Extra 4: El accidente.

33 3 0
                                    

 𝙷𝚎𝚗𝚛𝚢 𝙳𝚞𝚏𝚏


      — Henry, deberías de ir. Tú nunca sales de casa, ya es tiempo... Quiero decir.—

      Todos bailaban, gritaban, bebían o se acariciaban, todos excepto Henry Duff, que se encontraba sentado en un sofá leyendo un libro de física cuántica. Las luces parpadeaban, provocadas por un chico que se encargaba de apretar el switch con tal de darle forma al ambiente en forma de discoteca. Lo...s jugadores de Polo pedían más bebidas alcohólicas a gritos, las botellas vacías ya no podían ser contabilizadas en un minuto. Henry intentaba estar concentrado pero sentía que su cerebro se desvanecía, tenía que volver a leer dos veces o más para comprender. Incluso se preguntaba qué hacía en aquella fiesta, si su madre no se hubiese empecinado en alentarlo para que asistiera, seguramente estaría en su casa, cómodo. 

      El olor a cigarrillo provocó que Henry saliera de la casa de Nimue MacRuairidh como si el diablo le persiguiera, hasta cuando estuvo libre de nicotina soltó en estornudos y sacó un pañuelo del bolsillo de atrás de su pantalón para sonar su nariz, por un instante sentía que se ahogaba; pero todo quedó atrás. El aire no era frío, tampoco cálido; era de aquellas noches narradas en los libros, con un aura oscura y un chirrido de animales al fondo, como si alguien vigilara y el presagio de un pesar se aproximaba. Aunque el bullicio desde fuera no era tanto, podía percibir algunas voces conocidas que gritaban de un lado a otro con palabras obscenas, quizás nadie en aquel lugar valoraba su vida, quizás porque nadie ha estado al borde de la muerte como Henry Duff. 

      Cuando Henry cerró los ojos, concentrándose en lo que pasaba a su alrededor sintió una opresión en el pecho, en el lado del corazón. Los gritos fueron confusos al igual que todo lo que transcurrió después. Todos corrían de un lado a otro, algunos gritaban y otros lloraban; pero a la que vio deshecha fue a Mysie, quizás por aquella atracción que sentía desde hace tiempo. Intentó, intentó acercarse a ella. Necesitaba decirle que se calmara, que todo iba a estar bien, pero no, era mentira y a Henry no le gustaba mentir. Había llegado al lugar del accidente, impactado por lo sucedido, nunca imaginó ver a los chicos de esa manera. La sangre se había esparcido en gran manera como si de agua se tratase. Incluso sintió una punzada de culpabilidad, era el único sobrio en la fiesta, él debía de haber evitado todo, de haber dicho que bastaba, que ya no bebieran aunque eso llevara burlas, pero quizás y lo hubiese impedido. Sus ojos se llenaron de lágrimas al sentir la impotencia y como tres vidas habían terminado de una forma tan trágica; su cabeza dolía y palpitaba con fuerza. Todo lo que era felicidad se había convertido en una profunda tristeza. 

      La sirena de la ambulancia sirvió para que se hicieran a un lado, Henry se quedó, observando todo de cerca aún con las lágrimas secas en las mejillas. Lo que más le dolió fue ver como los paramédicos intentaban darle RCP a Thomas, Cuddle y Bradley, pero era demasiado tarde. No había transcurrido ni cinco minutos cuando la policía llegó. Sabía que estar ahí era en vano, no podía hacer nada; mientras más se alejaba, más veía a los chicos hacer lo mismo, asustados. Algunos con las manos y ropa llena de sangre que se habían acercado a susurrarles las últimas palabras de despedida.

      ¿Cómo es que la vida puede acabar en un abrir y cerrar de ojos? ¿Cómo es posible que el futuro de grandes chicos quede suspendido en el aire? ¿Acaso serviría de lección para los demás? O ¿Seguirían con las mismas fiestas llenas de alcohol hasta el amanecer? ¿Quién lo sabía? Por supuesto, nadie.

Lasswade TaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora