dabria.

-¡Ya he vuelto!

11 De Marzo {EN EDICIÓN}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora