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«Iba tarde, no necesitaba revisar el reloj para saberlo. No me había quedado dormido, ni se me había olvidado que habíamos hecho planes para vernos, solo tuve un retraso en la cafetería y después me detuve delante de una librería porque encontré un regalo para ella. A pesar de llevarle el café sabía que se pondría molesta, me daría su charla sobre la puntualidad pero luego se arrepentiría porque se daría cuenta de que siempre pienso en ella, a todas horas y en todas partes, el libro nuevo que llevaba en la mochila iba a encargarse de eso.

Cuando por fin llegué al parque interrumpí un momento mi rápida caminata, porque ella estaba sentada en una banca con la cabeza hacia arriba, las manos a los costados y las piernas cruzadas. Un vestido de verano color azul claro adornaba su cuerpo, su cabello rubio lo llevaba suelto y parecía irreal por lo hermosa que estaba.

Caminé hacia ella luego de un momento de acoso a la distancia, me senté en el espacio vacío en la banca y extendí la mano poniendo el vaso de café delante de su cara.

Ella olfateó el aire antes de abrir los ojos y salir de su relajada postura. Con una ligera sonrisa tomó el café sin decirme nada, luego se acomodó más derecha en el asiento.

—Llegas tarde —me acusó como ya me lo esperaba.

—Disculpa por eso.

—En algún punto tendrás que aprender a ser puntual —agregó antes de darle un sorbo al café caliente que tanto le gustaba.

—De nada, digo... por el café —dije como respuesta—. En algún punto tendrás que aprender a dar las gracias.

Ella frunció el seño sin atreverse a mirarme y dijo con suavidad; —Gracias Matías.

—Es un placer bella dama.

Jaz ignoró mi comentario, sacó una libreta de su bolso y empezó a dibujar. Ella solía hacer cosas como esas, nunca entendía si lo hacía con el propósito de confundirme, ignorarme o enamorarme más, pero siempre obtenía los mismos tres resultados.

Sobre el papel comenzó a marcar trazos rápidos que al inicio fueron solo líneas aleatorias que no parecían encajar, pero después ella hizo varios manchones que se convirtieron en sombras luego de pasarles los dedos para difuminar el carbón sobre el papel y por ultimo con unos trazos más, ella me dejó apreciar el retrato de un pequeño niño que había estado jugando en el parque, delante de nosotros y en compañía de sus padres.

Por mi cuenta no le habría prestado atención ni aunque el niño gritara mi nombre en cada salto o me dejara sordo con cada risa, pero ella lo notó seguro desde el instante en que llegó al parque y se sentó en aquel banco solitario. Era un rostro infantil bastante simple pero al mismo tiempo lleno de vida.

—Es asombroso —le dije luego de compararlo con el niño una y otra vez.

—Gracias, Matías.

Me reí por la forma en que dijo esa palabra; subió los hombros, me miro de reojo y la dejó salir con un ego demasiado falso. Sus actuaciones a media calle siempre me sorprendían, porque venían de la nada y de mostraban muchos de los talentos que ella se esforzaba por disimular.

— ¿Podemos irnos ya?

—No —respondí con dureza—. Tengo que besarte primero.

Luego de eso la que se soltó a reír fue ella, sus ojos se llenaron de lágrimas y sus mejillas se pusieron rosadas por burlarse de mis ocurrencias; porque luego de un par de "citas" ella había decidido que mi compañía valía más como amistad que como romance. Claramente no estaba de acuerdo con ella.

Las Pesadillas también son sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora