Uno

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1 de febrero de 2015
[Hogar de Boštjan]


Era la séptima vez que pasaba la aspiradora por la alfombra de delante del gallinero. Conseguí oír unos tenues golpes contra el metal y dejé la aspiradora apoyada contra  una escalera portátil mientras buscaba en mi memoria de dónde tenían que provenir esos sonidos. Caí en la cuenta de que así es como suena cuando alguien llama a mi puerta y avancé en silencio, rogando porque fuera el repartidor de pienso y no alguien perdido en mitad de la noche.
Cerré mis ojos y me pegué a la puerta silencioso, intentando oír la respiración de quien fuera que hubiera tras la puerta.

Me criaron de un manera una tanto especial...

Justo como me temía, no era el repartidor de pienso quien respiraba tras mi puerta a las once y media del viernes por la noche. Era una respiración muy agitada, incluso me atreví a pensar que se entrecortaba.
Me aparté y aclare mi voz.
—¿Quién va? —no obtuve respuesta alguna, por lo que mi impaciencia acabó conmigo y abrí la puerta de par en par.

Alcé una ceja extrañado por no ver a nadie a la altura de mis ojos. —Yo juraría que... —el contacto de unos gélidos dedos que tocaban mi cuello con delicadeza cortaron cualquier conexión que viajaba desde mi cerebro hasta mi boca. Bajé la cabeza, quedando mucho más desconcertado aún tras verlo. 

—Lloras. —Susurró el pelinegro.

Jamás pensé que mis pulsaciones se volverían a alocar de aquella manera, ni de que las gotas saladas quemarían mi cara de nuevo.
—¿Por qué...? —Pregunté un tanto asustado haciéndome a la idea, pero entonces decidí que mi preocupación tomara las riendas. —¿Por qué estás aquí?

Boyko apartó su raquítica y pálida mano de mi piel y su tripa rugió. —Mi mayordomo me dijo que viniera aquí, me acogerían con gusto.

— Vale, pero primero debes de decirme... —Boyko ya se adelantaba a explorar mi casa, sin ni siquiera haberle importado obtener permiso por mi parte o al menos haberme dejado acabar. Suspiré y fui tras él. —¡Bien! Puedes quedarte, pero tienes que contarme todo lo que ha rondado sobre ti antes de venir aquí.

Apenas habían pasado unos segundos desde que el chico admiraba mi decorada pared del pasillo cuando me pareció verlo dar traspiés. Fruncí mi ceño cada vez más extrañado.— ¿Te encuentras bien?- Decidí seguirlo, al paso que iba podría caerse.

Boyko señaló el escudo de la casa temblando, con la mirada centrada y al mismo tiempo perdida, muy probablemente en sus recuerdos. Me acerqué a él, dispuesto a obligarlo si hacía falta a que me empezara a contar todo.

— Es el escudo de mi familia, pero lamentablemente no pienso proporcionarte información sobre ella — coloqué mis brazos entrelazados—. ¿Qué recuerdas?

Él me miró con la cara sudada mientras notaba cómo su respiración se entrecortaba cada vez más y más, empezó a restregar sus manos contra su pecho, pero no parecía que lo hiciera por falta de aire, si no que más bien lo hacía para señalarme o, para tal vez avisarme de algo.

-¡Boyko!, ¡¿Pero qué te pasa?!- Lo atrapé entre mis brazos asustado, por no conseguir información antes de que éste perdiera la conciencia y quedara profundamente dormido. Lo llevé a la habitación dónde solían dormir mis hermanos, que seguía limpia gracias a mi hábito pulcro y sequé su frente con una toalla caliente. Subí una mesa grande a la habitación y cené delante suya, en el caso de que aquel "bello durmiente" despertara y quisiera devorar algo... Me pareció oír como su tripa hablaba aún estando dormido.

ErzsébetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora