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Un fuerte olor a sangre inundó mis fosas nasales regresándome las ganas de vomitar. Era sorprendente el aroma. Cerré los ojos y desvié la vista hacia el lugar donde estaba escondido Martin. Corrí hacía él. Lo encontré temblando en el suelo bañado de sudor. Dio un salto a verme.

– Shh –lo callé–, vamos, hay que irnos, no tenemos mucho tiempo, van a volver.

– Lo mataron... ¡Misty! ¡Lo mataron! Crees que...

– Y nos van a matar a nosotros también si no nos vamos –lo interrumpí jalándolo hacia arriba para ponerlo de pie–. No mires al suelo. –dije abrazándolo y obligándolo a caminar.

Salimos por la misma ventana por la que habíamos entrado procurando que nadie nos viera. Corrimos en dirección al carro de mi mamá.

– ¡Ahí están! –se escuchó una voz desde muy lejos.

– ¡Corre!

Cuando llegamos al carro, me subí del lado del conductor y dado que no teníamos tiempo para que Martin se subiera del lado del copiloto terminó en el asiento trasero. Escuchamos unos disparos pero ninguno nos alcanzó ni al auto. Prendí el automóvil y salí de aquel lugar a toda velocidad. Cuando nos alejamos unos kilómetros entré por un camino de tierra rodeado de un gran bosque. De la nada perdí el control del carro y este se fue a estrellar contra un árbol. Mi cabeza tardó un minuto para que dejara de dar vueltas. Salí lentamente del carro intentando mantener el equilibrio.

– Ma-Martín, ¿estás bien? –abrí la puerta trasera y lo ayudé a salir

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– Ma-Martín, ¿estás bien? –abrí la puerta trasera y lo ayudé a salir. Tenía una pequeña herida que sangraba en la frente, pero nada grave fuera de eso. Estábamos a punto de alejarnos del auto cuando algo me llamó la atención. En la llanta trasera había un extraño objeto metálico y afilado que la atravesaba, como si alguien lo hubiese lanzado justo ahí para hacerme perder el control.

– Será mejor que nos vayamos... –pero en cuanto levanté la vista hasta el hombro de mi mejor amigo me di cuenta de que había alguien a unos metros de nosotros, entre los árboles. Abrí los ojos como platos–. ¡Corre, Martín! –. Lo tomé de la mano y lo jalé hacia el lado contrario de donde estaba aquella persona. Nos adentramos entre los árboles, pero dado que era muy incómodo correr de esa manera decidí soltarlo. Cuando volteé hacia atrás me di cuenta de que ya no estaba. Entré en pánico.

– ¡Martín! –estaba a punto de volver a gritar su nombre cuando vi un movimiento algo lejos de mí, entre los árboles. En cuanto vi su piel oscura giré sobre mis talones y eché a correr lejos de él (o ella).

Seguí corriendo hasta que mis piernas empezaron a arderme. Cuando me detuve un poco para recobrar el aliento me di cuenta de que más adelante el bosque terminaba. Caminé lentamente hasta llegar al último árbol. Vi una enorme iglesia que se encontraba al menos a un kilómetro de distancia. Respiré hondo un par de veces y eché a correr a toda velocidad hacia aquel lugar que podría ser mi salvación.

Entre más me acercaba más me sorprendía de lo realmente grande que era aquella construcción. Cuando llegué a la puerta de madera calculé que ésta mediría al menos unos 5 metros de altura. La empujé con todas mis fuerzas. Se abrió apenas unos pocos centímetros.

– ¡Misty! –me di la vuelta al reconocer la voz de Martín.

– ¡Date prisa! –volví a girarme para empujar la puerta una vez más. Ésta vez se abrió lo suficiente para que pudiéramos pasar de lado. Lo miré con una sonrisa en los labios, la cual desapareció en el instante en el que vi a un hombre completamente tatuado, varios metros detrás de él, con un arco y flecha apuntándole directamente.

– ¡Martín! ¡Zigzaguea!

– ¿Qué? –. Preguntó sin detenerse. Su rostro estaba rojo como un tomate.

– ¡Zigzagu...! –se me fue la respiración en cuanto vi como una flecha atravesaba el pecho de mi otro mejor amigo.

Los habían matado a los dos.

Misty ~PAUSADA por el momento ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora