Capítulo 7.

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Mi consciencia se va despertando poco a poco, los ojos pesan un poco y mi cabeza parece estar a punto de estallar gracias al pitido del monitor.

Mi cuerpo me alerta que alguien más se encuentra en la habitación y me esfuerzo por abrir los ojos y escanear la habitación con rapidez. Me calmo en el instante que veo a mi padre, dormido justo a mi lado con la cabeza apoyada en la camilla y sus manos tomando la mía. La situación me enternece un poco haciéndome sonreír como pequeña.

- Papi... - Murmuro con voz de niña pequeña, este se despierta de un solo salto sacando un arma de la cinturilla y apuntando a todos lados alerta de cualquier movimiento sospechoso. - Soy yo. - Voltea y me apunta, pero despabila de su sueño y se relaja. Nos reímos un poco, guarda su arma y se acerca a mi para darme un gran abrazo.

- Mi niña, me tenías tan asustado. - Habla contra mi cabello, se separa un poco y me mira. Detallo su rostro, demacrado y ojeroso; no debió haber dormido en ningún momento de la noche. Vuelve a el sofá que desde lejos se nota incómodo, pero no presenta ningún problema para él.

- ¿Cuánto tiempo he estado así? ¿Qué hora es? - Observo a través de la venta y aunque hay luz, nubes oscuras surcan el cielo.

- Casi medio día cariño; te administraron una buena dosis de calmantes, estabas muy inestable. - Peina mi cabello con caricias suaves. - Y son las 11:20. - Una expresión de horror surca mi rostro. Mi padre suelta una carcajada, de esas que extrañaba tanto escuchar.

De repente la puerta se abre y veo las cabezas de todos los guardias asomadas en ella. Mi padre adopta nuevamente su postura de seriedad y me entristece un poco, amo verlo reír. Al cabo de un segundo mi semblante cambia al ver entrar a una de mis personas favoritas.

- ¡Mike! - Chillo como una niñita y él trota hasta mí. Me abraza con delicadeza y suspira aliviado.

- ¿Cómo estás mi niña? - Desde que lo conozco siempre me ha llamado así, pues me considera como tal su hija. Mike nunca pudo formar su propia familia ya que cuando recién se adentraba en este mundo, mataron al amor de vida, así que se refugió en la nuestra.

- En una sola pieza, ya sabes lo que dicen. - Los miro con una sonrisa. - Hierba mala nunca muere. - Repetimos al unísono para explotar a carcajadas. Miro a mi padre y hago la mejor cara de consentida. - Papi... ¿Podrías llamar a una enfermera? Realmente me duele la cabeza. - Hago un pequeño puchero lo cual hace que Mike sonría, sabe que es mi forma de manipular.

- Por supuesto mi ángel. - Me da una pequeña caricia en la cabeza viéndome con ternura y sale de la habitación.

- Ahora dime tú a mí qué es lo que quieres. - Su tono burlón hace que suelte una risilla.

- Comida por favor, me estoy muriendo de hambre. - Me recuesto en la cama como toda una dramática llevándome un buen dolor de abdomen. Me quejo bajito, haciendo que él ría y lo mire mal.

- Bien, bien. - Alza sus manos en señal de paz y retrocede lentamente. - Si tu padre me descubre te culparé de todo. - Me señala con su dedo índice y finalmente sale.

Mi mente divaga entre los recuerdos de ayer, no puedo evitar sentir angustia ante lo que pasó, es claro que para nadie pasó desapercibido la balacera que hubo. Si tan solo alguien se volvía un soplón, harían que volviera a...

- Ya estoy aquí. - Entra mi padre y se ubica en el mismo sillón, creo que ya hasta se resignó ante él y su incomodidad.

- Genial, ¿Sabes cuándo saldré? - La emoción en mi tono de voz se hace notar.

- Me ha avisado la enfermera de que vendrá a verte en unos segundos al igual que el doctor, pero que lo más probable es que salgas pronto de aquí. - Asiento lentamente. Suspiro con resignación a tener que esperar una eternidad por ellos ya que siempre que dicen, en un segundo, tienden a demorar demasiado.

Scarlett Dinovik.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora